"(...) España es una dictadura tan parecida a una democracia
que nuestros independentistas han podido trasladarse a Madrid a dar la
brasa sin correr ningún riesgo para su integridad física.
De verdad que
no sé donde se esconden esos miles de fascistas que viven en Madrid y
que deberían haberse organizado en pelotones de castigo y emprenderla a
porrazos con los de la estelada: ¿dónde están las Juventudes
Abascalianas cuando la patria es humillada? Pues supongo que, como el
resto de los madrileños, tomando cañas y pasando de la manifa, pues en Madrid todo el mundo está acostumbrado a ejercer de escenario de todo tipo de protestas protagonizadas por gente venida de toda España: las ciudades de aluvión lo son hasta para la disidencia.
Los indepes, que nunca están contentos, ya se han quejado de la indiferencia de la población madrileña ante sus banderas, sus berridos, sus discursos y su enésima versión en directo de L'estaca.
El caso es quejarse:
si un facha les parte la cara, se cabrean; si nadie les hace el menor
caso, también. Son como aquel conocido mío, soberanista de pro, que,
cuando yo vivía en Madrid, me preguntaba siempre qué se decía de
nosotros en la capital.
Me hubiese gustado satisfacerle diciéndole que
los madrileños odiaban cada día a los catalanes más que
ayer, pero menos que mañana, pero la verdad es que se la soplaba lo que
hiciéramos o dejáramos de hacer. Lo más fuerte que he oído últimamente
en Madrid sobre los catalanes por parte de algún amigo han sido las preguntas, “¿Pero qué os pasa?” y “¿Qué os hemos hecho?”.
Todo nacionalista
que se precie vive pendiente de su propio ombligo y cree que el resto
de la humanidad también debería hacerlo. Por eso los pobres infelices
que llegaron hechos caldo a Madrid tras un angustioso viaje en autobús y
lo primero que hicieron fue envenenarse con un bocadillo de calamares
consumido en el peor bar que encontraron --hay que ir al Brillante, en
Atocha, mira que os lo tengo dicho, cazurros-- se debieron sentir algo
ofendidos al comprobar que nadie pensaba en ellos ni para darles una
patada en el culo o meterles la estelada por el mismo.
Ante semejante situación, alguno podría tener la sospecha de que
España tal vez sí sea una democracia, pero ya le quitará de la cabeza
tan perniciosa idea su columnista favorito, que verá en
el ninguneo de la capital una nueva e imperdonable ofensa.
Y si el
viajero se siente inútil e inofensivo, que no se preocupe, que los
cronistas del régimen le darán la vuelta a la historia --como hacen a
diario con el juicio a los héroes de la república-- y le asegurarán que
en Madrid nos tienen un miedo tremendo. La irrelevancia hay que combatirla como sea, que es muy mala para la autoestima." (Ramón de España, 19/03/19)
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