"¿De dónde viene el apoyo al secesionismo? ¿Es éste el fruto de un choque
de legitimidades, de ideas conflictivas sobre la democracia, de una
crisis constitucional? ¿O es ésta la expresión de antagonismos
estructurados por variables más profundas?
Un diagnóstico que parece haber cuajado es que el auge del
independentismo en Cataluña es una consecuencia directa de la sentencia
del tribunal Constitucional. Esta idea se ha vuelto tan general, que es
la base sobre la que se asientan las distintas soluciones a día de hoy. (...)
Este relato es también la base de la percepción del conflicto como uno entre ‘el estado de derecho‘ y ‘el derecho a decidir‘. También es la base de lo que llamaría la tesis de la estafa.
Según esta idea, Cataluña había llegado a un acuerdo de autogobierno
con el estado Español. Pero este último encontró una forma de saltarse
al acuerdo. Lo que observamos ahora es la reacción natural a la ruptura
de la confianza. (...)
En el futuro los historiadores se pondrán de acuerdo sobre lo que
pasó. Pero este relato contradice de forma bastante abierta mis
recuerdos. Hace dos años intenté ofrecer una idea interpretación
alternativa de la historia sobre la sentencia del constitucional (aquí y aquí). He descubierto dos textos (aquí y aquí) que van en la misma dirección. En este post me gustaría ofrecer un esbozo de una explicación alternativa.
El consumo y el nacionalismo
Si miramos los datos de apoyo al soberanismo, la idea de que es el
resultado de la sentencia del constitucional parece tener cierto apoyo:
hay, en efecto, un aumento que sigue immediatamente a ésta. Esto, en mi
opinión, no es suficiente para explicar el fenómeno que venimos viendo, y
se enfrenta a varias tensiones que enumeran los dos artículos
anteriores.
Lo que ocurre en Cataluña con la sentencia del Estatut es sobre todo
un acto de cristalización, de comunión en un relato común, de un
conjunto de sentimientos políticos que estaban latentes en la sociedad,
no sólo Catalana, sino también española. Esto es lo que llamaré la tesis
de la crisis de expectativas: la puesta de manifiesto de las contradicciones entre las promesas y las realidades del régimen económico.
Entre 2008 y la actualidad, en España sufrimos una gran conmoción generada por la crisis económica. Tras casi quince años de euforia económica y deterioro institucional, en la que el país gastaba mucho más de lo que producía, tuvimos que encajar un ajuste en el consumo casi sin precedentes.
El consumo es la parte de la economía que afecta de forma más directa a nuestros estándares de vida. Especialmente,
el gasto en bienes de consumo duraderos, que son los que dependen más
del crédito, son los expresan un estatus, que traducen las aspiraciones y
las promesas que alimentamos como consumidores, pero también como
ciudadanos.
Las cicatrices de este impacto se pueden ver en muchos sitios. En la
prensa o los relatos orales, el trauma colectivo es palpable. Esto
cristalizó en varios realineamientos que, aún hoy, una vez que el shock
se ha ido levantando, seguimos aguantando: la gente empezó a pensar que
se gastaba ‘poco’ en distintas partidas de gasto. Muchos votantes
abandonaron a los partidos tradicionales.
Otros, abandonaron físicamente el país. España, sus instituciones, el régimen del 78, sus
partidos todo lo que asociamos a ella, como statu quo o como proyecto,
se convirtió en algo muy poco atractivo. Especialmente para los jóvenes-
y de eso trata el libro que sacaremos en noviembre.
Mi sensación es que el auge del independentismo traduce exactamente esta crisis de expectativas.
Naturalmente, para un tendero de Cuenca, independizarse es una idea
estrambótica.
Pero para un grupo de gente con poco apego por el resto de
España, que ya tenía la idea de la independencia flotando el aire, el
independentismo está sólo un poquito más allá. El independentismo
Catalán es la cristalización entre los nacionalistas del sentimiento colectivo de descontento y frustración que sufre todo el país con la crisis económica.
Mi percepción es que esta hipótesis es una interpretación plausible
de lo que se observa en los datos, al menos igual que plausible que la
idea del estatut.
Ésta explica que el apoyo a la secesión sea particularmente alto entre un grupo particularmente conservador, como la oligarquía nacionalista.
Para las clases medias y altas (y especialmente lo jóvenes) y la gente
con talante conservador del resto de España, el shock que ocurre con la
crísis no tiene muchas salidas políticas.
Votar a un partido antisistema
no es demasiado atractivo, como tampoco lo salir a la calle a
protestar. Su fortuna está demasiado ligada a las instituciones. Lo
máximo que pueden hacer es votar a Ciudadanos.
Esto no es así para su equivalente catalán. El conservadurismo catalán ha percibido históricamente la Generalitat como su coto de caza privado
y ha aspirado históricamente a tener una mayor influencia sobre las
decisiones políticas.
Y muchos grupo de interés y de intelectuales
aspiran a tener una cuota de poder en el nuevo estado a la que no
podrían aspirar en Madrid. La secesión es la estrategia revolucionaria de la burguesía catalana.
El descontento con la crisis cuaja en un movimiento político
articulado y exitoso en Cataluña, y no lo hace en el resto de España,
precisamente por su dimensión de clase. En el resto de España, el
descontento con la crísis divide a la izquierda en una coalición
estratégicamente incapaz de tomar el poder.
En Cataluña el bloque antisistema nacionalista está cohesionado por el papel pivotal de la burguesía.
Ésta puede aportar recursos (empezando por la instituciones del Estado,
pero también recursos económicos y mediáticos) que la coalición
antisistema no dispone en el resto del territorio.
La derecha catalana no apoyó la reacción frente a los recortes o la
política de ajustes, pero sí puede coordinarse con la izquierda
nacionalista en un proyecto común.
Esto es lo que lleva al diputado
Rufián a decir que “El procés fue nuestro 15M“. La diferencia con el 15M, es crucialmente el carácter pequeño burgués del procés, es decir, que éste se hace con apoyo pivotal de las clases medias y altas.
El procés es el sistema por el que el capitalismo catalán
avanzado, y las élites que lo dominan hace frente a sus antinomias
nucleares. Para las élites catalanas, el Estado español funciona como
chivo expiatorio, que les permite evitar hacer frente a 30 años de gestión corrupta y patrimonialista del gobierno catalán (un modelo de gestión, que ha explicado la compañera Elena Costas, sigue siendo muy actual). Para las clases populares, sumarse al proyecto también tiene atractivo.
Como explica Moses Shayo en su ya clásico artículo, la
identidad nacional permite dar salida a las frustraciones creadas por
las reivindicaciones de clase. Para todos ellos, la independencia es el receptáculo en el que proyectan sus aspiraciones (en conflicto). Sobre el borde del camino quedan los que tienen menos razones para sumarse.
Las fortalezas del análisis de contradicción
Una fortaleza de esta idea es que hablar de expectativas permite entender por qué colectivos con estatus socioeconómicos e intereses de clase muy distintos pueden coordinarse políticamente en
una propuesta común. No estamos hablando de que los más perjudicados
por la crisis se hicieran secesionistas. Lo importante no es el tamaño
shock, sino la brecha con la autopercepción de tener derecho a algo (el sense of entitlement en inglés).
Otro atractivo de esta idea es su generalidad. Frente a las
explicaciones basadas en una historia de encuentros y desencuentros
entre Cataluña y España, que solo puede entenderse como un fenómeno
idiosincráticamente español, esta explicación permite entender la
revuelta liderada por las clases medias y altas catalanas como una aplicación simple de la lógica de la lucha de clases.
No como una idiosincrasia del territorio, sino como una expresión en Cataluña de la ola de resentimiento que ocurre en toda España.
Este descontento no es la traducción de una emoción emergente o de una
historia singular: es la expresión de un conflicto que ocurrió en toda
España, y en alguna medida, en todo el mundo.
El conflicto Catalán visto así encaja también dentro de la dinámica histórica del nacionalismo catalán. El nacionalismo ha estado históricamente asociado a momentos crisis del proyecto nacional de España, y liderado por lo que David Laitin llama emprendedores étnicos. Los historiadores suelen hablar, por ejemplo,
de la efervesciencia política del nacionalismo de finales del XIX, como
la traducción Catalana de la crisis colectiva que sufrió el país tras
el ‘desastre’ del 98.
Entonces, como ahora, un gran shock
económico (la pérdida de los mercados de ultramar para la burguesía
industrial) suponía un serio revés para las aspiraciones económicas de
la coalición de clase hegemónica en Cataluña, y su expresión política
fue el proyecto nacionalista.
La persistencia tozuda de la dialéctica
Es frecuente encontrar estos días aproximaciones al problema catalán que apuestan por dejar en un segundo plano conflictos
que han demostrado ser inherentes a la lógica del capitalismo maduro,
apostando por análisis legalistas o institucionalistas. Un notable intelectual moderado sugería recientemente que esta dimensión era sólo una parte de la historia. Sin embargo la idea de que los conflictos políticos reflejan tensiones y alianzas de clase no es una idea extravagante: es una de las ideas más antiguas, sólidas, y ortodoxas de la ciencia moderna.
Si mi análisis de clase fuera acertado, el análisis basado en el
relato sobre la sentencia del Estatut -que enfatiza la importancia de la
negociación, el simbolismo y la identidad- puede no ser desacertado:
como me recordaba una amiga la frase de André Malraux ‘No era verdadero ni falso, era vivido‘. Pero mi intuición es que el engranaje que coordina los intereses del bloque de poder nacionalista no se desactivará sólo con simbolismo y rituales electorales." (Luis Abenza, Politikon, 16/10/17)
No hay comentarios:
Publicar un comentario