"La importancia que adquiere la ‘nación’ para los
nacionalistas no se explica sin la sustancialización de esta idea en la que
incurre generalmente el nacionalismo. La nación se convierte en una entidad
autónoma, una realidad ajena a la de los ciudadanos que la integran.
Posee una
duración temporal que le permite estar por en-cima de cualquier cambio. Las
generaciones pasan, pero la "nación puede perdurar siempre porque hunde
sus raíces en un pasado remoto y tiene ante sí un futuro ilimitado, hasta
dotada, además, de una personalidad propia, síntesis de las presuntas
cualidades, casi siempre positivas, del pueblo que pretende representar.
La "nación" no está formada por el conjunto de sus
ciudadanos, sino que los trasciende a todos: es como si estuviera viva, eso sí,
con una vida superior a la de los sujetos particulares porque es la que en gran
parte dota de sentido a su existencia.
Las personas mueren, pero ella perdura,
eso es lo que puede conducir a algunos a pensar que la vida no vale gran cosa frente
a esa entidad superior que es !a "nación , y a matar y morir en su nombre.
La "nación” se transforma en el
lamino a la salvación, en una forma de
vencer a la muerte, en una manera de luchar contra el olvido.
Y los nacionalistas son los que pretenden erigirse como sus
representantes legítimos, al margen de lo que digan las urnas, como los únicos
interlocutores válidos con esa nación-sustancia.
Así se transforman en los
guardianes y depositarios de la esencia “nacional”, apoderándose de la nación
como si les perteneciera, como si solamente ellos tuvieran derecho a hablar en
su nombre.
La apropiación de la nación lleva acarreado el secuestro de
los símbolos que la representan, de sus instituciones, de su cultura, y su
lengua, identificándolas totalmente con un proyecto político nacionalista.
Este
secuestro puede llegar a tal extremo que incluso el hecho de que otras opciones
políticas distintas de las nacionalistas gobiernen las instituciones que
consideran que les pertenecen sea visto como una usurpación antinatural, aunque
haya sido decidida democráticamente.
Los nacionalistas se creen dotados de un plus de legitimidad
por el simple hecho de serlo. De esta forma, criticar al nacionalismo no es
enfrentarse a un ideología determinada, a una de las múltiples doctrinas que
pueden estar presentes en una sociedad plural: es agredir a la ‘nación’, atacar
al conjunto de sus ciudadanos.
Esta sustancialización de la "nación" es heredera,
sin duda, y está claramente conectada, al menos en el caso europeo, con la idea
romántica del espíritu del pueblo {Volksgeist), dos de cuyos representantes más
destacados fueron Herder y Fichte.
Según
esa concepción, la "nación” sería una especie de "espíritu" que
se manifiesta en la lengua, el arte, las instituciones, las leyes, las
tradiciones populares, el clima, etc. Fsta línea de interpretación del concepto
de "nación" atribuye a una serie de elementos culturales, costumbres
sociales e instituciones la representatividad de la identidad nacional. Es
posible extraer dos consecuencias principales de esto.
La primera de ellas es que la "nación", entendida
de esta forma, conduce a la conservación obsesiva de aquellos elementos que en
teoría representan la esencia de un pueblo. Se produce una sacralización de la
"nación", y los defensores de esta idea se convierten en los
guardianes de la esencia y la pureza "nacional", que debe ser
defendida frente a las amenazas internas y externas.
Cualquier intento de
cambiar ese "espíritu nacional" es visto como una amenaza para ese
concepto sagrado que es la identidad. Las mutaciones de la idiosincrasia
colectiva son admitidas sólo si penetran de tal forma en el conjunto del cuerpo
social que pasan a ser reconocidas como constitutivas del mismo.
Aun así, se
manifestará un fuerte recelo hacia lo foráneo y una resistencia al cambio. Esto
conduce a una sociedad cerrada en sí misma y entregada al cultivo obsesivo de
su propia identidad.
La segunda consecuencia es que todo lo que no pueda ser
incluido en ese "espíritu” es considerado como ajeno a la "nación” de
la que se forma parte. Esto es también extensible a los ciudadanos, que son
divididos entre los que pueden ser considerados como miembros de ese
"espíritu' , en los cuales este se manifiesta, y los no pueden serlo-,
aunque ambos formen parte de la misma sociedad y sean ciudadanos de pleno
derecho.
Nos vemos conducidos, de esta forma, a una jerarquía social y cultural
basada en la pertenencia a la nación". Lo propio es lo que refleja el
espíritu "nacional”; todo lo demás es extraño e, incluso, puede ser
considerado una amenaza si pone en peligro la pureza de la "nación”.
De esta forma, se rechaza el mestizaje social y la
coexistencia de diversas culturas en igualdad de condiciones en el mismo
territorio. Solamente se aceptarán otras culturas o grupos étnicos si éstos no
amenazan la hegemonía del grupo dominante y aceptan ser asimilados.
Podemos
considerar que, en gran parte, este concepto de nación-espíritu está superado
en la actualidad; sin embargo, muchos de los discursos, de la retórica, del
lenguaje y también de las ideas, empleados habitualmente por distintos grupos
nacionalistas, recuerdan claramente a la nación-espíritu. “
(Cita de: Roberto augusto: El nacionalismo ¡vaya timo!, Editorial Laetoli, 2012, pág. 21/4)
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