"· Han transcurrido diez años desde que, en el que entonces fue 9 de noviembre y hoy 18 de Brumario, Catalunya iniciara su Revolució Nacional.
El referéndum de autodeterminación se celebró al fin, a pesar de las
denuncias judiciales del Gobierno de España, y tras él llegó la declaración unilateral de independencia.
Ésta se acabó configurando como una situación de hecho, pues, aunque
varios meses más tarde el Tribunal Constitucional la declaró ilegal,
nadie tuvo la voluntad política suficiente como para restaurar el orden.
El uso de la fuerza se consideró inconveniente y poco democrático,
según concluyó el Senado tras un acalorado debate acerca de la
aplicación del artículo 155 de la Constitución.
El caso es que, aún sin
el reconocimiento formal del Reino de España, la República deCatalunya comunicó
su constitución como Estado a la Unión Europea, dando lugar a que la
Comisión tomara nota y considerara que, a partir de aquel momento, el
nuevo país dejaba de formar parte de su territorio y, por ende, de la
unión aduanera, el mercado único y la unión monetaria.
Otras entidades
internacionales, como la OCDE, el FMI, el Banco Mundial y la
Organización Mundial del Comercio, manifestaron que, hasta tanto no se
tomara una decisión unánime con el consentimiento de España, Catalunya se
consideraba excluida de sus respectivas organizaciones. Y a lo largo de
esta década sólo unos pocos países, casi todos marginales en la
política internacional, han establecido relaciones diplomáticas con el
nuevo Estado.
Fruto de las circunstancias políticas, las nuevas fronteras erigidas por Catalunya se
constituyeron en una barrera para el comercio internacional. En el
momento de la independencia aparecieron los aranceles, los requisitos
documentales para las exportaciones, la inspección de las mercancías por
las autoridades aduaneras, el seguro de cambio -pues el mantenimiento
del euro había sido imposible- y otros trámites menores que encarecían
los precios, alargaban los períodos de entrega, hacían más costoso el
transporte y complicaban la gestión.
Además, como ya había ocurrido en
otros casos europeos durante la década de 1990, las relaciones
económicas con España se enfriaron rápida y paulatinamente, de manera
que el que hasta entonces había sido un comercio interregional
floreciente se marchitó hasta situarse en niveles mucho más bajos que
antes de la independencia.
Por otra parte, un buen número de empresas trasladó su sede social fuera de Catalunya y
cerró instalaciones para reabrirlas en España o en Francia. Así ocurrió
con una buena parte de las grandes empresas alimentarias, los grupos
editoriales, la industria farmacéutica, las metalmecánicas y las de
servicios avanzados.
En Martorell y en la Zona Franca se dejaron de
fabricar coches. Y hasta una gran entidad financiera -que curiosamente
no cambió ni de nombre ni de logotipo- se domicilió en Madrid y segregó
de su negocio principal la filial que permaneció en Barcelona.
Todo ello se expresó en una pérdida de mercados para
las empresas catalanas y en una reducción de sus actividades
económicas. En los siete años siguientes a aquel 18 de Brumario, el
Producto Interior Bruto de Catalunya se redujo en un 37 por
ciento, aunque después empezó a recuperarse de forma modesta, de manera
que en el año X había aumentado hasta alcanzar un nivel equivalente a
dos tercios del que se registró en 2014.
Además, muchos se han ido o no han venido. La población catalana, que ya el año de la Revolució Nacional empezaba
a mermar, ha experimentado una pérdida de 1.845.000 habitantes. A ello
han contribuido tanto el déficit de nacimientos sobre las defunciones
-un poco más de 34.000- como sobre todo unos saldos migratorios muy
negativos.
En términos netos a España se han marchado casi 416.000
personas y al resto del mundo 1.395.000. Los habitantes de Catalunyason ahora, diez años después de la proclamación de independencia, sólo 5.534.000.
Claro que esta pérdida de población ha venido bien para aliviar algo el reparto de la decadencia económica, pues al haber una cuarta parte menos de habitantes, el PIB per capita no ha disminuido tanto como su cifra global.
En eso que los economistas llamamos términos constantes -o
sea, valorado a los precios de 2014-, esa magnitud se cifra ahora en
23.035 euros, con lo que la caída con respecto a 2014 es de sólo el 13
por ciento, pues en el año de la Revolució se habían alcanzado los 26.351 euros.
Algunos podrán decir que el precio no ha sido demasiado alto para
alcanzar la libertad. Sin embargo, para apreciar bien las cosas,
conviene decir también lo que ha pasado con la riqueza de los españoles
hasta este 18 de Brumario del año X. Curiosamente, el impacto económico
inicial de la secesión de Cataluña se absorbió muy rápidamente por dos
razones.
Una fue que las deslocalizaciones de las empresas catalanas se
realizaron con una gran rapidez y, además, casi todas fueron hacia las
regiones españolas limítrofes con el nuevo Estado.
Y la otra que la
reacción europea, aplicando el arancel máximo y las formalidades
aduaneras a las exportaciones catalanas desde el primer momento de la
secesión, hizo que se retrajeran las otras pretensiones independentistas
regionales y el país se estabilizara institucionalmente. Y a ello se
añadió que laeconomía española entró en una senda de moderado crecimiento.
En estas circunstancias, aunque inicialmente el PIB por habitante de
España se retrajo, en el conjunto del período pudo aumentar desde los
22.478 euros en 2014 hasta los 28.227 en 2024. Es decir, una ganancia
media de bienestar del 26 por ciento para los españoles.
Por tanto, se
puede concluir que los catalanes, que antes de la independencia gozaban,
en promedio, de unos ingresos superiores en un 17,2 por ciento a los
del resto de los españoles, una década después de la secesión cuentan
con un 18,4 por ciento menos. Queda claro que las promesas de
prosperidad de los promotores de la independencia no parecen haberse
cumplido y hoy la mayoría de los catalanes viven bastante peor que
cuando eran españoles.
Y lo que es peor todavía es que, seguramente,
seguirán así durante muchos años. De este modo, sólo si su economía
lograra crecer a una tasa un 25 por ciento superior a la española de
manera permanente, podrían alcanzar el nivel del PIB per capita de España dentro de medio siglo. Este precio habrá sido el que hayan pagado por haber puesto su fe en el esperpento nacionalista." (MIKEL BUESA, LIBERTAD DIGITAL 08/01/14, en Fundación para la Libertad)
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