"(...) es indudable que muchos catalanes se sienten profundamente agraviados
por el supuesto expolio fiscal que sus gobernantes autonómicos no
cesaban de repetirle que existía por parte de España.
Pero ahora resulta
que hemos tenido noticia de que, en todo caso, no es Cataluña la
comunidad peor tratada fiscalmente. Lo lógico en cualquier persona
razonable —hooligans y fanáticos al margen, claro está— sería entonces
reconsiderar dicho sentimiento, una vez confirmado que se basaba en un
error (por cierto, inducido por quienes pusieron en circulación el
eslógan España nos roba, todos los cuales en este momento parecen haber
desaparecido, resultando imposible encontrar a un solo soberanista que
reivindique no ya la paternidad sino ni tan siquiera el empleo en alguna
ocasión de tan reiterada frase).
(...) ¿aceptarían el argumento inverso, esto es, que algo hay que hacer cuando
tantos españoles comparten el sentimiento de irritación ante unos
catalanes a los que consideran unos aprovechados de tomo y lomo, siempre
chantajeando al gobierno central de turno e insaciables en sus
reivindicaciones?
Doy por descontado que no, y que descalificarían la
irritación de esos otros con el argumento de que se basa en el engaño y
la manipulación. Les alabo el gusto, pero me atrevo a sugerirles que se
apliquen el cuento, dejen de considerar el propio sentimiento como la
instancia última indiscutible sobre la que se puede fundar una propuesta
política y se planteen por un momento en qué medida el propio sentir se
encontraba justificado por los hechos. (...)
Todo esto podría parecer que constituye una mera discusión académica
(variante epistemología política) si no fuera porque no faltan quienes
están dispuestos a extraer de una determinada manera de entender la
identidad conclusiones políticas específicas.
Tal es el caso de todos
aquellos que, a partir de la elaboración de un dibujo imaginario del
propio grupo en términos de minoría oprimida, proceden a renglón seguido
a exigir los mismos derechos que en otros lugares se les conceden a los
grupos que efectivamente lo son.
El problema que este enfoque plantea
es el de que si los catalanes constituyen una minoría oprimida, como
suelen repetir algunos lectores locales del filósofo político canadiense
Will Kimlicka, para luego poner en línea las reivindicaciones de
aquellos con las de pueblos indígenas, gitanos, judíos y minorías
étnicas varias, junto con bisexuales, transexuales o personas con
discapacidades (alineamiento que a muchos les parecerá ciertamente
pintoresco, por no decir disparatado), entonces lo que se sigue es que
los catalanes discrepantes en algún aspecto con el soberanismo
hegemónico en Cataluña (por ejemplo, los castellanoparlantes que
discrepan de las políticas lingüísticas de la Generalitat) también
constituyen un grupo minoritario respecto a éste, y deberían merecer
idéntico respeto y reconocimiento en tanto que minoría oprimida… por la
supuesta minoría oprimida. (...)" (
Manuel Cruz
, El País, 2 DIC 2014)
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