"Estamos ante una cuestión que requiere un intercambio contemporáneo de
recíprocas razones consistentes en que supere los prejuicios tan
mutuamente anclados para encontrar, de momento, una aproximación.
Cientos de miles de catalanes sostienen que las penalidades de Catalunya
-materiales y emocionales- se solventarían a estas alturas con una
terapia radical, quirúrgica e, indudablemente, también traumática: la
secesión de España y la constitución de un Estado propio.
Otros
sostenemos que la independencia de Catalunya significaría
inevitablemente una implosión del Estado con consecuencias imprevisibles
que si son negativas para España lo serían también para Catalunya.(...)
Desde Catalunya hubo errores graves de configuración autonómica
porque en 1979 fue posible un sistema de financiación concertado, y
porque en el 2006 se asumió un Estatut en un proceso zigzagueante de
acrecentamiento del autogobierno catalán mal articulado y con
insuficiente respaldo constitucional y político.
Yerros que deberían
excitar en la sociedad catalana un sentido crítico adormecido por
reduccionismos en la atribución de responsabilidades sobre su actual
situación (“España nos roba”).
La terapia para corregir las escaras que han provocado estos errores
no consiste en una ruptura, sino en una corrección profunda. Porque en
Catalunya el independentismo no es mayoritario -no en la medida que
necesita un pueblo para iniciar un proceso de secesión-, de modo tal que
no es una opción practicable. Y porque España no puede estabilizarse
con una mera conllevancia con Catalunya.
La tragedia de los
nacionalistas catalanes -incluso de los vascos- es que son muchos pero
no los suficientes para aplicar la terapia de la segregación; y la
tragedia de España reside en que sigue sin encontrar el punto de
equilibrio entre su unidad y su pluralidad a través de un modelo de
Estado que no provoque su bancarrota ni acepte la emulación del café
para todos. Continuar así tampoco es una opción.
Algo parecido sucede -salvando las distancia- en Escocia y en Quebec,
únicos referentes razonables para contrastar lo que ahora sucede en
Catalunya. La provincia francófona de Canadá sometió a referéndum dos
veces su segregación (1980 y 1995) y no prosperó; y en Edimburgo los
propios nacionalistas escoceses, que tienen mayoría absoluta en su
Parlamento, confiesan que el referéndum secesionista previsto para el
2014 tampoco avalará la independencia si a sus ciudadanos se les plantea
un dilema radical sobre permanecer o salir del Reino Unido.
Estamos en un juego político de mutuas insuficiencias. Aunque la
Diada sea tan multitudinaria como se espera -la manifestación lo será
pero con reivindicaciones heterogéneas- y por más que desde fuera de
Catalunya se asevere que el nacionalismo independentista juega de farol,
las espadas seguirán en alto, de tal manera que el profundísimo disenso
debe ser reconducido a términos asumibles.
Las impotencias recíprocas
invitan al optimismo porque mantendrán los equilibrios. Lo que alienta
el pesimismo es un intangible: el desafecto entre la sociedad española y
la catalana. Aquí hay un gap sentimental escalofriante. Que es lo más
grave, porque superarlo requiere de una voluntad de conciliación para la
que no se ve disposición. Hay encono." (José Antonio Zarzalejos, LA VANGUARDIA, 9/9/12, Fundación para la Libertad, 09/09/1912)
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