"(...) P. ¿Por qué no le vale a usted el 50% más uno de los votos de un referendo secesionista?
R. Porque es una decisión extremadamente grave y
probablemente irreversible que afectaría también al resto de los
ciudadanos del Estado. Lo que está en juego es el derecho de los
quebequeses y de sus descendientes a ser canadienses.
Pedir, luego, el
reingreso en la federación sería muy difícil e improbable. Una decisión
tan trascendental exige un consenso muy serio y no una mayoría ocasional
que puede cambiar según sople el viento de la política o de la
economía. (...)
A nosotros nos parece lo más civilizado recurrir a los tribunales
para clarificar los aspectos jurídicos. Pero si el Gobierno de Canadá
solicitó el dictamen del Tribunal Supremo no fue con el ánimo de
preguntarle si la secesión de Québec, que es un asunto político, estaba
bien o mal.
Lo hicimos para saber cómo podía llevarse a cabo la secesión
desde el punto de vista jurídico, para saber si la escisión podía
llevarse a cabo por la simple voluntad del Gobierno de esa provincia,
que entonces era independentista.
Lo que nos respondió el Tribunal
Supremo fue que ni el derecho internacional ni el derecho canadiense
avalaban esa pretensión porque Québec no es obviamente una colonia.
También nos dijo que, de todas formas, el Gobierno de Canadá no debería
retener contra su voluntad a una parte de la población y que si se
acredita una voluntad clara de separación, todos los integrantes de la
federación canadiense tendrían que entrar a negociar la forma más justa
para todos de llevar a cabo la separación.
P. ¿Qué es lo que habría que negociar exactamente?
R. El reparto del activo y del pasivo, las
modificaciones de las fronteras, los derechos y reivindicaciones de los
pueblos aborígenes y la protección de los derechos de las minorías. Eso
es lo que ya se especifica en el artículo 4 de la Ley sobre la Claridad,
pero para avalar la separación habría que negociar muchísimas más
cosas.
P. ¿En esa negociación debería garantizarse la
posibilidad de que una parte de la población de ese nuevo Estado
independiente pueda, a su vez, separarse?
R. Claro, el principio de que no se puede retener a
nadie contra su voluntad tiene que aplicarse en todas las direcciones.
Los secesionistas declaran la divisibilidad de Canadá, al tiempo que
proclaman la indivisibilidad de su futuro Estado.
Es una contradicción
inherente a todos los secesionismos. Ellos tienen que saber que si
entramos a negociar la escisión, tendrán que contar con la posibilidad
de que una parte de su territorio opte por quedarse con Canadá. Hay que
evitar las dos varas de medir. (...)
P. El hecho de que un Gobierno ignore las reglas de
juego comúnmente establecidas ¿le invalida moralmente para plantear
propuestas de ruptura?
R. Si envía a sus ciudadanos el mensaje de que se
puede burlar la ley, ¿cómo conseguirá luego que esos mismos ciudadanos
acaten sus leyes? Es el problema de la secesión unilateral. ¿Se puede
situar fuera de Canadá a millones de quebequeses que desearían seguir
siendo canadienses y hacerlo burlando las leyes constitucionales?
Esos
ciudadanos podrían denunciar a ese Gobierno ante los tribunales. ¿Y el
Gobierno de Canadá tendría que ignorar esa tentativa ilegal de secesión o
debería quedarse responsablemente, pacíficamente, en territorio
quebequés? ¿Qué podría hacer el Gobierno independentista? ¿Utilizar a la
policía? Es una locura.
No es así como se funciona en la democracia.
Tenemos que regirnos por el derecho. Si hay que negociar la separación,
lo haremos, por muy triste y lamentable que sea, pero siempre de acuerdo
con la ley y en el respeto a todas las partes.
P. ¿Cree que la dinámica secesionista es difícil de conciliar con la democracia?
R. En la democracia caben necesariamente todos los
ciudadanos. No se puede relativizar la solidaridad en función de la
lengua, la religión o la pertenencia territorial. La secesión, por el
contrario, obliga a elegir entre tus conciudadanos, a optar entre los
que consideras los tuyos y los que quieres transformar en extranjeros.
Nadie tiene vocación de extranjero en una democracia. Y por eso no ha
habido secesiones en las democracias bien establecidas.
Eso es algo que
únicamente se ha producido en los contextos coloniales o en la
transición a la democracia de un régimen totalitario.
P. Pero también hay algún ejemplo reciente de países independizados por procedimientos legales...
R. Bueno, el caso de Checoslovaquia, pero hay que
recordar que la división se produjo a la salida del régimen comunista y
que fue una decisión tomada por los primeros ministros de las dos
regiones, sin consultar a la ciudadanos que, según algunos sondeos,
estaban mayoritariamente por continuar unidos.
P. ¿Desde el punto de vista económico es viable la secesión en un país desarrollado?
R. Podría ser viable. El eslogan de los separatistas
de Italia del norte era que si permanecían unidos al sur se
convertirían en África y que si se independizaban serían Suiza. Pero los
italianos del norte quisieron seguir siendo italianos y eso les honra.
Además, la historia está llena de ejemplos de regiones que han pasado de
ser ricas a pobres o menos ricas y viceversa.
La vida de los Estados es
muy larga y las cosas cambian. Si empezamos a elegir en función de la
riqueza, siempre encontraremos a otras regiones más ricas. Pero la idea
sobre la que descansa un Estado democrático es la solidaridad entre
ciudadanos y entre regiones. (...)
P. Usted ha dicho que al nacionalismo no se le calma con nuevas concesiones, sino que se le combate ideológicamente.
R. Una precisión antes de nada. El nacionalismo no
es lo mismo que el separatismo. Los quebequeses francófonos son todos
nacionalistas en el sentido de que queremos conservar nuestra lengua y
nuestra cultura, pero mantener esa solidaridad entre nosotros no es
incompatible, en absoluto, con mantener la solidaridad con los otros
canadienses.
Hay canadienses, por cierto, muy orgullosos de financiar
con sus impuestos el mantenimiento de la lengua francesa, aunque ellos
no la hablen, porque piensan que es una manera de enriquecer a Canadá.
Lo que yo combato es el secesionismo, sin perder de vista que hay,
efectivamente, nacionalismos muy peligrosos.
P. ¿Y cómo los combate usted?
R. Demostrando que la separación es un grave error,
tratando de convencer a la gente de que somos complementarios, de que
las identidades no se restan, se suman; que ser quebequés y canadiense
es maravilloso y que si me quitan a Canadá mutilan algo mío, porque hay
una dimensión canadiense en mi pertenencia quebequesa.
P. ¿La actitud de conciliación es eficaz?
R. Parto de la idea de que un conciudadano
partidario de la separación no es, en absoluto, mi enemigo. Busco
dialogar con él y convencerle. En estos ocho años de ministro yo he sido
insultado y caricaturizado por determinados secesionistas, pero nunca
he respondido en el plano personal.
A la injuria no se le combate con la
injuria, que no deja de ser el arma del débil. Se le combate con
argumentos y con la pasión de la razón desde el respeto más escrupuloso y
la máxima cortesía. Además, nuestros argumentos son muy poderosos." (Entrevista:STÉPHANE DION, José Luis Barbería , El País, 25/11/2003)
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