13/9/22

La Diada Nacional más fratricida... La Diada menos multitudinaria de la última década expone las tensiones partidistas y diluye la potencia del movimiento independentista... Unos por un lado, otros por otro, y todos bajo la sospecha de estar rodeados de enemigos; porque si antes era sencillo detectar al enemigo, ahora lleva los mismos colores y ondea la misma bandera

 "Han pasado diez años desde la primera gran manifestación independentista y las cosas han cambiado sustancialmente. La aplicación imparable de la ley del péndulo ha invertido todos y cada uno de esos sentimientos primeros y ha convertido la unidad en división, la ilusión en desesperación y la inocencia en rabia.

El proceso independentista siempre ha sido dos cosas absolutamente diferentes, pero inextricablemente inesperables una de otra: la emoción sentida de millones de catalanes que soñaban con recuperar el paraíso perdido –pues la independencia se ha alimentado, como no puede ser de otra forma, de los mitos y ficciones de una Catalunya pasada libre del yugo del Estado–, y el uso instrumental de los partidos políticos de esta emoción para canjearla en votos el día de las elecciones. Y el Día Nacional de Catalunya ha sido la sublimación de estos dos fenómenos.

 Cada 11 de septiembre, cientos de miles de personas (¡a veces superando al millón!) acudían religiosamente a la cita y se bañaban en el éxtasis multitudinario al grito de «I-inde-independenci-à!». La Diada era un orgullo, una fiesta, el mayor esparcimiento del país, una gincana donde las diferencias partidistas se anulaban bajo una gran bandera que generaba la ficción de que el sueño se haría real en breve. En la Diada, nadie perdía y todo el mundo ganaba.

 Y aquí, hay que decirlo, debe hacerse un punto y aparte a la hora de hablar sobre la izquierda independentista. Porque la izquierda independentista –que era una minoría antes de que la independencia se pusiera de moda, y que lo seguirá siendo cuando deje de estarlo–, ha mantenido durante todos estos años su propia tradición en paralelo del mainstream procesista. Así, este domingo, unos cientos de militantes se reunían en la calle Ferran de Barcelona y, en lugar de rendir tributo a Rafael de Casanova, lo hacían por Gustau Muñoz, asesinado por la policía el 11 de septiembre de 1978.

Cierto es que hoy en día la izquierda independentista sigue siendo pieza clave en la estabilidad de un govern que se niega a aceptar que el divorcio ya hace años que es legal y que prefiere malvivir conjuntamente a perder poder político. Pero mantener el actual gobierno no les desgasta tanto como lo haría si los principales representantes de la CUP decidieran andar cogidos de la mano de los líderes de Junts durante la Diada Nacional, haciendo gala de la camiseta oficial –merchandising de la Asamblea Nacional de Catalunya (ANC)–.

Crónica de una Diada fracturada

La escenificación de la ruptura fue anunciada unos días antes por el presidente Aragonés, cuando este se rebelaba a participar en la marcha organizada por la ANC. La excusa: la ANC mostraba su rechazo explícito a la estrategia de los partidos políticos y Aragonés, como político que es, no podía aceptar formar parte de una manifestación organizada por alguien que dice estar en contra del partido que representa (ERC).

La realidad: si bien la ANC –entidad constituida en 2012 para vehicular el movimiento independentista– ha estado en los últimos años más cercana al mundo convergente que al de ERC, ahora no cabe duda cuál de los dos grandes partidos del independentismo le genera más simpatías. Hoy la ANC está dirigida por Dolors Feliu, antigua dirigente CiU, y el discurso de la entidad hace frontera con el de Laura Borràs. Comprensible que ERC, ya emancipada del histórico complejo de inferioridad respecto a CiU/Junts, quiera desmarcarse.

ERC debe soportar, como contrapartida a la “traición”, que les señalen como el enemigo a batir. En esta línea, una degustación de este enfrentamiento lo sufrió la dirigente republicana Marta Vilalta, que, conjuntamente con otros miembros del partido, fueron abucheados por una multitud enfurecida durante la velada en el Fossar de les Moreres.

 Con este panorama se celebraba el Día Nacional de Catalunya. Unos por un lado, otros por otro, y todos bajo la sospecha de estar rodeados de enemigos; porque si antes era sencillo detectar al enemigo, ahora lleva los mismos colores y ondea la misma bandera.

No es de sorprender que esta haya sido la Diada menos multitudinaria de la última década, hasta el punto de que una de las principales motivaciones para asistir era conseguir dejar en ridículo a la manifestación “enemiga”. Una Diada fratricida que ensombrece una demanda tan justa como transversal: el derecho a celebrar un referéndum que sirva para decidir, de forma adulta, democrática, y desvinculada de las luchas partidistas, el futuro de Catalunya."                   (Guillem Pujol, La Marea, 11/09/22)

No hay comentarios: