"(...) Lo que hay son frustraciones. En varias direcciones: el
independentismo, que ha visto como todo era, en el fondo y en la
superficie, un nuevo episodio en la batalla por la hegemonía entre dos
mundos que siempre han existido, pero en el campo nacionalista: el de
unas clases medias de orientación burguesa, las que se han movido
alrededor de Convergència, y las también clases medias y bajas que han bebido de las fuentes de Esquerra Republicana.
Una batalla en las pequeñas ciudades, en los pueblos, en las ciudades
medias y también en Barcelona. Ayer y hoy. Eso no ha cambiado. En los
años treinta y ahora.
La otra frustración está en el campo de unas clases medias-bajas que
no han tenido como referente esa cultura catalanista, que han aprendido
catalán en la escuela y en TV3,
que, sin rechazar toda la simbología y los propios ritos de la
catalanidad, han vivido en cierta medida de espaldas.
Sin embargo,
después de creer en esa sociedad en la que se han desarrollado, personal
y profesionalmente, han comprobado que se quería ir más allá, que las
ambiciones políticas y la lucha de poder existían, pero que, además, una
parte de ese mismo pueblo quería de verdad la independencia, y apostaba
por una sola mirada, sin pensar que no se puede dar un paso tan
importante en la política sin contar con grandes mayorías sociales, que
sean, al mismo tiempo, transversales.
Eso es una realidad.
No se puede ignorar. Pero también es posible
que, sin que las cosas puedan ser de nuevo iguales --no debería ocurrir
tampoco—, sí se podrían alcanzar nuevos consensos sin herir a nadie. La
crítica al independentismo se debe mantener.
Principalmente a los
responsables más evidentes: unos dirigentes políticos con nombres y
apellidos, que se han movido por diferentes intereses cruzados: Artur Mas, Oriol Junqueras, Carles Puigdemont, y también otros que se han movido en un segundo plano, como Francesc (Quico) Homs o David Madí, como plantea con claridad Josep Antoni Duran Lleida en la entrevista de este sábado en Crónica Global.
Pero se debe tener en cuenta, y eso lo debe saber cualquier
responsable político que desee alcanzar ese nuevo consenso interno, que
hay una semilla que crecerá en los próximos años, y que se sembró el 1
de octubre.
Toda una generación de jóvenes entiende que hubo un bautismo
político colectivo ese día, que las cargas policiales, más o menos
numerosas, pero que dejaron imágenes contundentes en las retinas de
cientos de miles de catalanes, suponen un motivo para defender la
independencia de Cataluña en las próximas décadas. Ese poso quedará. Y
no será positivo si no se sabe canalizar o si no se ofrece un diálogo
político franco que aporte soluciones viables. (...)
Ocurre, sin embargo, que una parte de ese independentismo parece que
no desea rectificar. Dejando claro que esa semilla del 1-O no se podrá
ni se deberá obviar, también es cierto que no se debería vivir de ello
de forma permanente. Resulta una fatalidad, y lo explican personas con
conocimiento y experiencia política, que esa parte de Cataluña, la
Cataluña catalana, haya encontrado, de nuevo, brindado por un Estado que
no supo administrar esa situación tan complicada, un motivo para el
lamento y el recuerdo, para vivir en el futuro con la sensación de otra
derrota, pero con cierto orgullo de ello, como ha pasado históricamente.
Estaría bien, por tanto, que esa empatía fuera recíproca. Y que el
independentismo irredento asumiera que hay una Cataluña que se ha
sentido también humillada, sin que hayan caído sobre sus espaldas, de forma física, palos y porras. " (Manel Manchón, Crónica Global, 16/03/19)
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