"(...) ¿Cómo hemos llegado a esta situación de desencuentro? ¿Quiénes han
impulsado en los últimos años los valores del reconocimiento y aprecio
recíprocos, de las identidades superpuestas, de la solidaridad social y
territorial, de la equidad económica, de la desactivación de los
prejuicios y de los estereotipos? Escucho las manifestaciones de los
separatistas y detecto exageraciones manifiestas.
Leo los
posicionamientos más españolistas y no acabo de descubrir del todo su
aprecio por aquellos a quienes no se desea ver escindidos del estado
español. En muchas de las posturas de unos y otros el exceso de
demagogia (presentación sesgada e interesada de la realidad) es palmario
y el reconocimiento de la verdad que se encuentra en los argumentos
contrarios, casi nulo.
En este terreno, los sentimientos tienden a independizarse de los
argumentos y, una vez que los primeros alcanzan cierto nivel de
“ebullición”, resulta muy difícil su cambio de orientación, haciéndose
irreversibles.
Como ocurre en el ámbito deportivo, las identificaciones
acaban teniendo un fuerte componente de visceralidad. Difícilmente un
madridista reconoce con naturalidad la extraordinaria calidad de Leo
Messi o el magnífico juego del Barça de los últimos años y resulta
igualmente extraño encontrar a aficionados “culés” dispuestos a admitir
la calidad de Cristiano Ronaldo y sus compañeros.
La estrategia del
diálogo protagonizada por Xavi Hernández e Iker Casillas -cuando la
rivalidad Madrid-Barça había desbordado la dimensión deportiva- tiene
habitualmente menor comprensión y mayor coste social que la de “picar”
al rival como han hecho otros protagonistas de estas polémicas a quienes
no voy a mencionar.
Tuve ocasión de visitar Yugoslavia en 1990 y todas las personas con
las que hablé coincidían en pensar que, más allá de las típicas
rivalidades regionales, el estado Balcánico permanecería unido tras el
proceso de democratización.
Esta opinión era aún más nítida entre los
numerosos yugoslavos que vivían en el extranjero. No obstante, recuerdo
un intercambio de noticias periodísticas que ya alimentaba un recelo o
enemistad que, a la postre, no pudo reconducirse.
Ante la posibilidad de
que se produjera la escisión de Eslovenia del resto de Yugoslavia, en
un periódico de Montenegro apareció el siguiente titular: “Si los
eslovenos optan por la independencia, los montenegrinos dejaremos el
pico y la pala para coger los fusiles y defender la unidad del país”.
La
contestación no se hizo esperar y en un periódico de Eslovenia al día
siguiente se afirmaba: “Los montenegrinos, con tal de no trabajar, son
capaces de abandonar el pico y la pala con cualquier excusa”. Como
español no me costó nada imaginar la trasposición de este intercambio de
mensajes al escenario de nuestro país.
Resulta relativamente fácil -especialmente en épocas de crisis-
argumentar señalando fuera el origen de todos los males. Siempre
podremos descubrir que en algunos aspectos somos distintos y que, en
otros, estamos discriminados dentro del conjunto: los ricos porque
aportan más, los pobres porque están peor… Cualquiera podría pensar que
Yugoslavia era un estado inviable con dos alfabetos, tres religiones,
cuatro idiomas, enormes diferencias económicas entre el Norte y el Sur,
etc.
Pero no son la razones históricas o la diferencias culturales y
económicas las “causas” de las separaciones, sino la interpretación
política de las mismas y su gestión. De otro modo resultaría
incomprensible que Francia y Alemania con dos guerras mundiales y
millones de muertos de por medio, pudieran proponerse crear un espacio
económico, monetario y político común, aceptando una sensible pérdida de
soberanía. Lo que importa no es tanto el pasado, sino lo que se desea
construir en el futuro.
Y es en este terreno en el que, considerando un valor muy positivo el
del mantenimiento de la integridad del estado español -porque su
ruptura nos perjudicaría seriamente a todos-, echo de menos entre
nuestros dirigentes políticos y líderes intelectuales una masivo
posicionamiento a favor del entendimiento, el diálogo y la cooperación.
Existen honrosas -pero insuficientes- excepciones.
Podemos ser más
catalanes, más españoles, más europeos y, sobre todo, más universales.
Porque en un momento en el que la globalización económica no está yendo
acompañada de la globalización de la ciudadanía y de los derechos
humanos, la solidaridad con los cercanos no puede realizarse a costa de
la insolidaridad con los lejanos.
Romper siglos de convivencia e
interdependencia, crear nuevas fronteras, convertir el tesoro de las
lenguas en barrera entre las personas no me parece la opción política
mejor para todos, especialmente para los más débiles." (Pedro José Gómez Serrano, Profesor de Economía Internacional y Desarrollo de la Universidad Complutense de Madrid, Econonuestra, 05/10/2015)
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