2/11/12

La nación es... una sociedad cerrada en sí misma y entregada al cultivo obsesivo de su propia identidad

"La importancia que adquiere la ‘nación’ para los nacionalistas no se explica sin la sustancialización de esta idea en la que incurre generalmente el nacionalismo. La nación se convierte en una entidad autónoma, una realidad ajena a la de los ciudadanos que la integran.

 Posee una duración temporal que le permite estar por en-cima de cualquier cambio. Las generaciones pasan, pero la "nación puede perdurar siempre porque hunde sus raíces en un pasado remoto y tiene ante sí un futuro ilimitado, hasta dotada, además, de una personalidad propia, síntesis de las presuntas cualidades, casi siempre positivas, del pueblo que pretende representar.

La "nación" no está formada por el conjunto de sus ciudadanos, sino que los trasciende a todos: es como si estuviera viva, eso sí, con una vida superior a la de los sujetos particulares porque es la que en gran parte dota de sentido a su existencia.

 Las personas mueren, pero ella perdura, eso es lo que puede conducir a algunos a pensar que la vida no vale gran cosa frente a esa entidad superior que es !a "nación , y a matar y morir en su nombre.  La "nación” se transforma en el lamino a la salvación,  en una forma de vencer a la muerte, en una manera de luchar contra el olvido. 

Y los nacionalistas son los que pretenden erigirse como sus representantes legítimos, al margen de lo que digan las urnas, como los únicos interlocutores válidos con esa nación-sustancia.

 Así se transforman en los guardianes y depositarios de la esencia “nacional”, apoderándose de la nación como si les perteneciera, como si solamente ellos tuvieran derecho a hablar en su nombre.

La apropiación de la nación lleva acarreado el secuestro de los símbolos que la representan, de sus instituciones, de su cultura, y su lengua, identificándolas totalmente con un proyecto político nacionalista. 

Este secuestro puede llegar a tal extremo que incluso el hecho de que otras opciones políticas distintas de las nacionalistas gobiernen las instituciones que consideran que les pertenecen sea visto como una usurpación antinatural, aunque haya sido decidida democráticamente. 

Los nacionalistas se creen dotados de un plus de legitimidad por el simple hecho de serlo. De esta forma, criticar al nacionalismo no es enfrentarse a un ideología determinada, a una de las múltiples doctrinas que pueden estar presentes en una sociedad plural: es agredir a la ‘nación’, atacar al conjunto de sus ciudadanos. 

Esta sustancialización de la "nación" es heredera, sin duda, y está claramente conectada, al menos en el caso europeo, con la idea romántica del espíritu del pueblo {Volksgeist), dos de cuyos representantes más destacados fueron  Herder y Fichte. 

Según esa concepción, la "nación” sería una especie de "espíritu" que se manifiesta en la lengua, el arte, las instituciones, las leyes, las tradiciones populares, el clima, etc. Fsta línea de interpretación del concepto de "nación" atribuye a una serie de elementos culturales, costumbres sociales e instituciones la representatividad de la identidad nacional. Es posible extraer dos consecuencias principales de esto.

La primera de ellas es que la "nación", entendida de esta forma, conduce a la conservación obsesiva de aquellos elementos que en teoría representan la esencia de un pueblo. Se produce una sacralización de la "nación", y los defensores de esta idea se convierten en los guardianes de la esencia y la pureza "nacional", que debe ser defendida frente a las amenazas internas y externas. 

Cualquier intento de cambiar ese "espíritu nacional" es visto como una amenaza para ese concepto sagrado que es la identidad. Las mutaciones de la idiosincrasia colectiva son admitidas sólo si penetran de tal forma en el conjunto del cuerpo social que pasan a ser reconocidas como constitutivas del mismo.

 Aun así, se manifestará un fuerte recelo hacia lo foráneo y una resistencia al cambio. Esto conduce a una sociedad cerrada en sí misma y entregada al cultivo obsesivo de su propia identidad.

La segunda consecuencia es que todo lo que no pueda ser incluido en ese "espíritu” es considerado como ajeno a la "nación” de la que se forma parte. Esto es también extensible a los ciudadanos, que son divididos entre los que pueden ser considerados como miembros de ese "espíritu' , en los cuales este se manifiesta, y los no pueden serlo-, aunque ambos formen parte de la misma sociedad y sean ciudadanos de pleno derecho. 

Nos vemos conducidos, de esta forma, a una jerarquía social y cultural basada en la pertenencia a la nación". Lo propio es lo que refleja el espíritu "nacional”; todo lo demás es extraño e, incluso, puede ser considerado una amenaza si pone en peligro la pureza de la "nación”. 

De esta forma, se rechaza el mestizaje social y la coexistencia de diversas culturas en igualdad de condiciones en el mismo territorio. Solamente se aceptarán otras culturas o grupos étnicos si éstos no amenazan la hegemonía del grupo dominante y aceptan ser asimilados.

 Podemos considerar que, en gran parte, este concepto de nación-espíritu está superado en la actualidad; sin embargo, muchos de los discursos, de la retórica, del lenguaje y también de las ideas, empleados habitualmente por distintos grupos nacionalistas, recuerdan claramente a la nación-espíritu. “    

(Cita de: Roberto augusto: El nacionalismo ¡vaya timo!, Editorial Laetoli, 2012, pág. 21/4)

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