"(...) Hoy todos sabemos que la historia acabó como el viceministro había
pronosticado. Las posturas estaban ciertamente enconadas, pero hubo un
referéndum y, aunque el resultado fue muy ajustado, todo el mundo lo
aceptó.
Por el camino, Canadá nos legó la Clarity Act, una ley que,
junto con el dictamen del Tribunal Supremo en que se basó, se ha
convertido desde entonces en el punto de referencia obligado para tratar
la posibilidad de una secesión dentro de un estado democrático.
La Clarity Act establecía, en primer lugar, que ni Quebec ni ninguna
otra provincia canadiense tenían derecho a la autodeterminación ni a una
secesión unilateral, sino que la secesión debía ser negociada con el
Gobierno federal.
Segundo, que el Gobierno de Quebec tenía derecho a
convocar un referéndum.
Tercero, que la pregunta debía ser inequívoca. Y
finalmente que, para que se iniciara una negociación con vistas a la
independencia, la mayoría a favor debía ser clara.
Vale la pena leer con
calma el dictamen del Tribunal Supremo en que se basa la Clarity Act.
La argumentación del alto tribunal arranca con un párrafo que centra la
cuestión con extraordinaria claridad.
La Constitución -dice- es más que un texto escrito. Incluye todo el
cuerpo de normas y principios que gobiernan el ejercicio de la autoridad
constitucional, de modo que una lectura superficial de artículos
concretos puede ser engañosa.
Los principios subyacentes en el conjunto
del texto -federalismo, democracia, Estado de derecho, respeto de las
minorías- deben informar la apreciación global de los derechos y deberes
que entrarían en juego en el caso de que una mayoría clara de
quebequeses votasen a favor de la secesión.
Según el alto tribunal, esta mayoría no concedería en ningún caso a
Quebec el derecho a declarar unilateralmente la independencia, porque la
democracia no consiste únicamente en la voluntad de la mayoría, pero a
la vez el orden constitucional no podía permanecer indiferente a una
expresión clara de la voluntad mayoritaria quebequesa, por lo que en
caso de un voto favorable en el referéndum el Gobierno federal carecería
de base para denegar el derecho del Gobierno de Quebec a la
independencia y debería negociar sus términos.
El proceso de negociación
debería tratar de conciliar los derechos y deberes de dos mayorías
legítimas, la de los ciudadanos de Quebec y la de los de Canadá en su
conjunto.
Aunque nuestra Constitución es distinta de la canadiense, la
relevancia de este dictamen en el debate actual es obvia. Hay un punto
en el que creo que una mayoría muy amplia de ciudadanos, en Catalunya y
en el resto de España, estamos de acuerdo: ni la permanencia de
Catalunya en España ni la independencia merecerán la pena si no son
percibidas como legítimas y aceptadas democráticamente.
Esta mayoría
ofrece un buen punto de partida para el diálogo. Evitar que las
diferencias sobre el futuro de Catalunya conduzcan a una fractura
irreversible de la convivencia exigirá grandes dosis de habilidad y de
sentido común, pero a la vez ofrecerá a nuestros políticos una
oportunidad para demostrar el papel indispensable que les corresponde en
nuestro sistema democrático.
El mundo nos está mirando y seguirá el proceso con gran atención.
España no es Canadá, pero ¿no nos convendría buscar inspiración en el
ejemplo canadiense?" (CARLES CASAJUANA, LA VANGUARDIA, 21.09.13, en Materials per diari de Miquel Iceta, 21/09/2013)
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