9/10/17

¿Por qué en materia territorial la izquierda se vuelve reaccionaria? ¿Cómo es posible aludir a la identidad para justificar que los trabajadores en España tengan derecho a servicios sociales desiguales?

"(...) Se suele señalar en la izquierda que votar no puede ser delito, identificando este acto con la democracia. De ahí la utilización del término “derecho a decidir”, todo un triunfo de las fuerzas separatistas.  

(...) esa identificación abstracta de la votación con la democracia, resulta igualmente cuestionable. ¿Sería lícito utilizar la coartada del derecho a decidir para someter a votación la discriminación de un grupo de personas por razón del sexo, raza, o lo que sea? A fin de cuentas, esta votación pretende hacernos extranjeros al resto de españoles, apropiándose los residentes de un acervo común con siglos de historia. 

(...) la izquierda debería defender que la estructura territorial de la nación constituye un elemento cualitativamente diferente al conjunto de cuestiones que, efectivamente, pueden ser objeto de consultas ciudadanas.

 Así, la propia integridad de la nación se erige en un presupuesto de la democracia que, en su caso, permite evitar lo que no es sino la esencia del problema catalán, el chantaje de una región relativamente rica ante una redistribución inter-regional de ingresos de la que no quiere formar parte, olvidando que su industrialización se sustentó en un proteccionismo garantizado por el conjunto de país, lo que significaba un sobrecoste de los textiles producidos en Cataluña.

 No olvidemos que el consenso de ricos y pobres en Cataluña se cimienta en ese ‘Madrid/España ens roba’ de tanto éxito, la alusión a las denominadas ‘balanzas fiscales’, y aderezado todo ello con un odio y desprecio a España cimentado gracias a la cesión de las competencias en educación. (...)

En este sentido, se debe ser absolutamente claro. De primeras, lo que ha sucedido en Cataluña constituye un golpe de Estado, que lo explica correctamente Xavier Vidal-Folch (“Un golpe de Estado y una rebelión popular”, El País, 21 de septiembre. https://elpais.com/elpais/2017/09/21/opinion/1506016253_548948.html ): “la tentativa de culminar el golpe desencadenado el 6 y 8 de septiembre en el Parlament al imponerse las leyes de ruptura o “desconexión” que pretendieron derogar la legalidad democrática vigente abrogando antes su legitimidad.

 La esencia de esta operación es la ruptura del Estatut.(...)

Este referéndum separatista constituye una vulneración de la soberanía nacional, dado que pretende otorgar la decisión sobre un aspecto central de la nación a la población censada en una determinada región. Por tanto, supone un atentado a la democracia, contrario a los propios fundamentos de la izquierda, y de manera complementaria, contradice la Constitución. El aspecto esencial es que la soberanía nacional es una realidad democrática, que la izquierda debe sustentar, y que viene además recogida en la Constitución.

Resulta por tanto muy triste que importantes representantes de la izquierda (Izquierda Unida, Podemos, y los movimientos periféricos) critiquen este referéndum no por su esencia, sino porque carece de garantías democráticas. Por ello, parece que la solución radica en una votación pactada con el parlamento de España. 

Al margen de lo patético que resulte bajarse ahora de un tren en el que, por acción o por omisión, se ha estado viajando, sea en primera fila (como los Nuet) o como mero comparsa o florero de adorno (IU, Podemos), estos dirigentes parecen olvidar que un referéndum en el que sólo voten los ciudadanos catalanes vulnera la soberanía nacional. Y yo me pregunto, ¿no era precisamente de izquierdas defenderla? ¿O sólo vale ad hoc en el ‘todos contra el Partido Popular’?

 El sólo reconocimiento del derecho a la autodeterminación para los habitantes de una región implica ya que se les reconoce como sujeto político soberano. En estas condiciones, desaparece automáticamente la soberanía nacional, el fundamento democrático de una nación, del que la clase trabajadora es su elemento mayoritario… soberanía que pasaría por tanto a ser no un fundamento, sino un mero resultado del posible acuerdo coyuntural de la decisión de las diversas entidades soberanas (Cataluña, País Vasco, Galicia, y cualquier pueblo).

Así pues, los separatistas deberían modificar un texto que, estoy de acuerdo, no puede ser sagrado, como es la Constitución, pero se debe hacer de común acuerdo en todo el país.  (...)

Si, de manera alternativa, consideramos que los grupos sociales de rentas más elevadas expresan su oposición a pagar más impuestos (la fiscalidad progresiva) en virtud de un sentimiento muy arraigado en ellos, aludiendo a que son más guapos, altos, morenos, y tienen apellidos más largos y separados por guiones, proporcionando además la coartada teórica de los economistas liberales, cualquier izquierdista diría que no le importa en absoluto su opinión, sentimientos o deseos. 

Como no puede ser de otra manera, argumentará en torno a las razones de la fiscalidad progresiva y, además, del marco legal, y que si no pagan, entonces deberán asumir la multa correspondiente, pudiendo llegar a medidas punitivas más severas en función de los actos que lleven a cabo.

 Aquí, seguramente la política basada en la identidad y los sentimientos no tendría mucha justificación. Ahora bien, si estos ciudadanos, en lugar de vivir desperdigados, residen en una misma región, entonces parece que sí nos deben importar sus sentimientos, aunque sean fruto de su propio egoísmo y hayan sido alimentados por un sistema educativo y de (des)información basado en el odio a España.

Por tanto, llegados a este punto, no queda otra alternativa para la izquierda que tratar de enterrar esa pseudo-ideología buenista de la identidad y los sentimientos, y basarse en lo que por otra parte ha caracterizado a la izquierda revolucionaria en su análisis materialista, los elementos objetivos de las relaciones de explotación y la clase social. 

Por ello, la izquierda debería haberse opuesto a la realización de la votación del 1-O, y debería señalar que el Estado tenía la responsabilidad de evitarlo. Y no digamos una posible declaración de independencia. Por supuesto, ello no significar justificar cualquier acción, como de hecho ha ocurrido en la ilegal jornada electoral (efectivamente, hay imágenes de medidas represivas que resultan absolutamente injustificables desde una perspectiva política y humana). 

De hecho, la incompetencia de este gobierno se revela por no haber sido capaz de evitar con anterioridad la votación, por ciertas medidas represivas, y por la desobediencia de la policía autonómica.  (...)

Si se defiende una mejora salarial, más derechos laborales, acceso a servicios sociales, y se critican los convenios de empresa, ¿por qué hacemos una excepción y en materia territorial la izquierda se vuelve reaccionaria? ¿Por qué no se denuncia algo tan de derechas como el cupo vasco? ¿Cómo es posible aludir a la identidad para justificar que los trabajadores en España tengan derecho a servicios sociales desiguales?

  esta confrontación, lejos de sentar las bases de un giro transformador por la izquierda, puede dar lugar a un ascenso de un nacionalismo español liderado por la extrema derecha. Consideremos que cuando la izquierda no aborda cuestiones trascendentales como la Eurozona o la dimensión territorial, muy posiblemente sea la derecha la que ocupe ese hueco con un mensaje reaccionario. 

En estos días muchos se escandalizan por ese “a por ellos” con el que muchos han despedido a la Guardia Civil que se dirigía hacia Cataluña, pero ¿acaso esperaban algo diferente? 

Una hipotética independencia de Cataluña generaría un movimiento españolista conformado en torno a la traición de la izquierda y la identificación del enemigo catalanista, en el cual los valores tradicionales de la izquierda se evaporarían.  La continuación del problema separatista va a generar intensos odios a ambos lados del Ebro, sentimientos que huirán de la razón y buscarán refugio en esas bajas pasiones debidamente alimentadas por el ultranacionalismo. 

Se ha pensado mucho en cierto sentimiento diferencial catalán, y en sus deseos de autonomía, pero parece que los más de 35 millones de otros españoles no cuentan, ni los posibles episodios de violencia que podrían ir in crescendo

 Geopolíticamente, la fragmentación de un país de la periferia mediterránea limitaría la capacidad de los trabajadores para arrancar ciertas conquistas en el marco de la Unión Europea, de lograr una hipotética unidad del sur frente al capital de las áreas más avanzadas de la Eurozona, y de hecho sería muy del agrado de Alemania. 

¿Por qué la dimensión geopolítica no está presente en ningún análisis de la izquierda? 

 ¿Acaso la estrategia de la izquierda debe basarse en un análisis en el vacío? ¿desde cuándo esta dimensión es ajena a la lucha de clases? No es casual el tratamiento informativo del movimiento separatista en medios como el New York Times, las declaraciones de dirigentes europeos, la actividad de hackers rusos, o del propio Israel. La izquierda debería saber que la primera cuestión es tratar de identificar los intereses de la nación con los de la clase trabajadora, la mayor parte de la población del país.  (...)"                  

(Juan Pablo Mateo, Profesor de la Universidad de Valladolid y afiliado a Izquierda Unida, Crónica Popular, 05/10/17)

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