"(...) Se suele señalar en la izquierda que votar no puede ser delito,
identificando este acto con la democracia. De ahí la utilización del
término “derecho a decidir”, todo un triunfo de las fuerzas
separatistas.
(...) esa identificación abstracta de la votación con la democracia, resulta
igualmente cuestionable. ¿Sería lícito utilizar la coartada del derecho a
decidir para someter a votación la discriminación de un grupo de
personas por razón del sexo, raza, o lo que sea? A fin de cuentas, esta
votación pretende hacernos extranjeros al resto de españoles,
apropiándose los residentes de un acervo común con siglos de historia.
(...) la izquierda debería defender que la estructura territorial de la nación
constituye un elemento cualitativamente diferente al conjunto de
cuestiones que, efectivamente, pueden ser objeto de consultas
ciudadanas.
Así, la propia integridad de la nación se erige en un
presupuesto de la democracia que, en su caso, permite evitar lo que no
es sino la esencia del problema catalán, el chantaje de una región
relativamente rica ante una redistribución inter-regional de ingresos de
la que no quiere formar parte, olvidando que su industrialización se
sustentó en un proteccionismo garantizado por el conjunto de país, lo
que significaba un sobrecoste de los textiles producidos en Cataluña.
No
olvidemos que el consenso de ricos y pobres en Cataluña se cimienta en
ese ‘Madrid/España ens roba’ de tanto éxito, la alusión a las
denominadas ‘balanzas fiscales’, y aderezado todo ello con un odio y
desprecio a España cimentado gracias a la cesión de las competencias en
educación. (...)
En este sentido, se debe ser absolutamente claro. De primeras, lo que
ha sucedido en Cataluña constituye un golpe de Estado, que lo explica
correctamente Xavier Vidal-Folch (“Un golpe de Estado y una rebelión
popular”, El País, 21 de septiembre. https://elpais.com/elpais/2017/09/21/opinion/1506016253_548948.html
): “la tentativa de culminar el golpe desencadenado el 6 y 8 de
septiembre en el Parlament al imponerse las leyes de ruptura o
“desconexión” que pretendieron derogar la legalidad democrática vigente
abrogando antes su legitimidad.
La esencia de esta operación es la
ruptura del Estatut.(...)
Este referéndum separatista constituye una vulneración de la
soberanía nacional, dado que pretende otorgar la decisión sobre un
aspecto central de la nación a la población censada en una determinada
región. Por tanto, supone un atentado a la democracia, contrario a los
propios fundamentos de la izquierda, y de manera complementaria,
contradice la Constitución. El aspecto esencial es que la soberanía
nacional es una realidad democrática, que la izquierda debe sustentar, y
que viene además recogida en la Constitución.
Resulta por tanto muy triste que importantes representantes de la
izquierda (Izquierda Unida, Podemos, y los movimientos periféricos)
critiquen este referéndum no por su esencia, sino porque carece de
garantías democráticas. Por ello, parece que la solución radica en una
votación pactada con el parlamento de España.
Al margen de lo patético
que resulte bajarse ahora de un tren en el que, por acción o por
omisión, se ha estado viajando, sea en primera fila (como los Nuet) o
como mero comparsa o florero de adorno (IU, Podemos), estos dirigentes
parecen olvidar que un referéndum en el que sólo voten los ciudadanos
catalanes vulnera la soberanía nacional. Y yo me pregunto, ¿no era
precisamente de izquierdas defenderla? ¿O sólo vale ad hoc en
el ‘todos contra el Partido Popular’?
El sólo reconocimiento del derecho
a la autodeterminación para los habitantes de una región implica ya que
se les reconoce como sujeto político soberano. En estas condiciones,
desaparece automáticamente la soberanía nacional, el fundamento
democrático de una nación, del que la clase trabajadora es su elemento
mayoritario… soberanía que pasaría por tanto a ser no un fundamento,
sino un mero resultado del posible acuerdo coyuntural de la decisión de
las diversas entidades soberanas (Cataluña, País Vasco, Galicia, y
cualquier pueblo).
Así pues, los separatistas deberían modificar un texto que, estoy de
acuerdo, no puede ser sagrado, como es la Constitución, pero se debe
hacer de común acuerdo en todo el país. (...)
Si, de manera alternativa, consideramos que los grupos sociales de
rentas más elevadas expresan su oposición a pagar más impuestos (la
fiscalidad progresiva) en virtud de un sentimiento muy arraigado en
ellos, aludiendo a que son más guapos, altos, morenos, y tienen
apellidos más largos y separados por guiones, proporcionando además la
coartada teórica de los economistas liberales, cualquier izquierdista
diría que no le importa en absoluto su opinión, sentimientos o deseos.
Como no puede ser de otra manera, argumentará en torno a las razones de
la fiscalidad progresiva y, además, del marco legal, y que si no pagan,
entonces deberán asumir la multa correspondiente, pudiendo llegar a
medidas punitivas más severas en función de los actos que lleven a cabo.
Aquí, seguramente la política basada en la identidad y los sentimientos
no tendría mucha justificación. Ahora bien, si estos ciudadanos, en
lugar de vivir desperdigados, residen en una misma región, entonces
parece que sí nos deben importar sus sentimientos, aunque sean fruto de
su propio egoísmo y hayan sido alimentados por un sistema educativo y de
(des)información basado en el odio a España.
Por tanto, llegados a este punto, no queda otra alternativa para la izquierda que tratar de enterrar esa pseudo-ideología buenista
de la identidad y los sentimientos, y basarse en lo que por otra parte
ha caracterizado a la izquierda revolucionaria en su análisis
materialista, los elementos objetivos de las relaciones de explotación y
la clase social.
Por ello, la izquierda debería haberse opuesto a la
realización de la votación del 1-O, y debería señalar que el Estado
tenía la responsabilidad de evitarlo. Y no digamos una posible
declaración de independencia. Por supuesto, ello no significar
justificar cualquier acción, como de hecho ha ocurrido en la ilegal
jornada electoral (efectivamente, hay imágenes de medidas represivas que
resultan absolutamente injustificables desde una perspectiva política y
humana).
De hecho, la incompetencia de este gobierno se revela por no
haber sido capaz de evitar con anterioridad la votación, por ciertas
medidas represivas, y por la desobediencia de la policía autonómica. (...)
Si se defiende una mejora salarial, más derechos laborales, acceso a
servicios sociales, y se critican los convenios de empresa, ¿por qué
hacemos una excepción y en materia territorial la izquierda se vuelve
reaccionaria? ¿Por qué no se denuncia algo tan de derechas como el cupo
vasco? ¿Cómo es posible aludir a la identidad para justificar que los
trabajadores en España tengan derecho a servicios sociales desiguales?
esta confrontación, lejos de sentar las bases de un giro
transformador por la izquierda, puede dar lugar a un ascenso de un
nacionalismo español liderado por la extrema derecha. Consideremos que
cuando la izquierda no aborda cuestiones trascendentales como la
Eurozona o la dimensión territorial, muy posiblemente sea la derecha la
que ocupe ese hueco con un mensaje reaccionario.
En estos días muchos se
escandalizan por ese “a por ellos” con el que muchos han despedido a la
Guardia Civil que se dirigía hacia Cataluña, pero ¿acaso esperaban algo
diferente?
Una hipotética independencia de Cataluña generaría un
movimiento españolista conformado en torno a la traición de la izquierda
y la identificación del enemigo catalanista, en el cual los valores
tradicionales de la izquierda se evaporarían. La continuación del
problema separatista va a generar intensos odios a ambos lados del Ebro,
sentimientos que huirán de la razón y buscarán refugio en esas bajas
pasiones debidamente alimentadas por el ultranacionalismo.
Se ha pensado
mucho en cierto sentimiento diferencial catalán, y en sus deseos de
autonomía, pero parece que los más de 35 millones de otros españoles no
cuentan, ni los posibles episodios de violencia que podrían ir in crescendo.
Geopolíticamente, la fragmentación de un país de la periferia
mediterránea limitaría la capacidad de los trabajadores para arrancar
ciertas conquistas en el marco de la Unión Europea, de lograr una
hipotética unidad del sur frente al capital de las áreas más avanzadas
de la Eurozona, y de hecho sería muy del agrado de Alemania.
¿Por qué la
dimensión geopolítica no está presente en ningún análisis de la
izquierda?
¿Acaso la estrategia de la izquierda debe basarse en un análisis en
el vacío? ¿desde cuándo esta dimensión es ajena a la lucha de clases? No
es casual el tratamiento informativo del movimiento separatista en
medios como el New York Times, las declaraciones de dirigentes europeos,
la actividad de hackers rusos, o del propio Israel.
La izquierda debería saber que la primera cuestión es tratar de
identificar los intereses de la nación con los de la clase trabajadora,
la mayor parte de la población del país. (...)"
(Juan Pablo Mateo, Profesor de la Universidad de Valladolid y afiliado a Izquierda Unida, Crónica Popular, 05/10/17)
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