"Para comprender el éxito del independentismo necesitamos entender mejor cómo funcionan los mecanismos mentales y emocionales que dan lugar al surgimiento de las mayorías.
Los grupos se aglutinan a partir de una ideología común. La ideología
es un sistema cognitivo coherente y cerrado. Los elementos de que se
compone son simples, cuanto más simples, mejor. (...)
Hoy sabemos que más importante que la realidad en sí misma es la imagen y
la interpretación simbólica que hacemos de ella. La realidad es
inabarcable, compleja, contradictoria, crea desazón y provoca
inseguridad. Necesitamos simplificarla, dotarla de sentido y
consistencia.
El independentismo es la ideología dominante hoy en Cataluña.
Funciona como un conjunto de ideas y creencias simples que se
autorrefuerzan y retroalimentan constantemente. Los hechos que provocan
una disonancia cognitiva, o se ignoran o se rebaten con otros que se
consideran irrefutables.
El esfuerzo mental no se dirige a comprobar la
verdad y objetividad de los hechos, sino a reafirmar las propias ideas y
creencias. La ideología funciona como un todo que no permite fisuras;
la aceptación de cualquier idea discordante obligaría a reestructurar
todo el sistema, pasando por momentos de angustia e incertidumbre.
El independentismo se basa en el nacionalismo (identificación con un
territorio, una lengua y una cultura, etnicismo, sentimiento de
superioridad, etc.) al que se añaden algunos elementos y se disimulan
otros como la xenofobia o la tendencia hacia el totalitarismo. El
independentismo ha dotado al nacionalismo de un objetivo inmediato:
convertir cuanto antes a Cataluña en un Estado Independiente.
Decimos que el independentismo es un constructo mental basado en
ideas simples. No vamos a enumerar esas ideas y creencias. El “España
nos roba” ha sido una de las más eficaces, por más que choque contra la
verdad de los datos. ¿Pero por qué la ideología independentista ha
demostrado ser tan eficaz?
El secreto de la fuerza ideológica reside en la movilización de la
energía emocional del individuo a través el mecanismo psíquico de la
identificación. Lo fundamental es lograr que cada individuo se
identifique personal y emocionalmente con la idea y la imagen de una
Cataluña independiente.
La idea de sí mismo, su imagen e importancia
personal, el núcleo básico de la propia identidad, queda así ligado y
comprometido al destino del pueblo catalán. Un pueblo cada día más
entregado e imbuido de la épica heroica del débil contra el poderoso,
del oprimido contra el opresor.
Hay que comprender este mecanismo de identificación. Se trata de un
proceso natural. No podemos vivir sin el reconocimiento social de los
otros, sin sentirnos apoyados y protegidos por el grupo, sea el que sea,
empezando por la familia, pero también por el entorno en que nos
movemos.
No podemos vivir en un estado permanente de alerta bajo la
amenaza del rechazo social, la exclusión o la marginación. Buscamos la
aprobación del grupo y nos conformamos a sus normas para sentirnos parte
de él.
El dominio territorial, la posesión y defensa de la tierra, es quizás
el rasgo más primitivo de la identidad de un grupo. Por muy ancestral
que sea, este sentimiento de propiedad territorial pervive detrás de
cualquier ideología nacionalista. Cataluña es de los catalanes (sobre
todo de “los de toda la vida”), por eso Cataluña será lo que ellos
quieran. En esta lógica territorial identitaria se asienta la
legitimidad imaginaria del independentismo.
El sentimiento de desarraigo produce la necesidad de buscar el
reconocimiento del grupo socialmente dominante, en este caso el de los
dueños “legítimos” del territorio. El uso del catalán, la asimilación y
el mimetismo cultural son el mejor medio de lograrlo. Los hijos de los
primeros emigrantes no quisieron vivir el doble desarraigo de sus padres
(rechazados en su tierra de origen y nunca integrados del todo en
Cataluña), así que una parte importante optó por identificarse con el
catalanismo. Fue un proceso hacia la búsqueda de identidad.
Los conversos, para borrar sus orígenes, catalanizaron sus nombres y
apellidos o incluso los borraron, como ha hecho Luis Franco Rabell, que
ha pasado a ser Lluís Rabell. La identificación de estos nuevos
catalanes con la idea de una Cataluña independiente, a falta de otros
modelos de identidad, parece inevitable.
Al hacerse independentistas estos nuevos catalanes logran una
compensación psicológica que les hace olvidar su origen y las
experiencias de desprecio y desdén que sin duda han vivido en algún
momento de su vida. Ahora, identificados con el independentismo, la idea
y la imagen de sí mismo encuentra una estabilidad y una seguridad que
la identificación con lo español no les proporciona, sino todo lo
contrario.
Aumentan, además, sus expectativas de ascenso social o simplemente la
posibilidad de encontrar un trabajo. Por tanto, existe también una
lógica emocional y psicológica que apuntala la eficacia ideológica del
independentismo.
Desmontar la racionalidad interna del independentismo no va a ser
tarea fácil ni de un día, en el caso de que alguien se lo proponga.
¿Tienen de esto alguna idea los políticos?" (Santiago Trancón, Crónica global, 01/10/2015)
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