"(...) En
realidad, las bases materiales de la Vía Catalana las podemos encontrar
en la particular forma de desmembramiento del régimen del 78 catalán y
que se viene declinando en una triple crisis de onda larga en tres
ámbitos principales: económico, político y cultural.
Sin tener en cuenta
esta dimensión material de crisis es complicado hacerse cargo de la
dimensión de huída hacia delante dirigida por las élites que parece
entreverse en el proceso soberanista, y lo lejos que está, como dicen
sus defensores por motivos “estratégicos”, de ser una ventana de
oportunidad para la ruptura con el régimen del 78 en Cataluña y en el
resto del Estado. (...)
La
crisis tiene, para comenzar, una muy importante dimensión económica que
apenas se analiza en los discursos independentistas. Nos referimos al
proceso de reconversión de la economía catalana de una matriz
fundamentalmente industrial a un modelo económico de base
turístico-inmobilaria de resultados ambivalentes, pero bien maquillados
por el marketing gubernamental.
Este desplazamiento ha cambiado la estructura de clases catalana, pero también la posición de sus élites en el marco del Estado español. La crisis de la estructura económica catalana es profunda, de largo recorrido, y no empieza en 2007. Se arrastra desde los años setenta y se solapa con los intentos, fallidos a medias, de convertir la región en un nuevo espacio «ganador» de la globalización.
De mala manera nos podemos orientar si hacemos caso de los eslóganes triunfales, del marketing de ciudad marca o de la publicística institucional. Cataluña ha transitado en tierra de nadie.
Su trayectoria es singular en el contexto español. De ser la mayor aglomeración industrial del país ha pasado a asumir progresivamente el modelo de especialización financiero-inmobiliaria que la asimila al resto de las economías del Mediterráneo español. De hecho, esta «levantinización» del modelo catalán sólo consigue distinguirse por las inercias de su pasado industrial y la mayor complejidad de la economía metropolitana barceloní.
Este desplazamiento ha cambiado la estructura de clases catalana, pero también la posición de sus élites en el marco del Estado español. La crisis de la estructura económica catalana es profunda, de largo recorrido, y no empieza en 2007. Se arrastra desde los años setenta y se solapa con los intentos, fallidos a medias, de convertir la región en un nuevo espacio «ganador» de la globalización.
De mala manera nos podemos orientar si hacemos caso de los eslóganes triunfales, del marketing de ciudad marca o de la publicística institucional. Cataluña ha transitado en tierra de nadie.
Su trayectoria es singular en el contexto español. De ser la mayor aglomeración industrial del país ha pasado a asumir progresivamente el modelo de especialización financiero-inmobiliaria que la asimila al resto de las economías del Mediterráneo español. De hecho, esta «levantinización» del modelo catalán sólo consigue distinguirse por las inercias de su pasado industrial y la mayor complejidad de la economía metropolitana barceloní.
El
corolario de este rápido desplazamiento ha sido una progresiva perdida
de niveles de cualificación de la fuerza de trabajo y una
desarticulación progresiva de sus estratos medios, cada vez más
sometidos a la brutal precarización que imponen los modelos de
crecimiento financiero-inmobiliarios.
Es esta clase media fragilizada, acechada por el desclasamiento y la perdida de derechos sociales, lo que constituye la base social de la Vía Catalana. La propensión populista de la clase media, la radicalización del discurso, la común sensación de usurpación por parte de España, la asunción la unidad nacional, aún con los mismos actores que han sido gestores e impulsores del expolio social, etc., son reflejo ideológico de una sensación compartida de fragilidad, de riesgo de desafiliación.
Valga decir que es en relación con este sector medio, heterogéneo y descompuesto, pero que tiene una posición de interpelación preferente en los discursos electorales y en la agenda pública sobre el que pivotan las posibilidades del cambio.
Es esta clase media fragilizada, acechada por el desclasamiento y la perdida de derechos sociales, lo que constituye la base social de la Vía Catalana. La propensión populista de la clase media, la radicalización del discurso, la común sensación de usurpación por parte de España, la asunción la unidad nacional, aún con los mismos actores que han sido gestores e impulsores del expolio social, etc., son reflejo ideológico de una sensación compartida de fragilidad, de riesgo de desafiliación.
Valga decir que es en relación con este sector medio, heterogéneo y descompuesto, pero que tiene una posición de interpelación preferente en los discursos electorales y en la agenda pública sobre el que pivotan las posibilidades del cambio.
En
este proceso también han salido transformadas las élites catalanas.
Éstas ya no son la vieja burguesía industrial pero tampoco han llegado a
convertirse en élites globales como las que, con distintas
especializaciones, vemos en las urbanizaciones cerradas del norte de
Madrid, en las mansiones de Neguri o, incluso, en los consejos de
administración de las grandes empresas del capitalismo turístico balear.
Quizás nunca antes en la historia moderna de Cataluña, el interés de su élite coincida de una forma tan exacta con la gestión de la finca propia, casa nostra. Hasta el punto de soldarse y fundirse con su principal negocio: la industria turística, el hub logístico, el mercado inmobiliario, los contratos públicos, la externalización de servicios.
Aquí se descubre bien a qué juega verdaderamente la élite catalana. No es la independencia, son la ventajas competitivas –fiscales, en infraestructuras– necesarias para ganar posiciones en el juego de competencia global. No es la independencia, pero ésta puede jugar un gran papel como baza de negociación frente al Estado.
Quizás nunca antes en la historia moderna de Cataluña, el interés de su élite coincida de una forma tan exacta con la gestión de la finca propia, casa nostra. Hasta el punto de soldarse y fundirse con su principal negocio: la industria turística, el hub logístico, el mercado inmobiliario, los contratos públicos, la externalización de servicios.
Aquí se descubre bien a qué juega verdaderamente la élite catalana. No es la independencia, son la ventajas competitivas –fiscales, en infraestructuras– necesarias para ganar posiciones en el juego de competencia global. No es la independencia, pero ésta puede jugar un gran papel como baza de negociación frente al Estado.
También esta crisis tiene una indudable dimensión política, Cataluña
ha sido el laboratorio español de la crisis institucional del régimen.
La crisis del sistema de partidos antecede en casi una década lo que
sucede en el resto del Estado. Cataluña, ha sido desde los años noventa
el territorio en el que se ha expresado una mayor desafección política.
Ésta resulta patente en los porcentajes de abstención electoral. Así pues, lo que propiamente podríamos llamar la «crisis del régimen catalán» precede a la crisis económico-financiera. Su periodo decisivo fueron los años del Tripartit y ha seguido creciendo a golpe de escándalos de corrupción y virulentas oleadas de recortes.
Ante esta situación, los movimientos, aun cuando han contribuido a agudizar la quiebra institucional, han sido incapaces de formular un diagnóstico sistemático de ella, como por otra parte ha sucedido en el resto de Europa, basculando entre el municipalismo por abajo y una suerte de independentismo radical por arriba.
Ésta resulta patente en los porcentajes de abstención electoral. Así pues, lo que propiamente podríamos llamar la «crisis del régimen catalán» precede a la crisis económico-financiera. Su periodo decisivo fueron los años del Tripartit y ha seguido creciendo a golpe de escándalos de corrupción y virulentas oleadas de recortes.
Ante esta situación, los movimientos, aun cuando han contribuido a agudizar la quiebra institucional, han sido incapaces de formular un diagnóstico sistemático de ella, como por otra parte ha sucedido en el resto de Europa, basculando entre el municipalismo por abajo y una suerte de independentismo radical por arriba.
La
quiebra del modelo de partidos tradicional ha provocado que desde los
años 2000 hayan aparecido formaciones partidarias nuevas que han puesto
la cuestión nacional (incluyendo xenofobias y racismos varios) en el
centro de la política catalana. En este escenario, la ambigüedad de CiU y
el seguidismo de ERC, arrastrando y luego moderando la pasión
independentista, tiene perfecto sentido.
De una parte, pretende recuperar la legitimidad y la identidad entre gobernantes y gobernados, superar la crisis de representación. De otra, desplaza la «crisis final» a un futuro incierto en el que la recuperación económica, la presión europea y los gestos del Estado central pueden volver a encauzar la situación hacia la normalidad.
De una parte, pretende recuperar la legitimidad y la identidad entre gobernantes y gobernados, superar la crisis de representación. De otra, desplaza la «crisis final» a un futuro incierto en el que la recuperación económica, la presión europea y los gestos del Estado central pueden volver a encauzar la situación hacia la normalidad.
En
resumen, el proyecto de independencia (que no su realidad), según el
actual marco de fuerzas, parece más funcional a la oligarquía catalana,
que a un proyecto radical democrático. En los tres aspectos críticos a
los que se enfrenta el modelo institucional y económico catalán, las
élites son capaces de sacar ventaja:
-
En lo que se refiere a la crisis económica, la baza de la independencia es un órdago en toda regla. Pero el corazón de su apuesta está en la consecución de nuevas ventajas fiscales y competitivas en el marco de la competencia territorial global. Lo que ahora se dirime es si en caso de una independencia real, el cálculos de ventajas puede llegar a resultar favorable para las élites catalanas. Caso de que lo sea para una parte sustancial y decidida de las élites económicas y políticas, la independencia se hará realidad.
-
El juego a la independencia con sus ires y venires de declaraciones políticas y gestos grandilocuentes, con la puesta en escena de una nueva teatralidad mediática ha cancelado, al menos temporalmente, la crisis de representación que venía larvada desde hacía ya largo tiempo. Hoy la agenda política es de nuevo la agenda que marcan los actores políticos y los media. El 15M y los proyectos de radicalización democrática (incluido el Procés Constituent) parecen condenados a perder siempre protagonismo en este escenario.
-
La crisis civil, y social, que se manifiesta en las tendencias a la fractura y en la posibilidad de un proyecto alternativo, que hasta hace bien poco podía ser al menos parcialmente asimilado en la cultura progre oficial, está en vías de cerrarse en la recomposición de un proyecto nacional. Recuérdese que la nación es ante todo, comunión entre clases, sutura de las divisiones y solidaridad ante el enemigo exterior.
En definitiva, la «oportunidad política» que las izquierdas han
encontrado en la Vía Catalana no se ha probado todavía en los hechos.
Antes al contrario, el único ganador evidente es un viejo actor político
del sistema de partidos, el independentismo sincero de ERC, así como su
clon invertido: Ciutadans.
En el escenario más radical, la recomposición del sistema de partidos
puede pasar por estos dos palos. En otros términos: la opción de
reemplazo institucional está ya preparada; no hará falta el juego
moderado entre CIU y PSC. Por otro lado, la posición de aquellos que
apuestan a la radicalización del proceso, si bien con una escasa
capacidad social para invertirlo y moverlo, juega como mecanismo de
legitimación de la versión conservadora del mismo.
En términos clásicos:
la opción de radicalización por la izquierda corre el riesgo de
convertirse en el ala izquierda de la regeneración.
Se como sea, la debilidad actual de la oligarquía es real, al igual
que la crisis del régimen institucional catalán.
Esto mismo es lo que
determina el resultado incierto del proceso soberanista, que puede (como
es más probable) ahogarse en un pacto inter-élites en un nuevo modelo
territorial de Estado, pero también en un proceso de independencia real
de una república catalana. (...)
Por contradictorio y repleto de tensiones que se reconozca, el terreno
de la vía a la independencia, la posibilidad de una revolución
democrática arranca sobre la apertura del 15M, la superación de la
retórica estrictamente nacional, la construcción de un discurso
antioligárquico decidido y la recuperación de la dimensión europea.
Hoy
por minoritarias que sean estas posiciones parecen las únicas bases
sólidas para construir otra política en Cataluña. Y esto, sea en el
marco del Estado español, sea en el de una república independiente que
apueste por una alianza con los países del Sur frente al dictado
financiero de la Unión Europea." (Texto de Emmanuel Rodriguez e IsidroLópez, Madrilonia, 2/10/2013)
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