–¿Qué es lo que fue Cataluña? ¿Cuál es la definición aséptica de su recorrido por la historia?
–Se reconoce este territorio
como Cataluña en torno a los siglos X y XI. A partir de ahí, Cataluña
comienza un recorrido histórico que le llevará hasta nuestros días bajo
ese nombre, que curiosamente lo encontramos por primera vez referido de
forma escrita en fuentes exteriores. Eso es algo muy común, que sean los
extranjeros quienes necesiten definir y nombrar a nuevas entidades.
Los
siglos medievales dan paso a una Cataluña que se integra en lo que
conocemos como la Corona de Aragón, y más tarde ésta se une con la de
Castilla. En ese momento, Cataluña quedaría integrada claramente en lo
que llamaríamos Monarquía católica, y que luego sería España. Cataluña
forma parte plenamente de España hasta nuestros días.
–¿Se puede hablar en algún momento de nación catalana?
–Cataluña nunca ha sido una
nación, dado que las naciones son algo muy contemporáneo. Esa es una de
las grandes confusiones de la historia de Cataluña: hablar de nación con
tanta facilidad. Hay un abuso permanente a la hora de usar conceptos
contemporáneos aplicados al pasado.
Cuando en las épocas medieval y
moderna encontramos el término nación, éste no significa lo que hoy
entendemos. Por ejemplo, cuando el cronista Ramón Muntaner se refiere en
la Edad Media a nación catalana, debe entenderse como un grupo de
personas que hablan la misma lengua.
En Cataluña realmente solo podemos
hablar de una nación en construcción, o en curso, cuando aparecen los
grupos nacionalistas en la última década del siglo XIX. A partir de los
años ochenta del siglo XX, se han acometido procesos de
renacionalización a los que hoy se aferran las reclamaciones
secesionistas.
–Es muy crítico en su libro con el uso de conceptos modernos cómo corona cataloaragonesa o reyes catalanes en textos históricos.
–Son términos que no existían
en la época, aunque la historiografía catalana los haya usado muchas
veces. El problema es que no hay una simple intención definitoria detrás
de su uso, sino que buscan con esos términos la voluntad de reivindicar
la posición de Cataluña desde un punto de vista actual.
Decir que fue
un reino propio o un estado tiene cierto grado de perversión, porque
dicho desde hoy es poder afirmar que Cataluña fue un estado que España
destruyó. Asimismo, en la Edad Media se usaba Corona de Aragón; por lo tanto, hablar del reino de Cataluña o de reyes catalanes está fuera de lugar.
–¿Qué posición ocupaba Cataluña en la Corona de Aragón y por qué el reino de Aragón siguió una trayectoria tan distinta?
–Cataluña fue dentro de la
Corona de Aragón uno de los pilares durante la expansión por el
Mediterráneo a causa de su fuerte posición económica, pero luego ya en
el siglo XV y en el XVI su aportación fue mucho más débil. Las
relaciones entre las distintas entidades fueron cambiando con el paso de
los siglos y algunas de las apuestas perdedoras de esa Cataluña dentro
de la corona tienen que ver con su pérdida de peso histórico.
–Hoy
en día se repite mucho la reivindicación nacionalistas de recuperar los
Países Catalanes, ¿existió desde un punto de vista político una
estructura parecida?
–Es una invención y un reflejo
de una característica muy interiorizada del nacionalismo: su voluntad
imperial. No hay ningún argumentario histórico que pueda sostener la
idea de los Países Catalanes más allá del tema de la lengua. Si nos
vamos al pasado medieval habría un momento de expansión de la Corona de
Aragón sobre otros territorios peninsulares e incluso por el
Mediterráneo, pero esa incursión no es un fenómeno exclusivamente
catalán sino también aragonés.
En algunos territorios hubo más presencia
aragonesa, por ejemplo en algunas partes de Valencia, mientras que la
presencia catalana fue preeminente en el caso de Mallorca. No obstante,
todos los territorios que los nacionalistas reivindican como Países
Catalanes, que terminan convirtiéndose en distintas regiones de España,
no mantienen ningún vínculo político con Cataluña en tiempos
contemporáneos.
–El
punto clave señalado por los nacionalistas en la supuesta lista de
agravios españoles comienza a partir de los Reyes Católicos. ¿Hay
razones para culpar a Fernando «El Católico» de perjudicar a Cataluña?
–El tema de los agravios
históricos es siempre muy complicado, porque estamos atribuyendo a
personas del pasado cuestiones que nos preocupan y que están pensadas en
clave de hoy. Nuestra visión del mundo es completamente distinta a la
suya. La historiografía catalana ha abusado mucho de echarles la culpa a
los reyes, a los condes y a personajes medievales por cosas que juzgan
desde la actualidad.
Por ejemplo, muchos autores se han preguntado: ¿Por
qué algunos reyes de Aragón repartieron sus territorios en vez de
tratar de construir unos Países Catalanes fuertes? Eso es algo que jamás
se les pasó por la cabeza a esos reyes, que entendían las monarquías
como organismos muy patrimoniales.
Y el caso de los Reyes Católicos es un buen ejemplo de ello.
Cuando se estableció la unión dinástica, Cataluña estaba en un momento
de gran debilidad dentro de la Corona de Aragón y eso tuvo consecuencias
a la hora de la toma de ciertas decisiones. Sin ir más lejos, Cataluña
no está en disposición de implicarse totalmente en la empresa americana
hasta mucho después que otras regiones, pero no es un problema de
exclusión como han sostenido los nacionalistas.
–El
nacionalismo ha levantado sus mitos en torno a la Guerra de Sucesión y,
sin embargo, pocas veces lo ha hecho sobre la rebelión catalana de
1640, que terminó con Cataluña finalmente separada de España. ¿Tan mala
fue esta experiencia cómo para que hoy sea desechada incluso como mito?
–Es cierto, el nacionalismo ha
decidido elaborar su relato sobre otros momentos. Esa es una discusión
que en el origen del nacionalismo se dio mucho. ¿Qué debían reivindicar?
Algunos dicen 1640, otros 1714 y otros como Prat de la Riba defienden
que mejor la época medieval. Finalmente, el mito que se impuso es el del
asedio de Barcelona y el supuesto fin de la nación y el estado catalán
en 1714.
La rebelión de 1640 se descartó porque el conflicto es
básicamente social y conduce a los dirigentes catalanes a ponerse en
manos de los franceses. Las consecuencias y la experiencia son
terribles: incluso se pierde un territorio, lo que los nacionalistas
llaman la Cataluña Norte. Es un acontecimiento que a los nacionalistas
no les conviene en su argumentario.
–El
mito elegido es el asedio de 1714, ¿A qué llama el nacionalismo las
libertades perdidas con la rendición de Barcelona? ¿Cómo se traduciría
en la actualidad esos fueros?
–Toda una escuela catalana de
historiadores interpreta esas libertades y constituciones como un
proyecto de democracia. Incluso dicen que en 1714 se enfrentó la
democracia catalana al absolutismo castellano. Sin embargo, leer en
clave democrática o pre-autonomista esas libertades es un contrasentido
histórico.
Esa sociedad catalana no era democrática, simplemente tenía
unas determinadas leyes particulares que el grupo dirigente estaba muy
interesado en mantener. Pero ocurrió igual en el resto de territorios de
la Monarquía católica, donde muchas regiones conservaban sus propias
instituciones y sus fueros.
–Felipe
V ha sido convertido por el nacionalismo en el gran villano del relato.
¿A qué se debe que finalmente la mayor parte de Cataluña apostara por
el Archiduque Carlos?
–Cuando Felipe V llega a
Cataluña es muy bien recibido. Lo que ocurre es que el elemento
eclesiástico y la burguesía mercantil se muestran muy desconfiados
frente a la llegada del nieto del rey de Francia, dado que el odio hacia
los franceses está muy enraizado. Hay un miedo histórico a la
permanente invasión francesa y a los asedios a Barcelona, lo que en la
época se llamaba el sentimiento antigapacho.
Felipe V trató de ganarse a esa burguesía con una serie de concesiones
a su llegada, pero éstos estimaron que la opción del Archiduque Carlos
les ofrecería más beneficios y apuestan fuertemente por ella. Lo que es
evidente, a diferencia de lo que dicen los nacionalistas, es que Felipe V
también tuvo muchos seguidores y que se produjo una grave división en
la sociedad catalana.
–En
el siglo XIX se inició un proyecto de nación-estado español, pero
finalmente, usted lo destaca, se produce en Cataluña y otras regiones un
descontento. ¿A qué se debe este desencanto con el proyecto común?
–Los proyectos europeos de
estados-nación comienzan en el siglo XIX a través de procesos de
nacionalización, ya sea en España, Italia o Francia. No en vano, en el
caso español hay algunos elementos que no terminaron de funcionar, como
puede ser la red ferroviaria, la escuela –un gran factor de cohesión– o
el ejército –que vivía unos años muy complicados por la pérdida de los
territorios americanos en las primeras décadas del siglo–.
La guerra de
Cuba y otros problemas a finales de siglo terminaron manifestando el
descontento de algunos sectores dirigentes, como ocurre en los casos
catalán y vasco, frente a ese estado nación español.
En Cataluña, los
industriales textiles, que perdieron mucho volumen de negocio con la
caída de las últimas colonias, y ciudadanos procedentes, sobre todo, de
profesiones liberales hicieron una apuesta hacia otros proyectos de
nación. Ese es el origen del nacionalismo.
–En
el siglo XX, estos grupos nacionalistas no son abiertamente
independentistas, incluso cuando se declara el estado nacional en 1934
se hace dentro de la Segunda República. ¿Desde cuándo se han impuesto
las teorías secesionistas?
–En la Segunda República,
Esquerra Republicana de Cataluña, que fue un partido protagonista en ese
periodo, no es independentista, aunque haya sectores como el de
Francesc Macià que en los orígenes defienda planteamientos radicales.
Pero al frente del gobierno, Francesc Macià es el primero que modera sus
posiciones y que solo usa la idea del independentismo para presionar al
gobierno central, como ocurre en 1934.
Así y todo, el 6 de octubre de
1934 no es una revuelta independentista, sino una forma de usar la
independencia para obtener de forma muy populista nuevas ventajas en un
momento en el que la derecha se ha instalado en el gobierno de España.
El independentismo no era mayoritario entonces, ni lo sería en la época
de la Transición, ni siquiera a finales del franquismo.
El auge del
independentismo es un fenómeno exclusivo de la última década, aunque en
el fondo todo nacionalismo aspira a hacer coincidir algún día su nación
con la formación de un estado.
–Y sin embargo, la deriva actual si es claramente secesionistas. ¿Cómo valora este giro?
–Hay que enmarcarlo en un
contexto muy delicado de crisis múltiple. Tenemos una crisis económica,
una social y también una político-institucional. A ese marco general hay
que añadirle el proceso de nacionalización que ha tenido lugar en
Cataluña con exitosos resultados desde 1980.
Toda la política
lingüística ha sido un éxito; y cuando digo lingüística no hablo solo de
la introducción de la lengua, sino de la vinculación de toda una visión
del mundo transmitida a través de las escuelas y de los medios de
comunicación afines. El resultado es una sociedad que en sus capas más jóvenes está completamente renacionalizada.
Pujol cuenta en sus memorias que ese era uno de sus objetivos, pero el
resultado ha ido mucho más allá de lo que él imaginó en 1980.
En 2006,
ese caldo de cultivo se sumó al interés de la clase política en hacer un
nuevo estatuto –que en realidad no era una demanda de la sociedad
catalana– desencadenando una sucesión de impugnaciones y discusiones que
han llevado a la radicalización actual. Hoy, con los vínculos tan
desgastados, todo es posible. (...)" (Somatemps, 08/10/2015)
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