"(...) Mi contestación a la pregunta de si la independencia sería o no un
mal negocio, es un sí rotundo. No sólo sería un mal negocio
independizarse sino que afirmo que casi con toda seguridad sería un
pésimo negocio.
¿En qué me baso para hacer una afirmación tan rotunda?
Primero, en un hecho incontestable: a los catalanes nos ha ido muy bien
siendo españoles; y, segundo, en que no hay un solo argumento sólido que
avale la noción de que la independencia mejoraría nuestro nivel de
bienestar. Paso a desarrollar sucintamente estas dos tesis.
En cuanto a la primera afirmación, quiero subrayar que a los
catalanes el haber sido españoles les ha proporcionado unas excelentes
oportunidades de negocio que los comerciantes y empresarios han
aprovechado a fondo durante los últimos 300 años y de las que se han
beneficiado también los trabajadores catalanes, nacidos aquí o venidos
en muchos casos, como el mío, de otros lugares del resto de España.(...)
Y precisamente porque ha sido un gran negocio, a nadie salvo a
algunas minorías extravagantes se les ocurría pedir la independencia de
Cataluña hasta hace muy poco tiempo. Hasta 1986, para ser exactos,
cuando el Reino de España firmó el tratado de adhesión a la CEE, lo que
querían las élites políticas, económicas y sociales de Cataluña era
justamente lo contrario: más integración y mayor protección del mercado
‘nacional’ para seguir ganando dinero.
No es ninguna casualidad que los
escasos intentos de proclamar la independencia, aprovechando momentos de
graves convulsiones políticas, sociales y económicas en España,
acabaran en un completo fracaso.
Nadie con la cabeza sobre los hombros
quería matar la gallina de los huevos de oro. No hace tanto tiempo que
el president Mas, siendo ya primer consejero del gobierno de la
Generalitat en 2002, declaró en una entrevista que “el concepto de
independencia lo veo anticuado y un poco oxidado”.
Paso ahora a justificar mi afirmación de que no se han presentado
argumentos sólidos que respalden la hipótesis de que la independencia
mejorará el nivel de bienestar de los catalanes. Para empezar, hay que
reconocer que la independencia tendrá efectos negativos sobre la
actividad económica de las empresas y entidades financieras localizadas
en Cataluña.
Aunque se ha tratado de esconderlos, haciendo hipótesis
inverosímiles para minimizar su cuantía o incluso evitar entrar a
considerarlos, lo cierto es que ni siquiera los economistas partidarios
de la independencia han podido negar que ésta tendrá efectos negativos
sobre la base económica de Cataluña, sus exportaciones de bienes y
servicios, y efectos indeseables sobre las entidades financieras cuya
sede social, que no el grueso de su negocio, está en Cataluña.
A la luz
de la experiencia de países que han pasado por un proceso de
desintegración, la caída del comercio se producirá en un plazo
relativamente breve, 5 años, y sus consecuencias serán severas e
irreversibles. Y en cuanto al impacto sobre el sistema financiero, sus
efectos negativos se dejarán sentir incluso antes de declararse la
independencia.
Además, las pérdidas que ocasione la independencia no podrán
compensarse con los beneficios ilusorios que los economistas partidarios
de la independencia han bautizado con el sugerente nombre de dividendo
fiscal de la independencia.
Todo lo fían a los 16.000 millones en
números redondos en que cifran el déficit fiscal estimado (y subrayo
esta palabra, estimado) de Cataluña con la APC y que haciendo un acto de
fe creen que estará a disposición del nuevo Estado catalán. La
credulidad humana es ilimitada y andan estos días unas brigadas
amarillas, los “Testigos de Jehomás”, llamando a las puertas de nuestras
viviendas para preguntarnos a qué queremos dedicar esos recursos
adicionales que traerá la independencia.
Pues bien, todavía estoy
esperando a que alguno de los economistas partidarios de la
independencia demuestre que el hipotético dividendo fiscal de la
independencia será positivo. (...)
El C.F. Barcelona tiene un presupuesto superior a 500 millones y como
consecuencia de las transacciones que realiza en el desarrollo de sus
actividades (fichas, contratos, compras de bienes y servicios, etc.)
aporta unas cantidades importantes a Hacienda.
Pues bien, lo que afirmo
es que si Cataluña se independizara y el C.F. Barcelona quedara excluido
de las ligas españolas y sus equipos sólo pudieran jugar en las ligas
catalanas y europeas, los ingresos del club (la base económica que lo
sustenta) disminuirían notablemente y los impuestos que ingresaría a la
Hacienda catalana (ingrediente esencial del dividendo fiscal de la
independencia) serían muy inferiores a los que ahora ingresa en la
Agencia Tributaria española.
Suponer que los ingresos tributarios que
ahora se generan se mantendrán inalterados después de la independencia
es una falacia, un engaño, porque presupone sin ningún fundamento que la
actividad económica y los ingresos del club y, por consiguiente, las
bases impositivas, no se verán afectadas por la independencia. (...)
Quienes ven en la independencia una posibilidad de regeneración,
deberían, como decía, mirarse la vista porque no hay ninguna otra CCAA
española cuyo presidente desde 1980 a 2003, haya defraudado a Hacienda
durante 34 años y haya tenido la desfachatez de querellarse contra el
periódico que alertó en 2012 que poseía cuentas en paraísos fiscales.
Por ello, resulta ilusorio fiar la solución de estos problemas a lograr
la independencia. Ninguna sociedad, mucho menos las nuestras, tan
acomodadas y viejas, pueden empezar de cero. Y empezar de cero con
frecuencia tampoco garantiza ni la democracia ni el buen gobierno. (...)" (Clemente Polo, Crónica Global, Jueves, 30 de octubre de 2014)
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