27/1/20

Una década perdida... Nunca se habían levantado tantos castillos de nubes ideológicos como en estos diez años... Son las élites políticas, económicas e intelectuales catalanas las que tomaron la decisión de rendirse, enmascarada bajo los gestos grandilocuentes de una falsa independencia que no podían obtener y que se sabían incapaces de obtener... El secesionismo estéril que hemos conocido es la expresión de una profunda debilidad, de una enorme inseguridad y de una gran desconfianza en las propias fuerzas, una rendición, en definitiva ...

"Hace ya diez años que comenzó todo. Una década vacía, de parálisis catalanista. Y también de vaciamiento de las instituciones. De gobiernos frívolos e irresponsables y de políticos distraídos, atentos sólo a sus estrategias oportunistas, para desviar la atención de los problemas de la gente.

 También de agitadores concentrados en la disrupción, es decir, en evitar el funcionamiento de las instituciones, empezando por las propias. De predicadores demagogos, dedicados a mantener ardientes las brasas del resentimiento. De corruptos, e hijos corruptos de veteranos corruptos, adoradores del vellocino de oro, disfrazados primero de prudentes y patrióticos gobernantes y después de tribunos revolucionarios.

Ha sido la década de la desinstitucionalización, una dinámica que hace daño a Cataluña, donde siempre han sido las instituciones y las políticas que las promueven las que han sostenido la idea y el sentido de país. En nombre de objetivos quiméricos o de palabras vacías se ha hipotecado todo lo que se había construido durante la larga y accidentada historia del catalanismo.

 O lo que es peor, apelando a inalcanzables estructuras de un Estado propio inexistente, se han deteriorado hasta poner en peligro las auténticas estructuras, políticas, administrativas y legales, que han sostenido la catalanidad en el último siglo y medio .

 Nunca se habían levantado tantos castillos de nubes ideológicos como en estos diez años. Comparados con los anteriores y escasos rebrotes de radicalidad revolucionaria, esta década perdida ha sido un auténtico festival de la irresponsabilidad y de la imaginación estéril y destructiva. Bien poca cosa queda de este montón de hojas de ruta, proyectos de transiciones, comités e instituciones inútiles, presupuestos dilapidados, carreras dañadas e incluso vidas alteradas por las sentencias judiciales.

Si acaso, una mutación negativa del país, ahora dividido y debilitado, menos capacidad para avanzar y consolidar el camino fructífero del catalanismo posibilista que tan buenos resultados había obtenido desde hace un siglo. Con una capital largamente superada por Madrid en la competencia entre urbe hispánicas y una clase política que culmina la década vacía, sin rendimientos en casa y sin resultados en su interrumpida capacidad de influencia en la gobernación de España. 

Y lo que es peor, con una mutación nefasta en el sistema español de partidos, donde al fin ha surgido y consolidado el fantasmot del nacionalismo de peor especie, que pretende apoderarse de la idea de España, de sus símbolos, de sus instituciones, después de haberse apoderado y anulado tantas veces sus libertades y su democracia.

 Sólo por este motivo muchos no querrán olvidar ni perdonar esta década vacía llena de despropósitos y deslealtades de la que nadie quiere hacerse responsable. Quim Torra, el presidente vicario y interino, y su rector, el huido Carles Puigdemont, son los que mejor expresan la deriva hacia la irresponsabilidad y el desgobierno, este tipo de inhibición que equivale a una desentendimiento de los asuntos públicos, una falsa resistencia que apenas puede esconder una auténtica rendición catalana. 

Y Artur Mas, naturalmente, el máximo irresponsable, el que encendió la mecha y designó estos sucesores lamentables.

 Las formas del autoengaño son infinitas, pero la única verdad es que Cataluña no es independiente, su autogobierno se encuentra en su momento más débil, su peso en España y en el mundo ha quedado disminuido y coartado probablemente por mucho tiempo y sus dirigentes más irresponsables apenas cuentan ni quieren contar para gobernar en Cataluña y tienen serias dificultades para decidirse a facilitar que se gobierne fuera de Cataluña, incluso cuando se quiere gobernar a favor de Cataluña.

 Como el secreto exhibido a la luz del día, la explicación es tan clara que nadie quiere aceptarla. Son las élites políticas, económicas e intelectuales catalanas las que tomaron la decisión de rendirse, enmascarada bajo los gestos grandilocuentes de una falsa independencia que no podían obtener y que se sabían incapaces de obtener. Cansadas de gobernar, de luchar para obtener más autogobierno, de pugnar por hacerse imprescindibles en el gobierno del conjunto de España, prefirieron desistir para concentrarse en el descompromiso de sus asuntos, el egoísmo del propio beneficio y el tamaño modesta de sus sueños minúsculos y sus ambiciones personales y locales.

¿Qué conclusión piensan deducir quienes han querido hacer experimentos con Cataluña para satisfacer sus diminutas ambiciones o sus inmensas ignorancias? ¿Querrán volver a tropezar con la misma piedra? ¿O quizás habrá que evaluar de forma diferente y positiva la realidad estatutaria y constitucional en que Cataluña ha conseguido sus niveles históricamente más altos de autogobierno?

 Todos esperamos la respuesta. La promesa de tropezar de nuevo con la misma piedra, formulada solemnemente por los más obstinados, es el reconocimiento de una rendición definitiva. La vuelta al catalanismo eficaz, gradualista y pactista, capaz de avanzar los pequeños pasos al modo europeísta en cada ocasión favorable, es la otra respuesta, que aún no se ha producido y la materialización de la cual está en la mano de Izquierda.

 El secesionismo estéril que hemos conocido, al contrario de lo que aparenta la impavidez de Oriol Junqueras, es la expresión de una profunda debilidad, de una enorme inseguridad y de una gran desconfianza en las propias fuerzas, una rendición, en definitiva . Quizás estamos a tiempo todavía de superar esta aparente huida hacia delante, convertida en humillante retroceso. Pero no es fácil romper el espejismo de una victoria inaprensible bajo el que se esconde una derrota tan contundente que ni siquiera se quiere reconocer como tal. 

Hay la valentía y la clarividencia que nuestra clase dirigente no ha tenido hasta ahora y que difícilmente se puede pedir a los ciudadanos sin el ejemplo previo de quienes pretenden dirigirlos."               (Lluís Bassets, El País, 19/01/20)

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