"Estas líneas podrían comenzar diciendo que Cataluña está unida a España
al menos por un problema compartido: el de la pluralidad de sus
respectivas sociedades. España es plural, incluso plurinacional, porque
hay muchos catalanes que se sienten pertenecientes sólo a la nación
catalana, colocando ese sentimiento de pertenencia por encima de la
garantía de sus derechos y libertades fundamentales como ciudadanos del
Estado de derecho que es España.
Y Cataluña es plural, incluso
plurinacional –tanto o más que la misma España–, porque muchos catalanes
se sienten pertenecientes a la nación política española y a la nación
cultural española, dos realidades que no se cubren totalmente y que no
conviene mezclar indebidamente. (...)
A pesar de todo, el problema está ahí y no es posible borrar ni hacer como que no existiera. (...)
También ignoran el problema quienes ofrecen soluciones que se sabe que
no son solución del problema. A quien escribe estas líneas no le cabe la
menor duda de que España, el Estado de derecho que es España, necesita
una reforma constitucional en toda regla, una reforma que perfeccione el
sistema político-jurídico español en línea del federalismo para dotarlo
de cohesión... para evitar los bilateralismos que amenazan la conciencia de conjunto,
en definitiva, para hacer lo que defendían los federalistas americanos,
conseguir una mejor unión, y no para otra cosa. (...)
La reforma de la Constitución española en sentido federal no puede ser
nunca una respuesta al problema catalán o al problema vasco, puesto que
no está en el ánimo de los nacionalistas catalanes o vascos conseguir
una mejor unión del Estado, de España.(...)
Los nacionalismos periféricos españoles siempre han buscado la
asimetría que les permita a ellos desarrollar su idea de que están
confederados con España. Y ellos saben lo que debiéramos saber el resto:
que las confederaciones o bien se desarrollan hacia la federación, o
bien hacia la desintegración del Estado. (...)
El federalismo por el que apuesta el PSC, y con él el PSOE, no sirve
por lo dicho anteriormente, si es que bajo el término federalismo no se
esconde la idea de la confederación, cuyo resultado sería la separación a
plazo fijo.
Y el presidente de UDC, Duran, cuando habla claro lo dice
expresamente: su idea es la de una confederación entre Cataluña y
España. Conviene recordar que la Guerra de Secesión en EEUU fue una
guerra en defensa de la Unión, los federales, buenos unionistas, contra
la secesión que buscaban los confederados.
Pero quizá la peor solución en la que se pudiera pensar en estos
momentos es el de buscar una mejora de la financiación de Cataluña,
solución en la que parece que está pensando el presidente del Gobierno
central.
Sería la peor solución porque significaría aumentar las
asimetrías, ir en dirección contraria a una reforma federal de la
Constitución, multiplicar los problemas que ya existen en el Estado de
las Autonomías, crear agravios comparativos que requerirán más
asimetrías, sin satisfacer para nada las demandas de los nacionalistas
catalanes, demandas que, por definición, son insaciables en la misma
medida en que la nación etnocultural con la que sueñan es inalcanzable. (...)
España estaría abocada al desastre si nuestro caso fuera único en el
mundo actual. Pero no es así. Existen otros países que se han enfrentado
y se enfrentan a problemas parecidos, y que, sin renunciar a la
soberanía popular, han sido capaces de buscar y formular soluciones a
los problemas, que es la mejor manera de fortalecer y consolidar su
sistema constitucional.
La solución, formulada explícitamente en Canadá
con la Ley de Claridad, y aplicada dentro del mismo esquema conceptual
por la Gran Bretaña en el problema de Escocia, consiste en abrir el
camino para que las sociedades en las que se plantea el problema de la
voluntad de secesión, se pueda tratar de saber con todas las garantías
legales y de derecho, cuál es la mayoría que está a favor de la
secesión.
Ante la cuestión que se plantea cuando se habla de esta línea de
solución, la de qué significa una cesión a los nacionalistas y
separatistas, es preciso afirmar que no es así, pues como lo articula
claramente la Ley de Claridad canadiense, es el Parlamento canadiense y
el Gobierno canadiense quien mantiene en todo momento, en representación
de la soberanía popular del conjunto, el poder sobre el proceso: decide
si se convoca o no el referéndum, decide el momento, decide la
pregunta, decide el mínimo de participación requerido para ser tenido en
cuenta, define la mayoría necesaria para que el resultado sea tenido en
cuenta –en todo el territorio en el que se celebra el referéndum y en
partes claras y delimitadas del mismo–, y en caso de que esa mayoría se
dé, plantea la necesidad de negociaciones para aclarar cuestiones
económicas, financieras y patrimoniales.
Si, por poner un ejemplo, el 80% de los catalanes, incluyendo un
porcentaje también mayoritario, digamos, en Barcelona capital,
difícilmente puede España pretender mirar a otro lado: la situación
sería insostenible, incluso a nivel europeo e internacional. (...)
Ante la situación lo mejor es confiar en la fortaleza de la
Constitución española, en su capacidad de encontrar salida para
situaciones conflictivas, tomar las riendas de la solución en lugar de
estar a expensas de las iniciativas, de los planteamientos y de los
plazos puestos por los otros, clarificar lo que es posible y lo que no
es posible, y cómo es posible, sin caer en cesiones previas, manteniendo
siempre el control sobre el proceso.
Eso supondría un esfuerzo por
objetivar la situación problemática, por sacar el problema del plano
sentimental –podemos satisfacer nuestros sentimientos más fáciles
diciendo lo malos que son los nacionalistas catalanes, o lo
manipuladores que son de la historia y los sentimientos, o lo que
mienten sobre la realidad de las relaciones financieras con España, pero
no sirve de nada–, sacar el problema del plano de la confrontación
política demagógica, obligando al otro a hacer lo mismo, supondría
exigir lealtad a un marco constitucional en cuya capacidad de resolver
problemas no sólo se confía sino que se pone a prueba en la práctica.
Dicho sea todo esto sin mucha esperanza." (Joseba Arregi fue consejero del Gobierno vasco y es ensayista y presidente de Aldaketa. JOSEBA ARREGI, EL MUNDO 10/10/13, en Fundación para la Libertad)
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