"Después del llanto y crujir de dientes producido por el fallo del
Tribunal de Estrasburgo, bastante justificados, conviene recuperar la
compostura y recordar unas cuantas cosas que ayuden a superar la
tendencia patriótica a la autoflagelación (y de paso cuestionen el
júbilo de los proetarras y asimilados, a los cuales podíamos hacerles la
misma pregunta que a la hiena necrófaga: “¿De qué coño se ríen?”) .
La
llamada doctrina Parot no ha sido tumbada ni desautorizada y sigue
siendo tan razonable como siempre. Es una respuesta lógica a la
necesidad de adecuar proporcionalmente la pena al delito cometido. No
tendría ningún sentido condenar a un asesino a miles de años de cárcel
si la remisión de su condena a todos los efectos solo pudiera operar
sobre los 30 años —ahora 40— de cumplimiento máximo de la pena.
Ya
sabemos que nadie va a estar mil años encarcelado, pero esa enorme
condena no pude tener otro objetivo que garantizar que los beneficios
penitenciarios que puedan corresponder al reo no abreviarán su estancia
en prisión como si sus delitos fueran de menor cuantía. (...)
A fin de cuentas, podemos enorgullecernos de que España no ha sido
castigada por tener una legislación atroz, sino, al contrario, por no
haber aceptado la legislación más dura vigente en otros lugares. Junto
con Portugal, España es prácticamente el único país de la Unión Europea
que no tiene cadena perpetua, sea revisable o no.
Muchos nos alegramos
de ello y queremos que siga siendo así, pero en casos como el que nos
ocupa comprendemos la comodidad que ofrece a los jueces esa condena a
perpetuidad. Nadie puede creer que un criminal que hubiese causado
decenas de víctimas en las fuerzas de seguridad de Inglaterra o Francia
iba a salir en libertad tras 20 años de cárcel, ni tras 40 ni
probablemente nunca.
Es cierto que esas condenas son revisables y que se
tiene en cuenta el arrepentimiento del recluso, pero tal
arrepentimiento nada tiene que ver con un pesar de corazón por las
fechorías cometidas, sino que exige demostrarse colaborando activamente
con la policía para detener a los cómplices o esclarecer otros delitos.
Los pentiti de la Mafia italiana no se limitan a llorar sus
pecados, sino que denuncian y dan testimonio contra los capos: así se
salvan a veces de la cadena perpetua.
Por eso no hace mucho 18
condenados a reclusión de por vida en Francia pidieron que para ellos se
reimplantase la pena de muerte: porque sus delitos atroces no eran del
tipo que permite delatar a jefes o cómplices y por tanto no les cabía
esperar razonablemente abreviamiento de su prisión.
En nuestro país las
cosas están establecidas de otro modo, hemos intentado compensarlo con
medidas suplementarias y nos han pitado fuera de área jueces
representantes de los países que no se andan con tantas contemplaciones. (...)
Y ahora volvamos a una cuestión más de fondo. Es evidente que España, el
último país de Europa que ha padecido un largo y sanguinario terrorismo
que ha amenazado seriamente el desarrollo de su democracia, podía
esperar una comprensión distinta de los países europeos que durante
décadas permanecieron ajenos a nuestra tribulación, miraron para otro
lado o hasta mostraron mayor tolerancia social para los criminales que
para sus víctimas. Algo no hemos debido explicar bien, no solo en Europa
sino en América (...)
Supongo que de nada servirá recomendarles a ellos y a otros —incluyendo
españoles, desde luego, cuya buena voluntad en casos como este ya es más
difícil suponer— un repaso de lo que ha sucedido en el País Vasco y de
lo que pasa ahora como el que lleva a cabo Teo Uriarte en su reciente
libro Tiempo de canallas. La democracia ante el fin de ETA (editorial Ikusager). Recuérdalo tú y recuérdaselo a otros, como se ha dicho en ocasiones semejantes…" (Fernando Savater, El País, 25/10/2013, Kairoi)
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