"Jordi
Amat (Barcelona, 1978) es filólogo y escritor. Acaba de publicar 'La
conjura de los irresponsables' (Cuadernos Anagrama), un ensayo sobre la
trama del procés y su reverso español en el que analiza las relaciones
entre Cataluña y el Estado, y el impacto de la sentencia del Tribunal
Constitucional que dinamitó el Estatut hace siete años.
¿Qué han aprendido los impulsores del procés?
La cuestión es lo que deberían haber
aprendido. Como estamos en campaña no hay señales de que hayan aprendido
demasiado. Siguen enfrascados en la propaganda. El éxito inesperado, y
tal vez ingestionable, es el 1 de octubre. Hay algo que deberían haber
aprendido: la independencia es posiblemente imposible.
La hipótesis de
la crisis de régimen que debía posibilitarla no se ha producido; ha
sucedido más bien lo contrario, que el régimen se ha reforzado a costa
de una degradación democrática que a su vez ha reforzado la estabilidad
del sistema.
Es algo que sería importante asumir para ver de qué manera
se puede recuperar el autogobierno. Eso no forma parte del debate en el
que estamos y es un problema porque ese es el debate.
La dificultad es
situar durante años el debate político en un terreno que se va alejando
progresivamente de la realidad. La gente es cautiva porque le estás
dando política emocional. No sé si se ha aprendido esa lección, pero es
la necesaria para volver a empezar. Vivimos en una anormalidad
institucional indiscutible.
El asunto es ¿cómo se retorna? No sé si se
puede volver al escenario previo al 6 de septiembre o al escenario
previo al procés. Seguramente no vamos a poder volver, pero nadie dice
con realismo a dónde queremos ir a corto, medio y largo plazo.
La
política admite grandes piruetas. Es lo que puede suceder el 22-D, pero
¿cómo se reconduce a los dos millones de personas que creyeron en la
utopía disponible, que dice Marina Subirats?
En realidad no tienes por qué
reconducirla. La gente puede seguir viviendo en esa utopía disponible.
El asunto es que los políticos deberían empezar a decir algunas
verdades. No me parece necesario el reconocimiento de errores, todos los
cometemos, lo que es necesario es un diagnóstico de cómo se llega al
colapso, del precio que se paga.
Lo que se necesita es un
restablecimiento de la verdad sobre qué puede y qué no puede hacerse,
cuál es el papel de las mayorías y las minorías. Necesitamos un
saneamiento del lenguaje para que los políticos vuelvan a decir las
cosas por su nombre y a enseñar a la gente qué es lo real.
Con la
intensidad emocional en la que estamos difícilmente podremos posibilitar
esa huida del relato que, para mí, ha sido tan nefasta para que la
política vuelva a estar más pendiente de la realidad que del relato,
porque esa es la única posibilidad. Sobre si causa decepción, no lo sé,
pero la gente agradece que le digan la verdad.
Desde
que Carles Puigdemont se refugió en Bélgica parece que su huida de la
realidad es creciente, ¿es parte de la estrategia de campaña?
Puigdemont es el primer presidente de la
Generalitat que es un independentista desde el arranque de su
trayectoria, no solo política sino ciudadana. Lo interesante de este
caso es cómo dentro de una fuerza como Convergencia –regionalista-
fueron madurando líderes independentistas potenciales.
Lo que veo como
problemático es que, en el caso Bruselas, se mezclan el drama personal,
la imposibilidad de asumir el fracaso al que se ha llevado
institucionalmente al país y la campaña. No ha recuperado lo que es un
problema desde el Artur Mas de 2012: no ser el presidente de todos. Es
algo que estas elecciones deberían empezar a solucionar.
No puede ser
que la gente que no le vota no se sientan interpelados por el presidente
de su comunidad. Es necesario para desarmar una dinámica de bloques que
beneficia a los extremos. No veo voluntad de corregir esa dinámica que
tiene consecuencias sociológicas más que políticas, y no son buenas. La
situación es anómala porque además estamos en una campaña que no puede
ser más excéntrica.
El 155 se plantea como un mecanismo de retorno a la
legalidad, es decir a la normalidad, pero a una normalidad que no existe
y lo inquietante es que las elecciones no van a resolver esa
anormalidad. Siempre he creído que deberán gobernar juntos partidos de
uno y otro bloque porque si no la gente sigue bloqueada.
En el
cierre de campaña del referéndum del 1-O en Montjuic, la diputada de la
CUP Mireia Boya llamó traidores a los Comuns. ¿Es peligroso un discurso
de buenos y malos catalanes?
Cuando interpela a los Comuns Boya dice
que Roma no paga traidores y que tendremos memoria. ¿Qué escenario de
futuro creas cuando le estás diciendo a alguien que no piensa como tú
que tienes memoria? Si yo he manifestado una discrepancia y lo
consideras una traición y dices que tendrás memoria.
¿Qué va a pasar
conmigo? Es un poco frívolo cómo se juega con este tipo de expresiones.
La frase “vamos a tener memoria” es parte del discurso de la
confrontación y si tienes memoria es que das por hecho que habrá
venganza.
Es un discurso que los años 30 tenía un nombre, los buenos alemanes, los malos alemanes.
No se puede hacer un uso banal del
lenguaje de la confrontación como si fuera irrelevante y no tuviera
consecuencias. Lo que pasa es que podemos jugar frívolamente con este
lenguaje porque a pesar de la anormalidad, porque vivimos en una
realidad grotesca, hay un marco de estabilidad que nos permite jugar y
no es el marco de los años 30.
De alguna forma el nacionalismo necesita que el juego sea eterno.
Hay dos frases de Jordi Pujol que no están en La conjura de los irresponsables
pero las tenía muy presentes al escribir el libro.
Tras el pacto de
Majestic en 1996, en la primera legislatura de Aznar, en la que hablaba
en catalán en la intimidad, TV3 preguntó a Pujol, “¿cuándo termina el
proceso de construcción nacional?” Él respondió, “la nación nunca se
acaba de construir”. Varios años después, siete u ocho años del arranque
de la primer legislatura Maragall, varios políticos catalanes fueron a
Salamanca para resolver el asunto del archivo y la documentación de la
Guerra Civil.
Carod Rovira cuenta que al volver a Barcelona se encontró
con Pujol. Le preguntó si consideraba bueno el
pacto alcanzado, y él respondió, “no, esto es un desastre, las heridas
siempre tienen que seguir abiertas”. El asunto es si se quieren o no
suturar. No se ha querido suturar la del Estatut de 2010. ¿Entiende el
Estado que deberá suturar la que provocó el 1 de octubre? Al día de hoy
no.
No asume que la gestión del Estado fue ese día una catástrofe. Hay
una herida abierta, una herida instrumentalizada por los nacionalismos
eternamente. Y mientras esa herida siga instrumentalizada habrá
conflicto y mientras haya conflicto habrá colapso y mientras haya
colapso no volveremos a la normalidad.(...)
Después
del 21-D se abren dos escenarios. Si el Estado Central es inteligente,
que ya sería mucho suponer, se logre bajar la cifra de independentistas
al 30% o si se hace mal que suba a 75%. Con un 70% la Declaración
Unilateral de Independencia sería posible.
El
principal error del independentismo fue no asumir que las elecciones de
27 de septiembre de 2015, planteadas como plebiscito, se perdieron y
obligaban a replantear la estrategia. Ese error precipita una serie de
decisiones equivocadas.
¿Qué porcentaje necesita el independentismo para
que la comunidad internacional perciba la existencia de un mandato
democrático indiscutible?. No lo sabemos, pero está claro que con 75%
todo sería distinto. Lo que nos dicen los datos electorales de los
últimos años es que los bloques se han movido poco. La sociedad catalana
es, y durante muchos años lo ha sido para bien aunque ahora lo
complica, una sociedad mezclada.
Esa mezcla no ha sido problemática
cuando existía un consenso amplio en cuestiones que no fuesen
identitarias. Si después de lo que ha sucedido, y de la ingeniería
social que el independentismo manejó de manera brillante, no ha
conseguido sumar más en los tres últimos años, veo difícil llegar a 75% a
corto o medio plazo. (...)
¿Pudo el Estado actuar de otra manera para evitar lo ocurrido?
¿Por qué no evitó que esta gente se
tirara por el precipicio? Llega un momento, por error de omisión o
desidia, en que entienden que se van a tirar por el precipicio. No
impiden la espiral, la aceleración, porque quieren que se tiren por el
precipicio.
Esto me parece irresponsable. La cuenta de resultados del
procés es negativa en casi todo. ¿No habremos creado las condiciones
necesarias para que el nacionalismo español de vocación uniformizadora
tenga la coyuntura óptima para hacer lo que no podía en otro contexto?
Es decir, ¿tan poco se pensó en la correlación de fuerzas y las
consecuencias que tiene asumir un desafío de esta naturaleza donde
entran en conflicto culturas nacionalistas y que la hegemónica que es la
que tiene el poder encuentre la coartada para avanzar en su vocación
unificadora? ¿No se pensó de verdad en eso? Porque hemos creado las
condiciones para que suceda.
¿Nadie lo advirtió dentro del Govern?
En nuestra vida civil no está asumida la
discrepancia. Las élites que nos gobiernan no entienden que para ellos
es mejor tener gente que les diga lo mal que lo están haciendo, pero
sólo quieren aduladores. No se ha privilegiado desde el punto de vista
institucional a las voces que contrapesaban el relato. No se han asumido
razones del otro como un capital político, algo que debía pautar las
decisiones que se iban tomando. (...)
Se
ha perdido el control del lenguaje. Se habla de golpe de estado, de
estado de excepción, etc. Todo está situado en unos máximos. Si los
discutes eres un traidor.
Tiene
que ver con la educación democrática. Es un poco decepcionante que
después del período más largo que hemos vivido de democracia en siglos,
aún no hayamos consolidado una educación del funcionamiento del sistema y
de las palabras, o del cuidado que hay que tener con el uso de las
palabras sagradas en la mecánica democrática.
Hace unos años se puso de moda el story telling
y el relato y creo que ha sido nefasto, fue un falseamiento de la vida
política, era como si la política fuesen palabras. Lo importante no eran
las acciones políticas sino tener un relato interesante. Eso aleja a la
gente de la realidad, son más fácilmente instrumentalizables porque
viven en un mundo de palabras y esas palabras mutan sus sentidos.
No
hemos tenido mecanismos de rectificación, no hemos sabido invertir la
dinámica en virtud de la cual el poder nos iba imponiendo su propio
diccionario. Escribí un libro denunciando lo que me pareció una deriva
en algunos de los intelectuales más reconocidos de Cataluña convertidos
en orgánicos del procés.
No esperaba que me aplaudiesen. Pero debía
restablecerse la dignidad de esa palabra: intelectual crítico. Hay una
nueva hegemonía intelectual relacionada con el poder que ha limado la
parcialidad de la crítica interna.
¿Podría ayudar en el aterrizaje en la realidad una solución satisfactoria en el reparto económico de las autonomías? ¿O ya es tarde?
Nunca
es tarde. Necesitamos una solución política para salir del colapso
institucional y regresar a la normalidad que es algo que las sociedades
Española y Catalana necesitan. No podemos vivir durante periodos largos
con un clima de tensión emocional y de perversión de lenguaje como en el
que estamos.
Cualquier medida inteligente para que la vida política sea
más eficiente ayudará a desacelerar el nivel de emocionalidad en el que
estamos instalados. Eso es lo que esperamos de los políticos. Lo que
espero de ellos es que si hay un problema con los trenes de cercanías en
Barcelona lo resuelvan.
Me parece difícil que se sienten a hablar sobre
si puede haber un referéndum.
La única manera de que la ciudadanía pueda dejar de pensar en Ítaca y
comience a pensar en que su tren pueda salir puntual es que su tren
salga puntual. Si hay una reivindicación que puede ser compartida sobre
las políticas ferroviarias, pues los gobiernos la compartan. Si hay un
problema de financiación en los servicios traspasados por el gobierno
entre las comunidades, pues que arreglen eso. (...)
¿Va
Cataluña hacia un euroescepticismo? Empiezan a sonar las frases ‘Europa
nos ha traicionado’ o ‘ya no queremos estar en Europa” ¿Eso es aún
minoritario?
Creo
que por suerte es muy minoritario. Es el discurso de la decepción ante
lo que ha sucedido. En lugar de asumir las flaquezas propias,
transfieres la responsabilidad. Como ya no la puedes traspasar a Madrid
las traspasas a Europa porque no nos ha ayudado Es una respuesta banal
porque es una respuesta brexiter." (Entrevista a Jordi Amat, Ramón Lobo, eldiario.es, 17/12/17)
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