"(...) Es de admirar el esfuerzo enorme del nacionalismo catalán, en sus
múltiples expresiones, por reescribir una historia del país siempre
igual a sí misma.
Las piedras del Borne, la presentación de la Guerra de
Sucesión y la Guerra Civil en términos casi idénticos de España contra
Cataluña, la reescritura entera de la transición posfranquista,
constituyen episodios de un continuo siempre igual de un conflicto entre
sociedades que formaron parte de los reinos cristianos, de la monarquía
hispánica, el Estado liberal y los experimentos de extrema derecha en
el siglo
XX.
XX.
Una secuencia (limpieza cristiana, lenguas
trituradas en el solar peninsular y por toda América, —algunas
francamente prestigiosas pero todas ellas necesarias para los suyos—,
etcétera) que puede explicarse en términos comunes a las historiografías
europeas.
¿Símbolo esto de la modernidad catalana, española o
hispánica? Símbolo en todo caso del carácter tétrico de la historia,
dicho con Juan Benet.
El combate insensato entre nacionalismos hispánicos —nacionalistas ya
sabemos que no hay, tampoco en Francia puesto que todos son
republicanos— es en esencia un combate por la definición de sus
respectivas sociedades y solo después un pleito externo. (...)
La nacionalización de unos y otros seguirá, implacable y ciega,
colonizando el pasado y condicionando el futuro. Convulsa en la Cataluña
de ahora; por los caminos cansinos de la vida institucional, de la
“Roja”, la Reconquista y la misión en América, de la preeminencia de la
lengua grande, del éxito de la transición y otros asuntos cuyo común
denominador es la educación y el reconocimiento del propio grupo en su
pasado y en su supuesto destino colectivo en el presente y futuro. Uno
puede esperar esto de los nacionalistas de siempre, pero podría esperar
otra cosa de una izquierda que debería haber aprendido algo de la
historia del siglo
XX y del debate en las ciencias sociales acerca del nacionalismo en sus múltiples variaciones.
XX y del debate en las ciencias sociales acerca del nacionalismo en sus múltiples variaciones.
Haber aprendido,
sobre todo, que el propósito central del nacionalismo es, primero y
antes que nada, conformar una sociedad como un todo, disolver las
expresiones de la propia diferencia, atrapar las tensiones internas para
proyectarlas finalmente hacia otro lugar: ¿Alsacia y Lorena?, ¿los
árabes?, ¿los judíos?, ¿los chechenos?, ¿Al Qaeda?, para qué insistir.
Estas consideraciones nos conducen al meollo del asunto. Mientras el
nacionalismo en Cataluña persigue con perseverancia sus objetivos,
aquellos que no lo somos (por razones ideológicas de orden
universalista) hemos visto desaparecer de escena a los que procedían de
otras tradiciones culturales.
No seamos ingenuos, la trama de
solidaridades populares forjada en el crepúsculo del franquismo no ha
resistido el impacto de la desindustrialización y el paro masivo, la
pérdida de referencias basadas en ideas de igualdad, del trabajo y la
solidaridad como cultura, cruzando la divisoria entre personas con
orígenes diversos. De todo esto queda poco. (...)
De entenderlo así, lo que queda de la izquierda perdería menos tiempo en
defender a España o a Cataluña, en defender recetas estrictamente
políticas de recorrido limitado. Uno puede ser dignamente autonomista,
federalista asimétrico o simétrico, monolingüe o plurilingüe, y aspirar
en pro de la concordia y mejora colectiva a encontrar soluciones para
los problemas de distribución de recursos financieros, culturales o
simbólicos.
Estas recetas no agotan, sin embargo, lo que constituye el
corazón del problema, sus causas y raíces profundas. Además, el problema
está tanto en Madrid como en Barcelona, en Cataluña como en España —una
simplificación finalmente abusiva—. Como dijo Josep Pla en cierta
ocasión (cito de memoria): una cultura debe preceder a una política.
En
el fondo de la erosión de la Cataluña orwelliana, de la Cataluña
solidaria (con quienes uno se relaciona), reivindicativa, republicana y
federal, orwelliana, anarquista y comunista, tierra de acogida y
explotación de gentes del sur, está la aceptación y aparente éxito de la
idea de que lo social e individual es la parte y la nación el todo.
La
fabricación e imposición de una premisa de este estilo es el gran logro
del nacionalismo(s), aquello por y para lo que precisa dominar su propio
espacio: su razón de ser." (
Josep M. Fradera
, El País, 2 OCT 2013)
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