El término "lengua propia" no tiene nada que ver
con la realidad empírica ni histórica, ya que es una afirmación dogmática.
Aunque sólo un pequeño porcentaje de la población de Cataluña hablara catalán,
los nacionalistas catalanes seguirían afirmando que es la "lengua
propia" de esa comunidad.
En este sentido se expresa Lluís-Anton Baulenas,
quien sostiene que "cuando el uso social de nuestro idioma [el catalán]
caiga al 5%, o todavía más, cuando ya no lo hable nadie, continuará siendo el
propio de Cataluña y de los países de habla catalana" (El cátala no
morirá, Edicions 62, 2004, pág. 253; la traducción es nuestra).
La forma correcta de entender esta noción es desde un punto
de vista identitario. Se identifica a una "nación", Cataluña, con una
lengua, el catalán; ambas cosas no pueden entenderse la una sin la otra, la
dimensión comunicativa queda relegada a un segundo plano frente a la
identitaria-simbólica.
La identidad de Cataluña, su rasgo más definitorio, sería
la lengua catalana. De esta forma, el castellano, hablado habitualmente por la
mitad de la población y cuyo conocimiento se extiende a la totalidad de los
habitantes de esta comunidad autónoma, sería un elemento ajeno a esa
identidad.
Esto, obviamente, contradice por completo la realidad. Si existe
un rasgo definitorio de la identidad de Cataluña es el bilingüismo. ¿Por qué
una de las lenguas, hablada por gran parte de la población de Cataluña y que
además es oficial, no tiene derecho a formar parte de esa identidad? En la Ley
de Política Lingüística de 1998, en su artículo 2° se afirma que "el
catalán es la lengua propia de Cataluña y la singulariza como pueblo".
Lo
singular, lo definitorio de Cataluña, es el catalán; el castellano no tiene derecho
a participar de ese hecho diferencial. ¿No sería más correcto afirmar que lo
que singulariza a esta comunidad, en lo que toca al tema lingüístico, es la
existencia de dos lenguas?
Esta afirmación muestra, además, la extraordinaria
importancia que tiene esta cuestión para el nacionalismo catalán. Lo que les
singulariza es la lengua, éste es el elemento clave de su identidad. No es la
historia ni el deseo de autogobierno ni el derecho civil, elementos también
utilizados para justificar un presunto hecho diferencial.”
“Otra idea que suele utilizarse para justificar la actual
política lingüística es el recurso a la reparación histórica, y a la condición
del catalán como lengua perseguida a lo largo de los siglos.
Esta es una de las
razones, entre otras, usadas en la sentencia del Tribunal Constitucional
337/1994, donde se dice que esta política lingüística "permitirá corregir
situaciones de desequilibrio heredadas históricamente", y se hace una
mención a "la persecución política que ha padecido y la imposición legal
del castellano durante más de dos siglos y medio" en el Preámbulo de la
ley citada de Política Lingüística.
El recurso al hecho de que el catalán haya
sido una lengua perseguida a lo largo de los siglos, con la excepción de un breve
período en la Segunda República y en el régimen democrático actual, no es una
buena estrategia para fundamentar esta política. Esa clase de argumentaciones
podían ser relevantes poco después del retorno de la democracia, pero a medida
que pasa el tiempo van perdiendo vigencia.
Esta situación de persecución
acabará siendo un hecho histórico más entre muchos otros, sucesos inmersos
todos en una amalgama de acontecimientos pasados igual de lamentables. Además,
las medidas tomadas en favor del catalán en los últimos 30 años van dejando
obsoleto, cada vez más, este argumento.”
(Cita de: Roberto augusto: El nacionalismo ¡vaya timo!, Editorial Laetoli, 2012, pág. 66/7)
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