28/1/22

Lo tremendo es que habiendo nacido aquí, siendo vecino desde 1976 de allí, es decir, desde antes que muchos de los vecinos nacieran, puedo empezar a ser sospechoso por mantener mi amistad con el artista “español”, por ejemplo. Si encima me pronuncio abiertamente en esos foros, paso a ser considerado paradójicamente un «nouvingut» que coloniza su territorio, un español en «su» territorio que jamás será mío. Aunque se mantengan las «formas»... Lo complejo de esas dinámicas irracionales de grupo, del proceso de polarización entre «amigos» y «enemigos», es que no veo que lo decida nadie en particular y sí que lo deciden todos... Un gran amigo se ha separado de su mujer por la deriva nacionalista fanática de ésta y yo me hablo poco con mi hermano -al que quiero con todo mi corazón-, por su fanatismo nacional-secesionista. Esta situación recuerda mucho a los conflictos con las minorías en la antigua Yugoslavia, los dramas familiares, la generación de odios atizados por los gobernantes y sus aparatos institucionales y de propaganda... La cuestión es etiquetar al «español» como invasor, colonizador, contaminador, como amenaza a la identidad a la «cohesió social»

 "Sobre el relato mítico y las prácticas excluyentes que imponen “los ruidosos”. No es mía esta página herida, muy herida. Es de un amigo concernido, sabio, solidario, de un defensor de causas nobles.

Queridos todos:

(...) los ruidosos imponen un relato mítico que ocupa ese espacio y, por tanto, la voz discrepante que cuestiona la hegemonía del ruidoso sobre ese espacio es fulminada, por muy racional y razonable que sea (...)

Un ejemplo: En 1976 mi madre y A. compraron una casa de campo (un «Mas») que desde entonces la familia hemos ido reconstruyendo, restaurando, abocando todo nuestro esfuerzo físico, económico, afectivo,…porque era un proyecto conjunto, de padres e hijos para «disfrutar del campo» y tener una casa abierta a los amigos, a quien quisiera venir.

Esa casa está en X. Por tanto, podéis haceros una idea de que ideológicamente y, sobre todo, en esta cuestión nacional-secesionista soy allí minoría absoluta, aunque sobre esto nunca me he pronunciado abiertamente, a pesar de cómo ha ido fanatizándose el ambiente, de cómo se ha ido construyendo el rechazo hacia los «castellanos» (años 80) o los «españoles» (años 2016 en adelante), y mi necesidad interior, reprimida, de defender bondades, convivencias, razones, errores y peligros.

Dado que para poder funcionar allí necesitamos contacto y predisposición y muchos de esos contactos eran viejos amigos de mis padres (que siempre nos aconsejaron no abrir frentes, para poder «encajar» en esas mentalidades), resulta inútil (y más bien contraproducente) «ocupar» los espacios de comunicación a los efectos intentar cambiar el paradigma nacional-secesionista.

 Así, en el pueblo, los vecinos han formado un grupo a través de redes sociales con el objetivo de informar sobre los acontecimientos, acuerdos municipales, organización de eventos, etc. que afectan al pueblo y en los cuales formo parte. Sin embargo, desde hace un par de años se ha convertido en un foro donde volcar todo el odio antiespañol y toda la pasión nacionalista autocomplaciente. En el “veïnat” vive un amigo artista de Z. que tras ver en el grupo unos videos humillantes y denigrantes sobre los españoles se ha salido del mismo y la consecuencia es el vacío, la distancia. Eso en un pueblo de 40 vecinos es durillo.

 Existe luego el temor entre los miembros de la comunidad que si uno no rechaza al etiquetado como oponente, esa exclusión tácita de la comunidad le contamina a él también. Así es. Es un mecanismo perverso que mantiene esa «cohesió social» que tanto busca la Plataforma per la Llengua, es decir, a través del temor a infringir una supuesta norma indefinida de convivencia (por no hablar en catalán, por defender la unidad territorial de España o criticar el secesionismo o simplemente el funcionamiento del Estado de derecho o la Constitución, por ejemplo).

Lo tremendo es que habiendo nacido aquí, siendo vecino desde 1976 de allí, es decir, desde antes que muchos de los vecinos nacieran, puedo empezar a ser sospechoso por mantener mi amistad con el artista “español”, por ejemplo. Si encima me pronuncio abiertamente en esos foros, paso a ser considerado paradójicamente un «nouvingut» que coloniza su territorio, un español en «su» territorio que jamás será mío. Aunque se mantengan las «formas».

 No «entro al trapo» pero mi silencio que es un constante desviar de temas y hablar, por ejemplo, de la belleza de Burgos, cuando se habla de viajes (por decir algo banal) y luego colgar en esos foros fotos de 1976 en b/n hechas por mi madre de la fiesta del pueblo, deja un signo evidente de que alguien que normaliza la existencia de España como espacio común NO es un “nouvingut” sino uno más del pueblo, que ante su afecto va a ser difícil contraponer la sospecha, el destino de la exclusión. El esfuerzo imaginativo consiste en hacer ver las propias contradicciones (aunque ello sea ciertamente inútil en el caso de los fanáticos).

Lo complejo de esas dinámicas irracionales de grupo, del proceso de polarización entre «amigos» y «enemigos», es que no veo que lo decida nadie en particular y sí que lo deciden todos (por acción o, en la mayoría de casos, por omisión temerosa). Si bien es cierto, existen personas responsables, con nombre y apellidos, que difunden un relato del que la masa concluye un deber ser el infractor del cual debe ser eliminado.

 El señalado no infringe ninguna norma concreta de convivencia, de moralidad positiva que condicione la supervivencia de la comunidad, no existe una ofensa personal… pues el derecho no lo contempla, ni los usos y reglas de la convivencia plural, de la urbanidad. Pero a mi entender existe un (supuesto) quebrantamiento de una «norma». Una «norma» analizable sólo desde la psicología social de las estructuras de comportamiento gregario. Eso es lo fundamentalmente irracional que hace que el pueblo medieval queme viva a la anciana creyéndola bruja, y ahora, pases a ser colono “nouvingut” por criticar abiertamente el insulto supremacista a lo «español», por censurar un odio que no cabe en una comunidad plural y democrática.

Un gran amigo se ha separado de su mujer por la deriva nacionalista fanática de ésta y yo me hablo poco con mi hermano -al que quiero con todo mi corazón-, por su fanatismo nacional-secesionista.
Esta situación recuerda mucho a los conflictos con las minorías en la antigua Yugoslavia, los dramas familiares, la generación de odios atizados por los gobernantes y sus aparatos institucionales y de propaganda.

Me duele que mi hermano me discuta que «ñordo» es una expresión que lleva la misma carga (in)moral que «muselman» o «untermensch», que los nazis adoptaron a fin de gestionar los campos de exterminio sin tener mala conciencia del horror de sus crímenes. La cuestión es etiquetar al «español» como invasor, colonizador, contaminador, como amenaza a la identidad a la «cohesió social»,… pero con el atributo de despreciable y excluido de la comunidad humana que merece la pena defender, es decir, sin valor humano.

Perdonad la perorata, pero necesitaba explicármelo a mí también y desear profundamente que todo esto fuera una exageración, una jugada de la imaginación que dibuja escenarios más terribles de lo que la realidad es.

Un abrazo."                     (Salvador López Arnal, blog, 14/01/22)

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