"¿Cuándo empezó el declive de la burguesía catalana?
Es difícil decirlo. Yo fui consciente por primera vez de que alguna
cosa fallaba con el incendio del Liceo en aquel ya lejano 1994. Emilio Botín, entonces dueño del Santander, anunció que pondría cien millones de pesetas para reconstruir el teatro. No sé si de su bolsillo o del del banco pero a efectos prácticos daba igual porque era el mandamás.
Entonces ya me pregunté: ¿Dónde está la burguesía catalana?
Los hechos han acabado confirmando aquella primera impresión. Como saben, los dos obras más emblemáticas de la otrora poderosa
burguesía -el Liceo y el Palau de la Música- han acabado siendo
consorcios públicos en los que participan la Generalitat, el Estado, el
Ayuntamiento y la Diputación de Barcelona, que son los que aflojan la
pasta. Sin ellos no sobrevivirían.
La segunda vez fue con el caso Palau.
No sólo porque un ladrón consumado y confeso como Fèlix Millet llegó a
lo más alto -ni siquiera ha entrado en la cárcel- sino por la impunidad
con la que pudo hacer sus fechorías.
En el momento en que fue descubierto algunos próceres de la burguesía
catalana hasta iban pidiendo la medalla de oro de la ciudad para él. Me
ahorraré, para alivio suyo, recordar los nombres.
Aunque lo más grave es que fallaron todas las administraciones, que
habían mirado hacia otro lado. El caso Palau -por el que Convergència
fue condenada a devolver los más de seis millones de euros que se
embolsó- quizá lo explica: era uno de los nuestros.
Sin embargo, la guinda del pastel es la elección de Joan Canadell
como presidente de la Cambra de Barcelona, en teoría una de las
instituciones clave de la erróneamente denominada sociedad civil. Es cierto que las elecciones en la Cambra nunca fueron un modelo de
transparencia. Y que el anterior presidente, el difunto Miquel Valls, se
mantuvo en el cargo nada menos que 17 años.
Semejante longevidad institucional sólo es superada por Josep
González, el presidente de Pimec, que creo que va por su séptimo o
octavo mandato. He perdido la cuenta. Nada menos que 28 años en el
cargo. ¡Y nos quejábamos de Pujol! Recuerdo que en una rueda de prensa le pedí a Miquel Valls el
currículum porque entonces ya estaba jubilado de todos su cargos
empresariales pero continuaba al frente de la institución. Me dijo que
me lo mandaría. Todavía estoy esperando.
Sin embargo lo de Joan Canadell supera todas las expectativas.
El mismo día de su elección ya me vino a la cabeza que era aquel
empresario que iba con una careta de Puigdemont en el asiento del
conductor. Imagen que ilustra este artículo. ¡Y no sólo lo hacía sino que lo colgaba todo orgulloso en twitter!
He de confesar, en todo caso, que no seguí de cerca las elecciones en la Cambra.
Me consta que la Generalitat -con Àngels Chacón al frente- tenía otro
candidato: el exdirector general de Damm, Enric Crous, al que quemaron.
Cumplía todos los requisitos: buen gestor y perfil catalanista.
Joan Canadell era, en cambio, el candidato de la ANC. Los del boicot encubierto aunque lo llamaban consumo estratégico.
Las de las cruces en las playas o en las rotondas. Este verano, sin un
turista europeo en el horizonte, muchos municipios lo van a lamentar. Tampoco entraré en las dudas sobre su elección. Una empresaria me
dijo un día que, aquella noche, estaban esperando el resultado y que les
dijeron que iba para largo, que mejor se fueran a casa. Al día
siguiente los daba el diario Ara en exclusiva.
Por eso, que Joan Canadell haya llegado a presidente es la muestra
definitiva del ocaso de la burguesía catalana. No sólo porque él ganó
sino porque tampoco tenían a nadie mejor. Luego se quejan.
En el fondo pasa lo mismo con los presidentes de la Generalitat. Si personajes de la talla
de Artur Mas, Carles Puigdemont o Quim Torra han llegado a la más alta
magistratura del país -la presidencia de la Generalitat- es que la
burguesía catalana como clase social ha muerto.
Pero lo peor de todo es que Joan Canadell no es la excepción, es la regla.
Hay una parte del independentismo o incluso del Govern -y desde luego medios afines- que creen que “España es paro y muerte”. Pero si lo decía hasta la portavoz, Meritxell Budó. O el abogado Jaume Alonso-Cuevillas, que con un estado propio sería difícil "hacerlo peor". Incluso un exconsejero de Sanidad como Xavier Trias. Nadie se acuerda de los recortes de CiU.
Cuesta de creer que, con los errores de la Generalitat al principio de la crisis o la gestión en las residencias, todavía puedan sacar pecho. Sin ir más lejos, según los últimos datos oficiales hay más de 2.500
muertos en las citadas residencias, 8.800 infectados y casi 16.000 casos
sospechosos. Será una mortaldad. Además de 45.000 infectados, 82.000 casos posibles y 5.200 otros fallecidos en toda Catalunya.
Nada, nada, sigan sacando pecho.
Personalmente, tengo serias dudas de que -en una República Catalana- con este personal lo hubiéramos hecho mejor." (Xavier Rius, director de e-notícies, 23/04/20)
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