"(...) Como casi todos los vocablos empleados en política, la palabra nación
es polisémica. Hay otro significado de la palabra nación, no político,
sino metafísico.
La nación sería un ente cultural, una comunidad unida
por el sentimiento de «sentirse nación». Tendríamos así la nación de
José Antonio Primo de Rivera: «Una unidad de destino en lo universal»; o
de Prat de la Riba: «Una comunidad natural, necesaria, anterior y
superior a la voluntad de los hombres, que no pueden ni deshacerla ni
cambiarla».
Estas definiciones esencialistas de la nación nos recuerdan
la afirmación de Herbert Lüthy: «Todas las discusiones sobre el
nacionalismo en general están marcadas por una esterilidad prolífica y
relumbrante característica de las discusiones sobre objetos indefinidos e
indefinibles… Nos enfrentamos aquí con el umbrío espacio de la
psicología colectiva, que escapa a la consciencia racional.
Todo intento de definir ‘la nación’, ‘la idea nacionalista’ o ‘el
sentimiento nacional’ termina en el misticismo o en la mixtificación».
Sólo por medio de estas definiciones metafísicas y nebulosas se puede
concebir la posibilidad de una «nación de naciones», soberana en un
nivel, metafísica en el otro.
El problema serio que se plantea, sin
embargo, es que la nación metafísica más tarde o más temprano querrá
convertirse en soberana, y ello producirá inevitablemente un choque.
La expresión, por todo lo anterior, es un dislate palmario que rara
vez se oye o lee fuera de nuestro país. Afirma Georges Brassens en una
de sus inigualables canciones que para el amor no se pide a las chicas
que hayan descubierto la pólvora. Lo mismo podría aplicarse en materia
de política a los políticos, a quienes tan poco se les exige
intelectualmente.
Pero a los profesores de Ciencia Política sí se les
puede exigir un poco más y al parecer el Sr. Iglesias lo es o lo ha sido
(es de suponer que ahora esté en excedencia). Sería oportuno que el
profesor nos dijera si es consciente de la contradicción inherente a su
idea de «plurinacionalidad» y también qué otro país actual podría citar
que sea también una «nación de naciones».
Porque, a mi parecer, no existe nación en la faz de la tierra que se
defina como tal. Pudiera quizá aplicarse el término al Reino Unido que,
al fin y al cabo es, como su propio nombre indica, una unión de reinos, y
donde los británicos no tienen empacho en llamar a Escocia nación.
Los
Estados Unidos, a quien algún historiador ha definido como nación de
naciones, no lo es en absoluto. Es, indudablemente, una república
federal, y en los años de su nacimiento tuvo algunos caracteres de
confederación (esto es, federación de estados soberanos), pero ningún
estado norteamericano pretende hoy constituir una nación o ser soberano.
El intento de secesión de los estados del sur (que se llamaron
confederados) en 1861 se saldó con una guerra terrible, que perdió la
confederación, y desde entonces allí la idea periclitó.
En el caso del Reino Unido es cierto que Escocia y, en ocasiones,
Gales, son llamadas naciones, pero sólo Escocia ha pretendido recuperar
su soberanía en 2014, en un referéndum donde claramente perdieron los
soberanistas.
Este referéndum fue posible en gran parte porque la
Constitución inglesa no está escrita, y por lo tanto es muy elástica; y
porque la unión de Inglaterra y Escocia tuvo lugar por medio de un
tratado en 1707, lo que permitía suponer que ambas partes podían
denunciarlo de mutuo acuerdo.
Entre otros países del pasado de los que se pudiera decir que fueron
naciones de naciones está, por ejemplo, la Unión de Repúblicas
Socialistas Soviéticas, que supuestamente estaba integrada por
repúblicas autónomas (o quizá soberanas, como Ucrania, que tenía
representación separada en las Naciones Unidas), pero que estuvo
controlada férreamente desde Moscú mientras se mantuvo la dictadura
comunista, para luego disolverse en un abrir y cerrar de ojos en 1991,
cuando el centro de poder en Moscú fue reformado, dejando una estela de
violencia hasta tiempos muy recientes.
Otros países que quizá hubieran merecido este nombre (aunque nadie se
lo dio) fueron el imperio austro-húngaro y el imperio otomano, que se
desintegraron durante la primera guerra mundial después de varios siglos
de incómoda coexistencia. Otro ejemplo más reciente y efímero fue la
república federal (antes reino) de yugoslavia, resultado de las
desintegraciones de los imperios austríaco y otomano. Yugoslavia estaba
compuesta por una serie de estados que desde la primera hasta la segunda
guerra mundial coexistieron bajo un monarca. Tras esta última guerra,
yugoslavia se convirtió en una dictadura comunista bajo la férula del
mariscal Yosip
Broz, más conocido como Tito.
A la muerte de este en 1980, la república yugoslava comenzó a
descomponerse, proceso que degeneró en una atroz guerra civil cuyos
espantosos episodios genocidas muchos recordarán, que terminó con la
total desintegración del país y que dio lugar a largos juicios
internacionales por genocidio y crímenes contra la humanidad. (...)" (Gabriel Tortella, El Mundo, 08/01/16)
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