"(...) Elena Ibor trabaja en la Agencia Tributaria. “He llamado a varias
personas para que estuvieran aquí. Y no querían venir. Y las entiendo
perfectamente”, dice. “Gente que trabaja en la Generalitat, gente que
tiene negocios de cara al público, profesionales, médicos… que son
catalanes y hablan catalán. Y se tienen que callar porque no se puede
dar la cara. La gente está deprimida”.
Es el caso de Candela, que no se llama Candela. Y que aunque quiere
contar lo que está viviendo no se atreve a pasar de la llamada
telefónica. Economista de 46 años lleva diez en Cataluña. Su marido y
ella decidieron instalarse aquí después de una temporada en Escocia.
Nunca imaginaron que una década después en el vecindario les iban a
llamar fachas. Candela habla de un agobio que se hace ya insoportable.
“Mi marido y yo consideramos que esta es una sociedad rota y por eso
hemos decidido buscar otro sitio”.
Y no es la única que está pensando en hacer las maletas. Benjamín
López vive en Tarragona hace 42 años, pero siente que su ciudad ya no es
la misma. Ni le gusta enfrentarse con sus vecinos ni con sus amigos, ni
el clima enrarecido con el que se encuentra cada día.
Por eso su mujer,
que es funcionaria de la Generalitat, y él ya han decidido empezar una
nueva vida en Almería, donde tienen algunos familiares. Es el mismo
camino que eligió Alba Estela, que habla con seudónimo a pesar de que ya
no vive en Cataluña.
Esta funcionaria de 56 años soñaba con jubilarse
en Madrid y regresar a casa, pero las relaciones con su familia se han
tensado tanto que ahora tiene dudas. Dice que desde que su hermana se
hizo independentista, todo ha cambiado. “Es un sufrir muy grande”, se
lamenta.
Juan Carlos de Miguel, un directivo de banca prejubilado, llegó a la
ciudad en 1978. “Llevo aquí 39 años y nunca he notado un sentimiento de
proximidad. Vivo fenomenalmente, pero nunca he visto que hacia España
hubiera cercanía. Siempre es: España, bah…” – y mueve la mano como quien
espanta un insecto molesto- “Hasta la palabra España noto que suena mal
en mi entorno”.
Él no se plantea marcharse, pero algunos amigos suyos
ya han tomado la decisión. “Tengo un amigo que la mujer es de origen
sevillano y el otro día después de lo que pasó en el Parlament, me dijo:
vendo todo y me voy a Sevilla. Y es catalán pero catalán, catalán”.
No tiene tanto que ver el origen ni la postura política, como la
posición que se ha adoptado con respecto al ‘procés’. Ese artefacto de
metamorfosis que lo primero que ha cambiado han sido las relaciones
familiares. Germán Fernández-Moreno, guionista y escritor con una doble
titulación en la Pompeu Fabra y una beca Fullbright, ha regresado a su
ciudad después de una temporada trabajando en Los Ángeles.
En su casa
han llegado al punto de que todo se desborda no ya cuando hablan de la
situación, sino simplemente cuando se preguntan cómo van a tratar lo que
está pasando. “Ni siquiera planteamos un debate de fondo sobre la
cuestión, planteamos cómo vamos a abordar el debate sin que haya un
cisma. El otro día a mi padre casi le da un infarto”. Germán no es
independentista, pero su hermana política sí.
“Es una de las personas
que está en el Govern organizando todo esto y yo la quiero mucho, pero
¿cómo vamos a estar bajo la premisa de no poder hablar de nada?”. Y
aunque él se debate entre la posibilidad de marcharse de nuevo a Estados
Unidos y quedarse para contar lo que está viviendo como mejor sabe
–escribiendo obras de teatro y guiones- su madre ya tiene en la cabeza
cambiar Barcelona por Málaga.
José Fontelo, jubilado, es el otro catalán del grupo. En cuanto
empiezan a hablar de abandonar Cataluña, asiente con cierta pena “Yo me
lo estoy planteando”. Si no se ha marchado ya es porque su hijo vive y
trabaja aquí. Aquí tiene a sus nietos y por ellos está preocupado. De
momento se ha conformado con abandonar el grupo de wahstapp que
compartía con la familia porque era el único que se sentía español y lo
decía.
Cuenta Elena Ibor que esa gran diáspora se está viviendo ya en la Agencia Tributaria, donde trabaja. Ella lo llama la estampida.
Le basta con un ejemplo: a las clases gratuitas de catalán que se
imparten en horario laboral, este curso no se ha apuntado nadie.
“El año
pasado había ciento y pico personas para estudiar. Y este año han
tenido que suspender hasta el panel de traslados, que salía esta semana…
porque como salga no queda un funcionario en Barcelona. Gente que lleva
aquí quince o veinte años está pensando en marcharse. Ha llegado el
momento en el que la gente ha dicho basta”. (...)" (El País, 08/10/17)
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