"(...) La democracia es también el reclamo del independentismo. La mayoría
de las personas que defienden esta opción viven el conflicto en estos
términos: es el Estado español el que no deja votar, el que mandó
aporrear a la gente cuando votaba, el que se niega a reconocer un
mandato mayoritario del pueblo, el que encarcela a personas por defender
posiciones políticas.
Más aún, una parte de esta población se declara
independentista por considerar que ésta es la única vía para escapar a
la autoritaria política de la derecha española. Y esta visión en blanco y
negro de la realidad, esta exageración de los tintes antidemocráticos
de la política española, contrasta con la beatificación democrática de
todas las intervenciones de la política independentista.
Da por buena la
celebración de un referéndum en el que ha sido imposible realizar un
debate sereno, documentado, de los pros y contras de la independencia
(no sólo porque el gobierno de Madrid lo ha impedido, sino también
porque los medios locales han sido utilizados básicamente como medios de
propaganda).
Da por democrática una votación en la que no ha existido
ninguna garantía formal.
Da por bueno que una votación en que el “sí” no
llega ni al 50% de la población es suficiente para declarar la
independencia. Y, lo peor de todo, convierte a cualesquiera opositores a
los postulados independentistas en meros antidemócratas.
Esta población que ha sido abducida por un relato poderoso sobre la
superioridad moral del independentismo (basado en parte en agravios
reales como el del Estatut y en la crítica al comportamiento bochornoso
del PP en muchos campos) es incapaz de reaccionar ante la evidencia de
que el proceso que culminó con la DUI era, cuando menos, una insensatez y
una vía muerta.
Por eso el gran peligro de la situación actual,
evidente en Catalunya pero extensible al resto del Estado, es la
consolidación de dos espacios sociales cerrados en sí mismos, incapaces
de dialogar y de tender puentes, incapaces de avanzar en verdaderos
procesos democráticos de tipo deliberativo. Donde lo racional queda
subsumido por una enorme carga emocional y la adscripción a uno u otro
grupo impone una peligrosa disciplina social.
La izquierda es la gran perdedora en esta dinámica, tanto la
izquierda alternativa que en Catalunya representan Els Comuns como el
moderadísimo centroizquierda del PSC. Por más diferencias que existan
entre ellos, son las dos únicas fuerzas que han tratado de plantear
soluciones alternativas al conflicto, reivindicando un referéndum
pactado en el primer caso y un etéreo federalismo en el segundo. Y ambas
corrientes han sido vilipendiadas por los aparatos mediáticos de los
dos lados.
Para el PSOE-PSC, el envite catalán ha quemado en gran medida las
posibilidades de Pedro Sánchez de presentarse como una alternativa
estatal. Al alinearse indiscriminadamente con la aplicación del 155 ha
acabado por guardar silencio ante los desmanes del PP (por ejemplo,
renunciando a plantear en el Congreso la crítica a la operación policial
del 1-O), y corre el peligro de acabar ninguneado por el bloque
centralista de PP-Ciudadanos.
En Catalunya ello ha deteriorado la
capacidad del partido de tener un discurso propio (incluso provocando la
huida de algunos alcaldes significativos) y lo ha abocado a buscar
aliados en sectores de la derecha catalana no independentista (los
restos de la muy reaccionaria Unió Democràtica).
Para Els Comuns en particular, y para Unidos Podemos en general, es
evidente que su toma de posición tiene un potencial coste electoral
(hasta ahora sólo reflejado en las encuestas), no sólo en el resto de
España sino posiblemente en Catalunya.
Els Comuns son un fiel reflejo de
la situación catalana, en que el independentismo es claramente
mayoritario en el medio rural y ha ganado predicamento entre amplios
sectores de las clases medias urbanas (los asalariados con educación y
los restos de la pequeña burguesía comercial), y, en cambio, es
claramente minoritario entre la clase obrera industrial y de servicios
(en poblaciones y barrios donde han obtenido los mejores resultados).
Esta tensión se ha reflejado internamente a raíz del debate (y la
votación) sobre la continuación del pacto con el PSC en el Ayuntamiento
de Barcelona, y quizá pueda volver a repetirse en el futuro.
La propuesta de Els Comuns-Unidos Podemos de seguir apostando por un
referéndum negociado es valiente, pero en el contexto actual
posiblemente no es viable a corto plazo, ni tiene capacidad de cambiar
la situación ni es seguro que vaya a consolidar este espacio. La
inviabilidad a corto plazo es obvia para todos los actores sociales.
No
tiene capacidad de cambiar porque difícilmente va a conseguir, al menos a
corto plazo, romper los caparazones en los que se han encerrado los
campos enfrentados, especialmente el independentista, receloso de todo
lo que provenga de fuerzas con alianzas estatales e incapaz de llevar a
cabo una autocrítica profunda de lo que ha significado el procés.
Ha habido demasiado calentamiento emocional como para que en un breve
plazo de tiempo se produzca una reflexión social serena y un cambio de
actitud. Y difícilmente este espacio se podrá consolidar sobre la base
de un posicionamiento sobre la cuestión nacional, que es, precisamente,
aquel en el que existe una mayor división interna.
Es cierto que el discurso de Xavier Domènech y los demás líderes
plantea propuestas necesarias tanto de reforzar las cuestiones sociales,
ecológicas y de género en las propuestas políticas como de optar por
una salida más constructiva y transversal de la cuestión nacional. Pero
es una respuesta que, para consolidarse, requiere de tiempo y de otro
tipo de procesos sociales. Y tiempo es lo que no hay en la convocatoria
electoral.
Ni lo habrá en los debates sobre la formación de un nuevo
gobierno tras las elecciones. Una situación en la que es posible que el
puñado de escaños de Els Comuns sean decisivos y en que acecharán los
peligros de todo tipo, peligros ya visibles en la hostilidad de la
mayoría de los medios de uno y otro bando.
Si no quieren naufragar en el
intento junto con la campaña electoral, se debería hacer un esfuerzo
discursivo sobre qué hacer tras el 21-D, qué propuestas lanzar para
romper la perversa dinámica actual, para no acabar cayendo en manos de
proyectos ajenos. Sobre cómo construir una nueva dinámica social sobre
las ruinas que ha dejado el procés. No es tarea fácil. El folletín sigue prometiendo nuevos sobresaltos." (Albert Recio Andreu, Mientras tanto, 30/11/17)
No hay comentarios:
Publicar un comentario