"Despierta la memoria de las amenazas de muerte, de las cartas
anónimas, del casquillo en el sobre. Vuelven a atronar los gritos de
odio pidiendo nuestra muerte, jaleados por sus jefes políticos. Retornan
los velatorios de los amigos asesinados.
Regresa el eco de cada verano
sin un padre reflejado en los ojos tristes de sus huérfanos. De los
coches quemados de los hijos de los concejales no nacionalistas, de las
casas quemadas, de nuestros hijos asustados cuando salíamos de casa
porque no sabían si nos volverían a ver con vida.
Si Arnaldo Otegi hubiera reflexionado sobre todo el mal que causó
–promovió o permitió– habría aprovechado su primer minuto fuera de la
cárcel para condenar la historia de la organización que ha coaccionado
durante décadas a la sociedad vasca.
Un hecho. Hace un año los colegas políticos de Otegi negaron que
cumplieran órdenes de ETA al reconstruir la cúpula de la formación
ilegalizada entre 2005 y 2009. Pues bien, hace un mes reconocieron ante
la Fiscalía haber actuado de forma subordinada a ETA.
La subordinación
de las diferentes siglas políticas del entorno de ETA a ETA ha sido
probada en diversas ocasiones, pero hace un mes lo confesaron. Otegi fue
condenado con pruebas, por su relación con la organización terrorista.
Otegi y gente como él controlaron a las buenas y a las malas una
parte de los pueblos de la Comunidad Autónoma Vasca y de la Comunidad
Foral de Navarra durante décadas. Su mundo utilizó la violencia para el
control social, por su juego político de poder.
Expulsaron,
extorsionaron, atemorizaron y asesinaron. Generaron una cultura del odio
hacia los no nacionalistas. Y las víctimas de la estrategia de coacción
totalitaria fueron estigmatizadas durante décadas, lo cual resulta de
una crueldad insoportable.
Muchos deseamos cerrar heridas, completar duelos, pero resulta
imposible sobre el cinismo de los responsables de tanta atrocidad.
Es bueno que los políticos que se valían de la estrategia de coacción
y asesinatos decidieran dejar de utilizarla, pero establecer una
estrategia política para sacar rédito de dejar de matar resulta poco
decente, porque una vez más, sus intereses se plantean por encima de los
seres humanos que han golpeado y las familias que han destrozado. Lo
decente habría sido condenar hoy y retirarse de la política.
No es aceptable la política a cualquier precio porque la comprensión
moral de la misma como proceso, más que como resultado, es la clave de
la concordancia entre ética y política. Si esto no se da, si aceptamos
por banalidad, por interés, por ignorancia que el fin justifica los
medios… los trileros, los embaucadores, los corruptos, los demagogos
artistas en la propaganda tendrán barra libre para degradar un espacio
político siempre erosionable.
Otro hecho. Mucha gente de buena voluntad indica a las víctimas del
terrorismo que deben olvidar, que deben pasar página, que sus seres
queridos no van a regresar. Esas mismas personas de buena voluntad
deberían indicar a los responsables políticos de tanto espanto que dejen
paso a otros que no estén manchados en una estrategia llena de
atrocidad.
Que se jubilen después de afrontar su responsabilidad
política y de condenar el pasado porque no hay una forma de corrupción
más grave que la de haber jugado al juego del crimen para conseguir
resultados políticos.
Ya arrastramos dosis de impunidad muy elevadas. Si le añadimos la
idealización de personajes sin escrúpulos como Otegi no tardará mucho en
aparecer una nueva perversión en forma de chantaje moral a las
víctimas. Una fórmula del tipo «reconcíliate como te diga Otegi o te
estigmatizaremos». (MAITE PAGAZAURTUNDUA, El Mundo,04/03/2016)
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