"Siempre hay un día ‘D’. Aparece como punto de
inflexión en toda historia que merezca tener su hueco en un libro de
historia. El procés se ha salpicado de varios días ‘D’. Pero sólo ha
habido uno en lo económico: aquel miércoles 4 de octubre.
El día en que
Caixabank y Sabadell decidieron poner un cortafuegos al barco económico a
la deriva y contra las rocas que dibujaban los líderes del destituido
Govern. Una hoja de navegación argumentada entre mentiras, promesas
falsas y un total desconocimiento de cómo funcionan las tripas del mundo
económico y financiero, por parte de Carles Puigdemont.
“Si mantenéis
la sede, tras proclamarse la república catalana, vuestros clientes
seguirán protegidos por el Fondo de Garantía de Depósitos español. ¡Qué
no os cuenten mentiras desde Madrid!”, le espetó el frustrado ‘Mesías’ a
un banquero en la reunión que mantuvo ese 4 de octubre de marras.
“Pero, president”, le contestó el banquero, “tras la independencia,
Cataluña sería otro Estado y quedaríamos fuera del paraguas del Fondo de
Garantías español que se nutre de la aportación de la banca española”.
“Pues entonces”, respuesta de traca de Puigdemont, “ya os salvará Europa
como salvó a los bancos españoles en 2012”.
El encuentro de este banquero con Puigdemont se
celebró después de una charla previa con Oriol Junqueras. El tono y los
argumentos fueron radicalmente opuestos con el hombre que llevaba las
finanzas en el destituido Govern. “Entiendo que os llevéis la sede fuera
de Cataluña, porque no os podéis quedar fuera del paraguas del Banco
Central Europeo”, llegó a decir Junqueras en ese encuentro.
Su visión
independentista nunca le llegó a nublar, como a Puigdemont, el sentido
común. Junqueras siempre supo que la independencia era inviable desde el
punto de vista económico. Lo demuestra ese pinchazo telefónico,
recogido en un informe de la Guardia Civil, en el que Josep Lluís
Salvadó, su número dos, reconoce a uno de sus colaboradores –la
conversación se celebró el pasado 30 de agosto- que la independencia de
Cataluña era “del todo inviable ya que aún carecía de muchas cosas
necesarias, como control de aduana o banca propia”.
Aquel 4 de octubre, y sus circunstancias, los dos
bancos catalanes acordaron el cambio de sede. La sangría en depósitos,
mucho más que los 4.000 pírricos millones que anunció la ministra de
Sanidad, prendió la mecha. Inició la primera de las varias
conversaciones que mantuvieron Josep Oliu e Isidro Fainé, presidentes de
Sabadell y el mandamás del universo La Caixa, ese día. “Nosotros nos
vamos”, le dijo Oliu a Fainé, por la mañana.
“Nosotros también queremos
pero no podemos”, le respondió Fainé, en la primera conversación del
día. Fue un día de muchas llamadas y contrallamadas entre Barcelona y
Madrid. Pero también entre Barcelona y Barcelona. Y de Madrid a Madrid.
Fainé comenzó entonces una negociación exprés con el Gobierno para
conseguir esa puerta de escape con la que poder trasladar la sede de
Caixabank, el banco cotizado, sin necesidad de tener que esperar a
aprobarlo vía Junta de accionistas. Su negativa, hace dos años, a
cambiar los estatutos para que el asunto fuese una mera decisión del
Consejo de administración le situó entonces en ese brete.
El asunto entre los mundos de la Moncloa y La Caixa
se desatascó por la tarde mediante un real decreto ad hoc para La Caixa.
De nuevo, funcionó el ‘too big to fail’. El Gobierno no podía
permitirse ningún tipo de tormenta alrededor de Caixabank, una de las
entidades sistémicas del sistema financiero, después de la liquidación
exprés de Popular.
Y Fainé no podía permitirse mantener la sede de
Caixabank en ese entorno lleno de incertidumbres que es ahora Cataluña.
El Gobierno sólo puso una condición para la redacción del RD: el
traslado fuera de Cataluña de todo el universo empresarial de La Caixa.
Ergo la salida de las empresas que soportan el pedigrí del PIB catalán:
la Fundación La Caixa, Caixabank, Gas Natural y Abertis.
Pero también de
otras empresas con las que La Caixa mantiene otro tipo de vinculación
menor como es el caso de Suez, propietaria de Aguas de Barcelona. Fainé
trasladó a Oliu el contenido del acuerdo durante la tarde de ese
miércoles 4 de octubre. “¿Y qué vas a hacer?”, le preguntó Oliu. “He
dicho que sí”, respondió Fainé.
Despejado el marrón que tenía La Caixa, las salas de
máquinas de ambas entidades se pusieron a trabajar en el anuncio del
cambio de sede. Ya no era sólo la importante salida de depósitos, sino
el enorme volumen de órdenes de venta de acciones de sabadeles y caixas
amontonado tras el cierre del mercado y que ejercerían de guillotina en
los primeros instantes de cotización al día siguiente.
La preocupación
era máxima. Todas las alarmas encendidas. Había llegado el momento de
pulsar el botón rojo. Y ambas entidades iban a hacerlo de forma
conjunta. Así se viene pactando entre ambas cúpulas desde hace un par de
años, cuando la escala secesionista ha ido tomando más peso.
“No se
podía aguantar más. El miércoles todos nos fuimos a casa con la
sensación de que el enorme esfuerzo realizado para sacar adelante la
entidad desde 2012 se vendría abajo si no tomábamos rápido la decisión
del cambio de sede”, explica otro directivo bancario del mundo
financiero catalán.
El anuncio del jueves 5 de octubre calmó el ataque en
Bolsa y revertió la tendencia de la millonaria fuga de depósitos a los
pocos días. Nunca conoceremos la cifra exacta de los miles de millones
que se les escaparon a Sabadell y Caixabank en los cinco días siguientes
al 1-O.
Fugas de dinero por despecho, por castigo o, simplemente, por
miedo. Será difícil encontrar la concreción exacta hasta en las
estadísticas que aportan periódicamente las patronales bancarias o el
propio Banco de España. El pacto silencioso del sector financiero es
claro para no deslizar ningún tipo de cifra.
Todos los consejeros
delegados que presentaron resultados, la pasada semana, se apostillaron
en la dificultad para conocer el movimiento de saldos para responder a
la pregunta de cuántos depósitos captaron (Santander, Bankinter y BBVA) o
cedieron (Sabadell y Caixabank) durante esos días. Una pirueta
dialéctica –y nada creíble- que contrasta con la intensa monitorización
que efectuaron todas ellas (perjudicadas y beneficiadas), oficina a
oficina, durante esos días.
Aquel día ‘D’, cualquier mínima posibilidad de que el
procés saliera adelante quedó totalmente enterrada. ¿Por qué Sabadell y
Caixabank no tomaron antes la decisión del cambio de sede? “Hacerlo
significaba que los inversores de todo el mundo daban por bueno el
escenario de una posible independencia.
Hace un año la situación no era,
ni por asomo, la que se ha vivido en las últimas semanas”, asegura la
fuente. No le falta razón. Desde entonces, comenzaron a rubricarse
múltiples informes de bancos de inversión sobre los impactos en la
economía catalana y española de la posible independencia de Cataluña. Un
castigo que quedará en parte suavizado tras la aplicación del artículo
155 por parte del Gobierno." (
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