14/12/09

«Estamos en Euskadi y sabemos lo que tenemos. Toda la vida vivimos con miedo».

"Vascos que residen junto a locales del PSE, PP y batzokis relatan sus inquietudes tras haber visto el terror de ETA bajo sus ventanas. «Estamos en Euskadi y sabemos lo que tenemos. Toda la vida vivimos con miedo».

El miedo es libre. Y, a veces, crece. Con cada 'cóctel molotov' arrojado contra una casa del pueblo. Con cada pintada en el portal de una oficina del PP. Con cada cristal roto en un batzoki. Lo saben bien muchos de los miles de vascos que viven al lado de una sede política en Euskadi. Especialmente si sus propietarios o arrendatarios son los tres partidos citados, objetivo de la violencia callejera y de ETA desde hace años. Entre esos inquilinos, los hay que admiten sin disimulos que preferirían tener un comercio bajo su casa. Pero también sostienen que no pedirán el cierre o el 'destierro' de las sedes. «Eso, en las dictaduras». Como el Parlamento o el Gobierno, saben bien que también entre esas paredes residen las bases de la democracia. (...)
En torno a algunos locales políticos atacados por ETA en los últimos años se vive con cierto «temor», aunque los vecinos rechazan llegar al punto de movilizarse para exigir que «se vayan», como ha sucedido esta semana en Durango con la casa del pueblo. Tras ser destrozada por una bomba el pasado 9 de julio, un grupo de inquilinos del mismo bloque colocó carteles en sus ventanas contra la reapertura de la oficina socialista por miedo a un nuevo atentado.

«Vivimos en el País Vasco y sabemos lo que tenemos», explica una persona que también ha vivido una situación similar. Se trata de un balmasedano que hace un par de años vio removerse su hogar por la explosión de un artefacto frente a la casa del pueblo de la localidad encartada. Su Nochebuena discurrió entre escombros. Pero nunca protestará contra la sede del PSE. (...)

Lo que tiene claro es que no se movilizaría contra el establecimiento. «Sólo tengo agradecimientos de la manera en que han respondido» los responsables de la sede atacada, replica. Y confiesa tener el miedo controlado porque «toda la vida hemos vivido con él. Estamos en Euskadi y sabemos lo que tenemos. La puta política es lo que nos trae», zanja. (...)


Vivir junto a la casa del pueblo


Vascos que residen junto a locales del PSE, PP y batzokis relatan sus inquietudes tras haber visto el terror de ETA bajo sus ventanas. «Estamos en Euskadi y sabemos lo que tenemos. Toda la vida vivimos con miedo».


El miedo es libre. Y, a veces, crece. Con cada 'cóctel molotov' arrojado contra una casa del pueblo. Con cada pintada en el portal de una oficina del PP. Con cada cristal roto en un batzoki. Lo saben bien muchos de los miles de vascos que viven al lado de una sede política en Euskadi. Especialmente si sus propietarios o arrendatarios son los tres partidos citados, objetivo de la violencia callejera y de ETA desde hace años. Entre esos inquilinos, los hay que admiten sin disimulos que preferirían tener un comercio bajo su casa. Pero también sostienen que no pedirán el cierre o el 'destierro' de las sedes. «Eso, en las dictaduras». Como el Parlamento o el Gobierno, saben bien que también entre esas paredes residen las bases de la democracia.

En torno a algunos locales políticos atacados por ETA en los últimos años se vive con cierto «temor», aunque los vecinos rechazan llegar al punto de movilizarse para exigir que «se vayan», como ha sucedido esta semana en Durango con la casa del pueblo. Tras ser destrozada por una bomba el pasado 9 de julio, un grupo de inquilinos del mismo bloque colocó carteles en sus ventanas contra la reapertura de la oficina socialista por miedo a un nuevo atentado.

«Vivimos en el País Vasco y sabemos lo que tenemos», explica una persona que también ha vivido una situación similar. Se trata de un balmasedano que hace un par de años vio removerse su hogar por la explosión de un artefacto frente a la casa del pueblo de la localidad encartada. Su Nochebuena discurrió entre escombros. Pero nunca protestará contra la sede del PSE.

«Un respeto»

Todos los protagonistas de este reportaje residen o trabajan precisamente al lado de oficinas del PP, locales del PSE y batzokis, y han preferido mantenerse en el anonimato. Han visto desde sus salones el horror y la intolerancia del terrorismo. La primera parada es Derio. En la madrugada del 29 de febrero de 2008, ETA avisó de la colocación de una bomba en el exterior de la casa del pueblo. Los vecinos del número 10 de la calle Urkiola, a escasos quince metros, pudieron ver durante su desalojo una mochila y una bolsa que reventaron una hora después. Un hombre que abandonaba esta semana ese mismo portal soltaba: «Que se la lleven (la sede) lejos». A continuación, reconoció sentir «más miedo» desde el último atentado.

Sus palabras se sitúan en el lado opuesto al del arco parlamentario, que el pasado miércoles recordó que «el enemigo es ETA» y que la denuncia debe dirigirse hacia el «agresor» y no hacia la «víctima». Junto a la sede del PSE, un cartel anuncia los partidos de fútbol de todas las categorías del Derio para el fin de semana. Otro vecino llega y se detiene a observar la programación. Asegura que la casa del pueblo no le incomoda, aunque admite tenerle «un respeto», consciente de que ha sido objeto de ataques.

Pronto hará dos años que ETA, esta vez en Balmaseda, arruinó la Navidad a varios residentes junto a la casa del pueblo situada en la calle Estación. Quince familias tuvieron que ser desalojadas tras estallar cinco kilos de explosivo. Uno de los afectados califica de «mala suerte» que haya una sede política debajo de su casa, aunque agrega que por la noche «no duermo mal».

Lo que tiene claro es que no se movilizaría contra el establecimiento. «Sólo tengo agradecimientos de la manera en que han respondido» los responsables de la sede atacada, replica. Y confiesa tener el miedo controlado porque «toda la vida hemos vivido con él. Estamos en Euskadi y sabemos lo que tenemos. La puta política es lo que nos trae», zanja. (...)

La siguiente parada es Barakaldo. Concretamente, la oficina, que no sede social, del PP. Incluso sabiendo la dirección, cuesta localizarla. Ningún distintivo la identifica por cuestiones de seguridad. Situada en un primer piso de una céntrica plaza, tan sólo las manchas de pintura roja y amarilla lanzada con globos contra las persianas delatan su emplazamiento.

En el edificio apenas viven vecinos, ya que la mayoría de los apartamentos están ocupados por oficinas. Una empleada relata que hasta hace poco había una pintada en el portal que incluía el dibujo de una esvástica. En época de elecciones, la calle se convierte en «un búnker» y el acceso a su lugar de trabajo se vuelve «incómodo» y «desagradable» porque en el portal le piden el carné, por seguridad. A pesar de todo, cree que «nunca va a pasar nada», aunque una antigua compañera estaba «muerta de miedo porque pudieran tirarle algo desde fuera». «Si yo durmiera aquí no sé si estaría segura», apunta. En cualquier caso, considera una «imprudencia» que un local político se sitúe en un inmueble residencial.
(...)

Un comerciante próximo recuerda «los años duros», cuando los continuos conflictos callejeros obligaban a adelantar el cierre de los establecimientos «casi todos los fines de semana». Dice que la situación se ha calmado mucho. Y en relación al rechazo vecinal en Durango, apostilla que «lo veo mal». «Yo no pondría carteles. Todo el mundo tiene derecho a abrir un local». Una obviedad cuestionada por el pánico. " (Fundación para la Libertad, citando a EL CORREO, 12/12/2009 )

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