"(...) el parlamento de Salvador Oliva, que me hizo ver hasta qué punto se ha degradado Cataluña con el prusés. Contó
el catedrático de Filología Catalana que, en la universidad de Gerona,
donde dio clases durante toda su vida profesional, nadie le saluda desde
que se manifestó en contra de la demencia nacionalista.
Él y Javier Cercas son actualmente los dos intelectuales locales más odiados por el procesismo. Evidentemente, a nadie le importa que el profesor Oliva haya hecho más por Cataluña que el fugado Puigdemont, y su amor a la lengua se le ha agradecido con el desprecio. A alguien que traduce a su idioma materno las obras completas de Shakespeare lo ignoran los tarugos de la estelada que
hablan un catalán rudimentario. Aquí, a un señor al que se debería
erigir una estatua, se le niega el saludo. A eso hemos llegado.
O sea, que lo de que somos un solo pueblo es más falso que un billete de tres euros. El prusés nos
ha partido por la mitad y la gente como uno está dejada de la mano de
Dios (y del estado) en los pueblos de la Cataluña profunda. Lo que antes
se consideraba personas normales, porque lo son, han adquirido la
condición de excéntricos (como me contó una integrante de Convivencia i progrés, un
día que se definió como no independentista ante la panadera, ésta le
perdonó la vida diciéndole que la querían igual; por no hablar de la
foto que me enseñó Miquel, mi anfitrión, en la que se veía el pesebre
del colegio de su hija de siete años con la sola presencia de dos
semovientes porque, como decía un cartelito, la virgen, el niño y José
estaban visitando a los presidiarios patrióticos de Lledoners). (...)" (Ramón de España, Crónica Global, 14/01/20)
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