"Este va a ser mi tercer referéndum sobre la independencia. De 1976 a
1993 viví en Montreal, con lo cual voté en el referéndum quebequense de
1980.
Y en mis últimos cuatro años en Québec, viví y trabajé en el
subártico, en el territorio de los Cri de la Bahía James, que hicieron
su propio referéndum sobre la independencia, en el que no pude votar por
no ser indígena. Pero como en el de Quebec, estuve implicada en las
interesantes conversaciones que se llevaron a cabo en los años y meses
antes del voto. (...)
Lo que no oí en esas constantes conversaciones fueron resentimientos
históricos. Los quebequenses de origen francés podrían haber utilizado
su derrota antes los ingleses en la Batalla de las Llanuras de Abraham
de 1759 para crear un clima de venganza. Y los indígenas Cri podrían
haber expresado odio y rabia hacia los de origen europeo que durante 300
años les han colonizado para manipular el proceso. (...)
La otra cosa que nunca vi, en esos interesantes años, fue que la gente
se autocensurara, se privara de compartir sus ideas por temor, por
quedar mal o por ser vistos como políticamente incorrectos. (...)
También he seguido con gran interés, como muchos de los lectores de este
diario, el proceso del reciente referéndum en Escocia. Con mi
particular interés en la defensa de la sanidad pública y a través de
grupos online, he podido seguir de cerca las discusiones
escocesas sobre el neoliberalismo, las medidas de austeridad, la
ecología y el cambio climático, la energía nuclear y la militarización,
el patriarcado, y el Estado-nación y sus alternativas, todo en relación
con el referéndum.
Ahora que vivo en Catalunya y soy parte del este proceso catalán,
echo de menos las conversaciones políticas de esos otros procesos de
referéndum. Veo, alarmada, la despolitización del proceso catalán en el
que la fetichización del voto se utiliza para parar, callar y censurar
las necesarias reflexiones sobre la política[1]. También me preocupa la
falta de cuestionamiento del “estado del consenso”, consensos falsos de
los cuales el Estado español y Catalunya son producto[2].
En este
proceso hacia un referéndum que vivimos en la Catalunya actual, en una
Europa neoliberal y con unos líderes como Mas, Junqueras y otros que han
liderado y participado en el desmantelamiento de nuestra sanidad[3],
educación y otros servicios públicos básicos, parecer haber poco espacio
para conversar.
Somos seres de palabra. Para elaborar lo que
pensamos, necesitamos conversar con tranquilidad y libremente con otros y
escuchar. Pero la frase que no se dice pero que se oye a gritos en el
aire ahora es “ya hablaremos luego, ahora, no”.
Nuestro futuro y el de las futuras generaciones no es un juego, no es algo light.
Frases (o tweets) simplistas como “el día después del referéndum no
habrá sitio para corruptos en Catalunya” son alarmantes y reflejan la
despolitización de este proceso.
El gran tema pendiente de
hablar, en estos tiempos, es sobre cómo la política ha externalizado el
poder a los tecnócratas[4]. Este tipo de gubermentalidad, como
la llamaba Michel Foucault, en la que se gobierna a través de otros (en
el caso de Catalunya a través de consorcios, banqueros, fundaciones y un
largo etcétera, estructuras e individuos catalanes que no tienen que
rendir cuentas a los ciudadanos porque no han sido votados), determina
mucho nuestro futuro.
El gobernar a través de estos canales facilita la
corrupción[5] e impide la democracia. Y esa es la conversación urgente.
Esa y la de nuestra ética ante todo esto.
Pero esto es solo mi opinión. Me encantaría escuchar la tuya. Nunca es tarde." (Clara Valverde, eldiario.es, en Rebelión, 06/10/2014)
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