27/10/11

“En el trayecto en autobús a la universidad, tres chicos, todos del pueblo, se pusieron a insultarme detrás de mí... uno de ellos me pegó un puñetazo y me partió el labio”

La escoltada:

“¡Parece que vais presumiendo de cochazos!”, “¡Toda esa seguridad pagada con nuestro dinero!”. Entre los insultos que Estefanía Morcillo (36 años) ha tenido que escuchar de sus vecinos en los ocho años y medio que lleva de concejal del PSE en Hernani (Gipuzkoa), gobernado desde la Transición por las sucesivas marcas de Batasuna. (...)

Y sin embargo, para esta joven arquitecta, la protección personal que le ha impuesto ETA supone un enorme sacrificio. Como hija del exconcejal socialista José Morcillo, Estefanía apareció en las listas de objetivos del comando Buruntza de ETA en 1996 y, en la primavera de ese año, fue agredida por el hermano de la jefa de ese grupo, Ainhoa García Montero, condenada a 140 años por dos asesinatos.

“En el trayecto en autobús a la universidad, tres chicos, todos del pueblo, se pusieron a insultarme detrás de mí. Nadie les dijo nada. Ni siquiera cuando, al salir, uno de ellos me pegó un puñetazo y me partió el labio”, recuerda.

Desde entonces, asegura que vivió “desquiciada” por el miedo. “Llegué a apuntarme a un curso de autoprotección y después a clases de karate”. (...)

“Los profesores me pedían explicaciones porque un día iba a clase a una hora y otro a otra, pero no me atrevía a explicarles por qué. Me daba vergüenza, y además no sabía de qué parte estaban, si lo iban a entender”.

Pero lo que considera más grave son los obstáculos para conocer gente, incluso en el plano sentimental. “Cuando conoces a alguien y no te presentas como concejal, en cuanto ven los escoltas esperando a la puerta del coche, se olvidan de ti; es imposible pasar desapercibida”, explica. “La gente prefiere estar lejos de ti.

En algunos momentos te cuesta relacionarte. Ahora cuento lo de la escolta cuanto antes para que se vayan si quieren, porque prefiero no encariñarme”. Todo ello sin contar con la pérdida de intimidad de tener dos personas siempre al lado. (...)

El jueves, el fin definitivo de la violencia le hizo llorar de la emoción. Ayer, por primera vez en mucho tiempo, salió sin escolta." (El País, 24/10/2011, p. 15)

La escolta:

"Cuando el concejal del PP en Ermua Miguel Ángel Blanco fue secuestrado por ETA, el 10 de julio de 1997, el hermano de Josefa Vega la llamó llorando. Él era escolta privado en Durango (Bizkaia) y ella no vivía en Euskadi. “Recuerdo perfectamente esos días, la angustia, la impotencia”, explica esta malagueña de 46 años. (...)

Se hizo guardaespaldas a los 40 años. En cinco años ha protegido a políticos, una juez, al artista Agustín Ibarrola… y durante los últimos 12 meses ha sido la sombra de Patxi Elola, jardinero y concejal socialista desde 2000 en Zarautz (Gipuzkoa), donde hoy gobierna Bildu. (...)

La mujer, Josefa, explica que, mientras no les digan lo contrario, seguirán con sus protocolos de seguridad. “Sé que me voy al paro, pero si realmente esto se acaba, lo celebraré”, asegura. (...)

“No quiero un trabajo a costa de la vida de la gente. Quiero que haya paz en este pueblo. Entonces me iría a casa con la satisfacción del trabajo bien hecho”, apunta.
Las jornadas de los escoltas pueden ser extenuantes, de 12 a 18 horas.

Y tensas, especialmente en algunos pueblos de Gipuzkoa con importante presencia independentista. Josefa decidió vivir en Zarautz, pero paga un precio por ello: todos saben quién es. “A veces me silban o chasquean los dedos por la calle como si llamaran al perro.
Otras no me han atendido en las tiendas.

Me han escupido. Me han dicho que me vaya a mi tierra. Hay gente que no te quiere alquilar un piso por miedo a que aparezca la puerta del portal quemada. He visto mucho odio en los ojos de alguna gente.

Me ven como una opresora cuando yo lucho por la libertad en Euskadi. Cuando me visita mi madre nos quedamos en casa. No quiero que vea cómo alguien me insulta”. Hace poco trató de apuntarse a clases de euskera. “Me miraron muy raro; me marché”.

Pese a todo, se siente integrada. “Los que me hacen esto no son todos, son los de siempre. Hay gente muy amable y yo amo esta tierra, la cultura, la comida, el paisaje. Casi hasta me siento de aquí, pero hay mucho miedo.

Personas que si van solas te saludan y, en cuadrilla, ni te miran. Y lo entiendo. Ha habido mucha presión. Por eso admiro a Patxi, porque no se ha callado. Estoy orgullosa de él”.

Un día a las cuatro de la mañana se cruzó con un chico algo bebido. “Me dijo que me odiaba por lo que representaba; que quería matar a Patxi; que se quedaba con ganas de pegarme”. (El País, 24/10/2011, p. 15)

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