"Visto desde Madrid: un fracaso escénico del Parlament de Catalunya.
La retransmisión en directo dio munición, abundante munición, a los
partidarios de la mano dura con el independentismo catalán. Podríamos
decir que Carme Forcadell, persona con dotes para la agitación
asamblearia, pero con evidentes limitaciones para presidir una cámara
parlamentaria, trabajó ayer objetivamente a favor de sus adversarios.
Forcadell naufragó en la conducción del debate. Parecía no darse cuenta de que ocupaba el centro de la escena en una de las jornadas de mayor voltaje político de la historia del país. Es curioso, una persona sedienta de momentos históricos ve pasar la historia de cerca y no la saluda con deferencia. El antitarradellismo triunfó ayer en el Parlament. (...)
A Forcadell se le escapó de las manos una sesión muy difícil y tuvo que ser auxiliada por Marta Rovira, de ERC, promesa de una futura política de orden, modulada por el expectante Oriol Junqueras. La oposición practicó el filibusterismo y exageró su actuación para acentuar la sensación de desbarajuste.
¿Qué margen le quedaba después de la reforma exprés del reglamento parlamentario? Aprobar una ley que en la práctica cancela el Estatut y que abre la puerta a la ruptura unilateral de un estado miembro de la Unión Europea sin apenas margen para el debate parlamentario no es precisamente un homenaje a la democracia liberal. Es el error Turull. (Jordi Turull, actual conseller de la Presidència y antiguo portavoz parlamentario de Junts pel Sí).
Mal gestionado por Carme Forcadell, el error Turull fue acogido ayer con regocijo en la Moncloa. La falta de liderazgo en el debate parlamentario, el barullo, la asfixia reglamentaria de la oposición y la imagen de la mitad del hemiciclo vacío en el momento de la votación construyen una narración claramente negativa para el soberanismo catalán, que intentará ser compensada en los próximos días por el entusiasmo militante. (...)
Fabricar solemnidad en tiempos de internet no es fácil. El Gobierno aprovecha el naufragio Forcadell para dar un paso más en su escalada. La vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría afirmó ayer que una dictadura sobrevuela Catalunya. Adjetivos de ese calibre sólo se utilizan cuando se prepara una acción muy contundente." (Enric Juliana, La Vanguardia, 07/09/17)
"El 'president' Tarradellas, elegido en el duro exilio de los años cincuenta, dijo que en política se podía hacer todo menos el ridículo.
Tarradellas tuvo mucho tiempo en Saint-Martin-Le Beau, en el centro de Francia, para reflexionar sobre los errores de la República. Cuando volvió a Cataluña, no hizo el ridículo.
Forcadell naufragó en la conducción del debate. Parecía no darse cuenta de que ocupaba el centro de la escena en una de las jornadas de mayor voltaje político de la historia del país. Es curioso, una persona sedienta de momentos históricos ve pasar la historia de cerca y no la saluda con deferencia. El antitarradellismo triunfó ayer en el Parlament. (...)
A Forcadell se le escapó de las manos una sesión muy difícil y tuvo que ser auxiliada por Marta Rovira, de ERC, promesa de una futura política de orden, modulada por el expectante Oriol Junqueras. La oposición practicó el filibusterismo y exageró su actuación para acentuar la sensación de desbarajuste.
¿Qué margen le quedaba después de la reforma exprés del reglamento parlamentario? Aprobar una ley que en la práctica cancela el Estatut y que abre la puerta a la ruptura unilateral de un estado miembro de la Unión Europea sin apenas margen para el debate parlamentario no es precisamente un homenaje a la democracia liberal. Es el error Turull. (Jordi Turull, actual conseller de la Presidència y antiguo portavoz parlamentario de Junts pel Sí).
Mal gestionado por Carme Forcadell, el error Turull fue acogido ayer con regocijo en la Moncloa. La falta de liderazgo en el debate parlamentario, el barullo, la asfixia reglamentaria de la oposición y la imagen de la mitad del hemiciclo vacío en el momento de la votación construyen una narración claramente negativa para el soberanismo catalán, que intentará ser compensada en los próximos días por el entusiasmo militante. (...)
Fabricar solemnidad en tiempos de internet no es fácil. El Gobierno aprovecha el naufragio Forcadell para dar un paso más en su escalada. La vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría afirmó ayer que una dictadura sobrevuela Catalunya. Adjetivos de ese calibre sólo se utilizan cuando se prepara una acción muy contundente." (Enric Juliana, La Vanguardia, 07/09/17)
"El 'president' Tarradellas, elegido en el duro exilio de los años cincuenta, dijo que en política se podía hacer todo menos el ridículo.
Tarradellas tuvo mucho tiempo en Saint-Martin-Le Beau, en el centro de Francia, para reflexionar sobre los errores de la República. Cuando volvió a Cataluña, no hizo el ridículo.
Ayer, el independentismo catalán actual (61 diputados de Junts pel Sí más los 10 de la CUP y el no inscrito Germà Gordó) pretendía hacer historia votando una ley de referéndum
que rompe tanto la legalidad española como el Estatut de 2006, aprobado
en referéndum por los catalanes.
Al final se salieron con la suya y obtuvieron una triste victoria
(72 síes frente a 11 abstenciones y 52 diputados que abandonaron el
hemiciclo). Pero la sensación, pese a los aplausos de un Parlamento
medio vacío, es que hicieron lo que el 'president' Tarradellas afirmó
que no se podía hacer.
Ayer se produjo el tan negativo y tan anunciado choque de trenes. Mejor dicho, un doble choque de trenes. Entre el separatismo catalán y el Gobierno de Madrid, pero también entre dos visiones de Cataluña, con una fuerza electoral no muy diferente y con los diputados de Catalunya Sí Que es Pot —representados por Lluís Rabell y Joan Coscubiela y cercanos a Ada Colau— absteniéndose para no partirse. Pusieron de relieve que no todo es blanco o negro.
Fue una sesión larga, triste y sin nivel, excepto las intervenciones finales de Lluís Corominas,
de Junts pel Sí —nada triunfalista, como si acusara el desgaste— y las
muy razonadas de Lluís Rabell, Miquel Iceta e incluso un reflexivo
García Albiol. Inés Arrimadas, como su portavoz Carlos Carrizosa, estuvo
más combativa y al final dio la campanada al anunciar una moción de censura contra Puigdemont que habrá que seguir. (...)
De entrada, el separatismo no podía presumir de legitimidad cuando el
poder —la mayoría parlamentaria— les viene de unas elecciones
plebiscitarias en las que obtuvieron un 47,8% de los votos. Ganaron las
elecciones de 2015 pero perdieron el referéndum que Artur Mas —ayer muy serio en la tribuna de invitados, y al que las cámaras de TV3 enfocaron poco— presumía de haber convocado.
Hay que haber perdido algo el mundo de vista para pretender que ese
47,8% y 72 diputados (sobre 135) son un aval para saltarse la Constitución española, que tuvo un amplio respaldo en Cataluña, superior a la media española. Y hay que haber sucumbido al sectarismo cuando se quiere anular la legalidad española y crear una nueva legalidad catalana vulnerando también el Estatut,
la norma máxima catalana, que establece que para cambiarlo —así como
para hacer una ley electoral— se necesita una mayoría de dos tercios, o
sea 90 diputados, cuando el independentismo soólo cuenta con 72.
Es
cierto que el 'agit-prop' independentista —unido a la cerrazón de
bastantes políticos españoles— ha logrado convencer a muchos catalanes.
Pero los sofismas no pueden con la realidad.
El planteamiento de fondo era flojo, pero lo más peregrino, lo que hizo que en muchos momentos se bordeara el ridículo, fue querer aprobar la ley no en un debate normal sino aplicando una triquiñuela parlamentaria
—discutible y discutida— en una única sesión y privando a los grupos de
la oposición de derechos como presentar enmiendas a la totalidad o
pedir el preceptivo dictamen del Consell de Garanties Estatutàries, un órgano consultivo elegido por el propio Parlamento catalán.
Plantear
así las cosas era una temeridad a la que el independentismo se vio
obligado por su negativa a aceptar la realidad.
Los cuatro grupos de la
oposición (Cataluya Sí Que Es Pot, que es un mixto de ICV y Podemos, el
PSC, C's y el PPC) plantearon con insistencia sus legítimos derechos
partiendo de entrada con la ventaja de que los letrados del Parlament y el propio secretario de la Cámara
se oponían a la tramitación de la ley por considerarla ilegal, en base,
entre otras cosas, a las advertencias del Tribunal Constitucional y
obligando repetidamente a interrumpir la sesión para que los trámites
fueran discutidos en la mesa del Parlament. Esta debilidad de entrada
hizo que Carme Forcadell, la presidenta del Parlament, se equivocara en muchas ocasiones.
El colmo del ridículo fue cuando, a media tarde y con la sesión suspendida, Miquel Iceta envió a la prensa una nota del Consell de Garanties Estatutàries
—formado por ocho juristas de todas las tendencias— en la que por
unanimidad se da la razón a los grupos que se quejaban de la vulneración
de sus derechos. (...)
Finalmente, el independentismo se salió con la suya. Por la mañana,
72 votos contra 60 y tres abstenciones en la admisión a trámite y, en
medio de una gran confusión, 69 y tres abstenciones permitieron utilizar
el artículo 81.3 del Parlamento para limitar el debate. Doce horas
después, se acabó con 72 votos a favor, 11 abstenciones y 52 diputados ausentes. Pero el desgaste fue notable. Se evidenció que la mayoría separatista es precaria —lógico, pues en el último estudio del CEO
(el CIS de la Generalitat) el 41% se declara independentista y el 49%
contrario—, pero avasalladora. Es poco sensato pretender que partir
Cataluña en dos sea la forma más inteligente y efectiva para lograr un
mayor autogobierno.
El independentismo puede tener sus razones,
pero con una mayoría parlamentaria precaria pretender violar la
legalidad española y la catalana le quita legitimidad.
La sesión de ayer evidenció que Cataluña está dividida y que una escasa
mayoría parlamentaria pretende hablar en nombre de todos. (...)
El 1 de octubre será duro, pero pasará. Y hay que hacer todo lo posible
para que el 2 la situación no sea peor y se pueda reconducir. ¿Hay otra solución?" (Joan Tapia, El Confidencial, 07/09/17)
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