"(...) Lo más llamativo de la situación que vivimos en Catalunya es la
desaparición de la izquierda. Desde la más ortodoxa, que representaba el
propio Josep Fontana, conspicuo estalinista y rojo oficial, al que en su momento sus colegas universitarios, siempre tan solidarios, negaron la categoría de “catedrático emérito”
-deberían volver a reunirse y corregir la pifia ahora que es de los
nuestros y en grado superlativo-.
Sugiero la lectura de su reciente
entrevista en El Periódico de Catalunya, de la que aún me
cuesta dar crédito, pero que quizá ayude a adentrarse en la paranoia que
vivimos y de la que va a ser difícil salir. Porque el nacionalismo, en
general, no sería nada sin la aportación de los historiadores. (...)
La disolución de la izquierda en Catalunya viene de lejos. El
pujolismo la trabajó con esmero, aunque, para ser objetivos, se lo
pusieron tan fácil que bastaba una oferta y ya se convertían en intelectuales transversales.
Es un fenómeno que no sólo ocurrió aquí sino en toda España. La traición de los clérigos, el libro tan citado y sobrevalorado de Julien Benda, felizmente muy poco leído, aquí debería denominarse La fragilidad de las conciencias intelectuales.
Catalunya,
que fue con toda seguridad el semillero más importante de la
inteligencia española durante varias décadas, habría de sufrir, o de
gozar, depende del ángulo con que se mire, las más llamativas
transformaciones.
Si me pusiera a citar nombres, además de que
aumentaría algebraicamente el número de indignados, apenas si tendría
espacio para más (con minúscula). Baste citar uno, emblemático, que
además ocupa la Conselleria de Cultura, Ferran Mascarell, que pese a ser un intelectual ágrafo, sin obra, especie abundante en nuestra cultura local, representa perfectamente lo que quiero expresar.
No
es sólo una cuestión de las élites de la inteligencia, lo que sería
grave pero no letal, sino que afecta a los militantes de formaciones
radicales y no digamos a los sindicatos, auténticos sustentos del poder
hasta grados insospechados; aquí y allá. Con la diferencia de que aquí
eran más potentes y estaban más imbricados en las luchas de clases -disculpen el arcaísmo-, ya fuera en fábricas que hoy no existen o en asociaciones de vecinos hoy devenidas en “amicales de excursionistas“.
La izquierda en pleno de Catalunya, la que aparece en los papeles, no
me refiero a lo oculto que aún está por ver lo que puede dar de sí, esa
izquierda reconocida no tiene otra preocupación que la institucional.
¿En qué se diferencia Convergència de la CUP, por ejemplo? En
nada que sea fundamental, porque para ambas en este momento el objetivo
es el mismo, la independencia; lo demás es letra pequeña.
Fíjense si esto es así, que ninguno de los supuestos implicados en la estafa económico-moral de Jordi Pujol y su Sagrada Familia ha tenido el más mínimo inconveniente en que sea el máximo dirigente de la CUP, David Fernández,
el que presida la investigación parlamentaria. Eso no sería posible si
fuera un adversario, pero resulta pertinente cuando se trata de un
colega solidario.
Y qué decir del grupo más enraizado en la historia de la izquierda catalana, el heredero del PSUC,
el partido más importante que tuvo Catalunya durante más de 40 años de
historia reciente.
Basta decir que su reconversión le llevó a
denominarse Iniciativa por Catalunya, un apelativo que haría las delicias de la Liga Norte
italiana y que revela algo muy simple: para ser aceptado en la nueva
sociedad que fue creando CiU y el oasis pujoliano, había que pagar el
peaje de la hegemonía nacionalista y conservadora, y eso exigía ser más
nacionalista que los propios dominadores de las instituciones de la
Generalitat.
La prueba del nueve fueron los dos gobiernos tripartitos,
de cuyos polvos salieron estos lodos, siguiendo esa tradición histórica
común a la izquierda europea en los momentos de debilidad: los mejores
liquidadores de aquellos que ambicionan cambiar la sociedad son los que
salieron de sus mismas filas.
Son perfectos, porque asumiendo el papel
de padres de la patria, nueva o vieja, no tienen ningún rubor
en convertirse en implacables ejecutores de lo que los más conservadores
no se atreverían a hacer. Por eso les contratan como verdugos con
pedigrí. No les bastan los motivos, se sienten orgullosos de haber ido
más lejos de lo que cualquier conservador hubiera podido llegar sin
saltarse las reglas del juego y la legalidad vigente.
Y así tenemos lo
que podríamos llamar la paradoja catalana: los que por principio
deberían defender los pisoteados derechos de los parados, de la sanidad,
de los barrios abandonados, de la libertad de expresión… son los más
fieros defensores de una independencia que manejarán los amos." (Sobre la disolucción de la izquierda (1), de Gregorio Morán en La Vanguardia, en Caffe Reggio, 25/10/2014)
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