"Francesc Trillas se muestra tranquilo. Es profesor de Economía Aplicada en la UAB y un defensor del federalismo sin matices. Cuando el interlocutor le dice que es una especie de determinista, Trillas viene a decir que lo asume, pero es que no ve otra posibilidad.
La idea es que los mejores países son federales y que la Unión Europea
camina hacia mayores lazos federales, y, con ella, España. “Deberíamos
estar más tranquilos de lo que estamos”, precisa, en relación al
proyecto independentista que se vive en Cataluña, porque lo ve
"fracasado". Acaba de publicar Missió Federal, cap a una solució compartida a Catalunya, (Bubok editorial), con su experiencia como uno de los impulsores de Esquerra Federal.
Trillas considera que no hay duda de que ese proceso independentista no
es viable, pero cuestiona también el catalanismo. Lo que defiende es un
proyecto federal para todos. "Por culpa del independentismo, el
catalanismo ya no será un factor de cohesión social", señala, tras
reconocer que él mismo se ha sentido "traicionado".
--Pregunta: ¿El federalismo ha tenido verdaderos partidarios en Cataluña?
--Respuesta: Por supuesto, desde el siglo XIX por lo
menos. Lo que pasa es que en los últimos años ha interesado ocultarlos,
precisamente cuando su voz era más necesaria y cuando los hechos más les
daban la razón sobre la necesidad de una buena democracia multinivel.
El anarquismo y la izquierda, incluso ERC, han sido históricamente federalistas en Catalunya. Lo fue el PSUC
y lo ha sido y lo es el socialismo catalán y el grueso del
sindicalismo.
A caballo del siglo XIX y XX el federalismo fue una
corriente muy popular en Catalunya, con casales y ateneos federalistas
en muchas poblaciones. El federalismo fue siempre un punto de referencia
de los sectores progresistas obreros e ilustrados, y siempre fue un
ancla, un punto de amarre, de sectores que flirteaban con el
independentismo, pero que tenían remordimientos de conciencia por las
implicaciones de insolidaridad e inestabilidad que implica el
separatismo.
Algo de eso hay todavía en Junqueras, Carod-Rovira,
y algunos sectores de ERC, que quizás a veces, en momentos puntuales de
lucidez, se dan cuenta que se han dejado llevar demasiado por esa
pulsión egoísta. Los catalanes hicieron importantes contribuciones
(redactándola y votándola más que en cualquier otro sitio) a la Constitución de 1978,
que tiene muchos elementos federales, aunque con la boca tan pequeña
que se evitó el concepto.
En las últimas semanas he visto reivindicar el
federalismo, en las páginas del mismo medio de comunicación, a Junqueras y a Corbacho. Y también lo he visto reivindicar en un editorial de La Vanguardia.
Supongo que todos ellos lo decían sinceramente, así que sí, creo que
hay verdaderos partidarios, muchos e importantes. Y pese a todo lo que
se dice, también los hay en el conjunto de España, empezando por su
gobierno.
Pese al gran ataque del independentismo, que para algunos
tenía como uno de sus objetivos la destrucción de la izquierda catalana,
la mayoría de votantes y cuadros políticos y sindicales de izquierdas
en Catalunya son federalistas. Y por supuesto lo es oficialmente uno de
los partidos favoritos para ganar las elecciones generales en Catalunya,
que es el PSC.
El nacionalismo moderado de centro-derecha que apuesta por cooperar en la política española, en la estela de Duran Lleida y Roca Junyent, tiene muchos puntos de contacto con el federalismo, y parece que cada vez más.
--Usted ha dicho que el
independentismo es 'la fase superior del pujolismo'. ¿Eso implica que
desde el inicio se quiso llegar hasta aquí, desde 1980, con la victoria
de Pujol?
--No, no creo que la
política funcione con esta capacidad de planificación. Al contrario,
tengo una visión evolutiva de la política, donde lo aleatorio y lo no
planificado juegan un papel muy importante. Sin embargo, cierto
horizonte independentista sí existía, aunque como un programa lejano,
casi como un mito, algo así como la sociedad sin clases para la
izquierda. Nadie razonable se lo tomaba en serio como algo viable en el
corto y medio plazo.
La política es un sistema complejo dinámico, donde
incluso la importancia de los líderes se exagera. El pujolismo, por intereses históricos de clase y familiares, pero donde Jordi Pujol
era un instrumento útil, permitía blanquear el apoyo de la burguesía
catalana al franquismo. Construyó un sistema de clientelismo de masas y
propagandístico, un enorme entramado que después ha sabido capitalizar
muy bien el independentismo.
En buena parte, el independentismo resulta
de la combinación del entramado pujolista, un mecanismo de distracción masiva al servicio de una clase social,
o más en general al servicio de unos grupos sociales, con algunos de
los elementos modernos de los nacional-populismos en auge en todo el
mundo.
--¿Considera que Cataluña sigue viviendo en el pospujolismo?
--Han cambiado cosas, pero lo que digo es que no se
ha producido un gran cambio. El entramado clientelar se mantiene. Se
aprovecha ese clientelismo, y se conecta con el nacional-populismo, con
las redes sociales, y se aprovecha la ley electoral catalana, los
municipios, TV3, todo, para dar un paso más. Es la retórica
nacionalista, junto con el menosprecio de las instituciones, que no
están al servicio de la colectividad.
--El catalanismo ahora sufre
un descrédito, porque es acusado de haber propiciado la deriva
independentista. ¿Es posible salvarlo, recuperarlo de algún modo, pero
con otras bases y objetivos?
--El catalanismo ha sufrido un descrédito cuya
responsabilidad hay que atribuir al movimiento independentista, o por lo
menos a sus líderes. El procés y su
culminación frustrada en otoño de 2017, asustó a la mitad de la sociedad
catalana, una mitad que a partir de ahora va a contemplar con mucho
recelo cualquier iniciativa catalanista. Supongo que los sectores más
lúcidos del soberanismo ya se han dado cuenta de esto, pero los menos
lúcidos, que son los que siguen liderando el independentismo, no se han
dado cuenta.
Por culpa del independentismo irredento, tengo serias dudas
de que el catalanismo por si sólo vuelva a ser un factor de cohesión
social, no lo será. Creo más bien que lo puede ser el federalismo,
que apela a valores mucho más universales, respetando que el
catalanismo, si se desembaraza de sus sectores más fanáticos, pueda ser
un aspecto importante de una sociedad plural, tolerante y multicultural.
--¿Se puede entender que haya
una Cataluña traicionada por el catalanismo, que, después de cruzar las
manos y dejar que el nacionalismo construyera ‘el país’, ahora pida
cuentas y reclame un nuevo pacto interno?
--Por supuesto que se puede entender, yo por lo menos lo entiendo porque también me he sentido traicionado.
Soy de la opinión de que quien ha hecho más por la lengua catalana en
democracia, entre otras muchas cosas que han hecho, son los alcaldes y
alcaldesas del Baix Llobregat y otras zonas de la periferia de
Barcelona, casi todos ellos del PSC.
¿Algún nacionalista se lo ha agradecido?
Lejos de agradecérselo, al de
ellos que alcanzó la presidencia de la Generalitat, para aplicar un
programa catalanista, lo trataron a empujones y con desprecio casi
xenofóbico. Muchísimas personas de origen castellano-parlante aceptaban
la ampliación social del uso del catalán y la inmersión lingüística
porque creían que era un factor de cohesión social. Si a partir de ahora
sospechan que no era para cohesionar la sociedad, sino para hacer un
país nuevo, van a dejar de aceptarlo.
Es una vergüenza la gestión
irresponsable del catalanismo que han hecho los independentistas. La
lengua catalana no se defiende en los pueblos de la Cataluña carlista,
sino en Cornellà por ejemplo. Balmón, Marín y Poveda
han hecho mucho más por el catalán que cualquier líder independentista.
Y lo mismo que los líderes independentistas han hecho una gestión
irresponsable del catalanismo, lo han hecho o por lo menos lo han
intentado con escuelas, con los Mossos d'Esquadra, con los medios de comunicación públicos… Defendían la independencia y han terminado por someter al autogobierno y sus instituciones a una erosión sin precedentes.
--¿La decisión de
catalanistas que gobernaron con el PSC, como Marina Geli o Joan Ignasi
Elena o el propio Ernest Maragall, de decantarse por el independentismo,
¿refuerza esa idea de la traición, o es que el PSC no ha entendido el
movimiento en la sociedad catalana?
--El PSC sigue siendo el partido que mejor comprende y
representa la pluralidad de la sociedad catalana. La representa tan
bien que por eso ha sufrido las mismas tensiones que el conjunto de la
sociedad. Los tres excompañeros que usted menciona han terminado con
distintos grados de proximidad en el movimiento dirigido por Torra y Puigdemont,
dos fanáticos nacionalistas de derechas. Igual que muchos otros
exponentes de la clase media y alta catalano-parlante.
Yo hablé bastante
con Elena para intentar disuadirle,
pero fracasé. Llevo mal, y me cuesta mucho entender, que haya terminado
creyéndose casi religiosamente a Jordi Sánchez y a Oriol Junqueras, cuando era gran amigo de Raimon Obiols entre otros. Pedí hablar con Ernest Maragall, que era amigo mío, cuando inició su deriva, pero nunca más alcanzamos a conversar.
Con Marina Geli
no tenía trato. Seguramente todos ellos tenían motivaciones distintas, y
no me atrevo a hablar de traición, porque todo el mundo tiene derecho a
cambiar de ideas y de partido. Pero que por favor no digan que no han
cambiado de ideas. No pasa nada por hacerlo. Pueden argumentarse a sí
mismos que a lo mejor no cambiaron de ideas, sino que apoyaban el
independentismo para negociar un federalismo mejor.
Pero entonces, se
equivocaron totalmente, porque el independentismo no ha servido
absolutamente para nada, excepto para causar un enorme daño a Cataluña.
Lo que más me sorprende es cuando alguno de ellos hace declaraciones
altisonantes, cuando sueltan insultos. Cuando yo los conocí no eran así,
o a lo mejor practico un autoengaño retrospectivo.
--El federalismo, como
fórmula posible, ¿no conllevaría más unión, y, por tanto, nunca tendrá
el apoyo de ese nacionalismo catalán que reivindica, o reivindicaba un
mejor encaje en España desde el reconocimiento de la diferencia?
--Creo que hay grandes puntos de posible acuerdo con
un nacionalismo catalán moderado y moderno, como lo hay con el vasco, en
el contexto de una España que apueste por una Europa más unida. El
federalismo no sé si llevaría a más unión, pero sí a una mejor unión, en
España y en Europa. Cataluña tiene todas las de ganar en una España y una Europa federales.
Creo que eso lo entienden los sectores más lúcidos de las clases medias
catalanistas.
Además el federalismo es un conjunto de ideas que permite
que personas como Iceta, Junqueras, Corbacho, García-Margallo y Garicano,
entre muchos otros y con distintos acentos, lo reivindiquen, por lo
menos en sus momentos de lucidez. En una España abiertamente federal que
esté en la vanguardia de la integración europea, pueden convivir
personas que tengan ideas distintas de lo que es una nación, incluso de
cuál es su nación. El federalismo es derecho a la diferencia, sin
diferencia de derechos.
--¿Es posible un federalismo asimétrico?
--Es tan posible que ya existe, en España y en
Europa, en la medida que son federaciones en construcción. Otra cosa es
que sea deseable la asimetría cuando se lleva a un extremo. Creo que el
federalismo debe reconocer especificidades, pero no privilegios, y así
lo hace donde funciona. Europa es una
federación en construcción con ritmos muy diferentes. Hay que acomodar
estos ritmos para hacer posibles los pactos y la cooperación.
La
cooperación y la coordinación son necesarios para abordar los grandes
retos de nuestro tiempo. Yo prefiero hablar de un federalismo flexible y
pragmático, que haga posible abordar los grandes problemas sociales que
tiene planteados la humanidad: las desigualdades, el fraude fiscal, el
cambio climático.
El federalismo es democracia multinivel, es repartir
el poder y la soberanía, es
organizarnos para alcanzar pactos que permitan la equidad y el ejercicio
de una acción colectiva con reglas y con división de poderes. Nos
equivocamos si planteamos el federalismo simplemente como una receta
tecnocrática con más o menos adjetivos.
Es un conjunto de valores que
tiene que ver con la empatía, con el respeto, con los valores
universales.
--¿Hay una derecha federal en
España? ¿Sería necesario que la España menos inmovilista, sea del color
que sea, optara por esa opción?
--La hay, pero es minoritaria. Es necesario que el conjunto de la derecha menos inmovilista opte por el federalismo,
y hay que ayudarles y colaborar con ellos si hace falta. Una derecha
inteligente, catalana y española, debería colaborar con la izquierda
creando una gran agencia europea del federalismo que actuara como un
moderno y potente think tank, en Barcelona, con
irradiación en toda España y colaborando con iniciativas parecidas en
Bruselas y otras capitales. Eso haría más por combatir el
independentismo irredento y la inseguridad jurídica que varias
manifestaciones con muchas banderas.
El líder liberal europeo, Guy Verhofstat,
es uno de los principales exponentes del federalismo europeo, y en el
Paramento europeo defendió una España federal en una Europa federal. Uno
de los capítulos del último libro de Luis Garicano tiene una sección titulada “Un construcción federal que funcione”.
El federalismo es perfectamente compatible con un centro-derecha que
priorice los derechos individuales y la reforma institucional en un
marco de estabilidad.
La derecha inmovilista tiene que hacer un esfuerzo
cultural más grande porque en España tiene una tradición centralista y
uniformista, alrededor de la cual parece que las subastas todavía
producen ciertos réditos. Pero creo que también la derecha está
cambiando, por la influencia de las élites autonómicas en España y por
el proceso de internacionalización.
La subasta por la bandera está
retrasando el cambio, pero quizás también esté retrasando su regreso al
poder. Se puede ser de derechas y ser federalista. Lo que produce más
disonancia cognitiva es ser de izquierdas y no ser federalista.
--¿Qué verdades hay en el
independentismo, sobre las supuestas limitaciones del autogobierno que
ofrece la España constitucional de 1978?
--El autogobierno más que limitaciones, tiene
imperfecciones, pero no porque lo diga el independentismo, sino porque
están ahí. Una de ellas es que ha permitido que algún gobierno
autonómico muy poderoso, como el catalán, utilice las herramientas que le ha dado la Constitución,
para atacarla.
Otra limitación es la constante conflictividad y la
falta de automatismos del modelo actual. La única verdad que yo veo en
el independentismo es que no sacraliza las fronteras existentes. Pero lo
hace no para diluirlas, sino para crear nuevas fronteras. A veces
parece que les guste tanto una cierta caricatura de España, que quieren
hacer una en pequeño. Les ha faltado mucha imaginación.
--¿Qué carencias hay, reales, para conjugar lealtad constitucional con autogobierno y reconocimiento nacional?
--Falta introducir elementos de multicapitalidad, falta reconocer el multilingüismo como lo hacen Suiza, Bélgica o Canadá. Faltan herramientas de gobierno compartido, empezando por compartir la representación del Estado en Europa. Pero Torra y Puigdemont
no sirven para nada de esto, no han hecho nada por conseguirlo. Todo lo
contrario, generan una gran desconfianza hacia todo lo que venga de
Cataluña.
Si no estamos en el debate de todo eso, y con el
independentismo no estamos, la ciudadanía de Cataluña será menos
soberana, porque no pintaremos nada donde se toman decisiones que nos
afectan y nos seguirán afectando. Igual que los británicos son menos soberanos si se desentienden de las instituciones europeas pero estas les siguen afectando.
--Si recuperamos esa idea de pacto interno en Cataluña, ¿qué se debería consensuar de nuevo?
--Lo primero y más urgente, el normal funcionamiento
de las instituciones, del gobierno catalán y de su Parlamento. El coste
de oportunidad del proceso independentista en términos de proyectos
colectivos es devastador.
No sólo me refiero a la pérdida de la sede de
la Agencia Europea del Medicamento,
sino a todo lo que se podría hacer y no se hace. Nadie en sus cabales
recibe al actual presidente de la Generalitat, es imposible encontrar
aliados para nada, a duras penas conseguimos conservar las cosas que
tenemos, como el Mobile World Congress.
La parálisis en el mundo de hoy equivale al retroceso.
La economía de
Barcelona y Cataluña todavía viven de la inercia del 92, pero es que ya
han pasado 27 años. Necesitamos aliados y proyectos colectivos
factibles, no entelequias. Una vez consensuado el normal funcionamiento
de las instituciones, deberían consensuarse propuestas viables de
reforma constitucional, propuestas que se puedan apoyar desde sectores
del independentismo moderado hasta sectores de la derecha española
civilizada.
Y debería consensuarse también una acción transversal para
ponernos, como sociedad catalana, al frente de la lucha por una Europa
unida sin fronteras, que hoy está amenazada por los nacional-populismos.
Hay que consensuar todo eso. Si no lo hacemos, la alternativa no es la
independencia, que es imposible, sino la decadencia.
--¿Todo pasa, o en gran medida, por un nuevo rol de los medios de comunicación públicos de la Generalitat?
--No sé si “todo” pasa por ahí, porque cada vez los medios públicos juegan un rol menos importante en los tiempos de Netflix e Internet. Pero es una vergüenza lo que ha pasado con TV3 y Catalunya Ràdio. Teníamos que hacer la BBC y hemos acabado haciendo Fox News.
Y no es culpa de Madrid.
Pero sí creo que debe hacerse un mayor
esfuerzo institucional, organizativo y financiero por crear una
narrativa federalista potente que gane la batalla cultural al
nacionalismo venga de donde venga.
--Usted habla en el libro de
los economistas, del Colectivo Wilson, de los que defendieron el
proyecto independentista, como Sala Martín, o también de Elisa Paluzie,
presidenta ahora de la ANC. ¿Cómo se explica?
--Son economistas de prestigio, que no dirían nunca
lo que dijeron en una conferencia internacional. No han convencido a
ninguno de sus colegas internacionales. Defendieron el proyecto porque
son nacionalistas. Se movilizaron al servicio de una idea.
--¿Tiene explicación que se compre una mercancía averiada, utilizando el término que expresa Félix Ovejero?
--Tiene una explicación y es la etnolingüística.
De forma inconsciente o consciente, el 90% de los catalano-hablantes
defienden la independencia. Y el 90% de los castellano-hablantes está en
contra. Es desagradable hablar de eso, pero es así. Más difícil de
explicar es el rol de la izquierda, como se ha apuntado, y creo que
prima más la pertenencia al grupo que una defensa racional del proyecto."
(Entrevista a Francesc Trillas, profesor de Economía Aplicada en la UAB, Manel Manchón, Crónica Global, 24/03/19)
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