"Saltando de tertulia en tertulia, cayendo una y otra vez,
inevitablemente, en el campo minado de tópicos de la pitada en el Camp
Nou. (...)
me hierve a mí en el pecho cuando digo que estoy segura de que hubo
gente en el estadio que pitó al himno…porque no se atrevió a no hacerlo.
¿De verdad te lo crees?, me pregunta un troll impertinente en la red.
¿De verdad lo dudas?, le preguntaría yo si tuviera cara que dar y ojos a los que mirar.
Y para muestra, no ya un botón ni un simple argumento teórico, sino
un pedazo de vida, vida, sacada de mi biografía y de mis entrañas.
Corría el año 2003 cuando yo, que ya vivía en Madrid pero todavía
trabajaba en y colaboraba con un montón de medios de comunicación
catalanes y catalanistas, fui invitada a un concierto de gala en el
Liceu, creo recordar que organizado por Catalunya Ràdio.
Yo que acababa de echarme novio madrileño vi la ocasión de oro de
presumir: me lo llevé puesto a Barcelona y al Liceu. Rumbosa que es una.
Todo iba a pedir de boca. Entradas buenísimas, de palco. Todo a
rebosar de famosos y de autoridades, muchos de los cuales me habían
saludado con simpatía en la puerta. Con Joan Laporta, entonces presidente del Barça,
no alcancé a saludarme porque le vi muy de lejos.
Pero le conté a mi
chico cómo Laporta me había intentado meter mano al culo una vez que
vino a presentar en sociedad una peña barcelonista en el Congreso y el
efecto fue el mismo. Mi chico se quedó pasmado del nivel al que yo me
codeaba, así fuese con los glúteos.
Tomamos asiento en nuestras localidades, resuena el venerable
ñiguiñogui de instrumentos musicales afilando sus dientes que precede a
todo concierto. De repente Laporta se pone en pie, airoso, en el palco
central. Suelta un encendido discurso en catalán. Yo traduzco sobre la
marcha a toda pastilla para que mi chico se entere. Hacen falta todas
mis habilidades, que ciertamente son muchas, porque además el florido
verbo del presidente culé rebosa de guiños y de contexto.
Por ejemplo
cuando insta a la concurrencia a abrir boca de la noche poniéndose en
pie para cantar Els Segadors. “Els Segadors es el himno oficial de Cataluña”, informo a mi chico casi sin respirar, “ya verás, parte del público se pondrá ahora en pie para cantarlo”.
Me basaba en mis experiencias previas en toda clase de actos de aquel
tipo. Mi chico, inescrutable, poco dado a los himnos ni a cosas de estas
(aunque nunca le vi ni oí silbar ninguno), me dijo muy educado: “Bueno, yo no me levanto nunca en estos casos, ¿te importa si me quedo sentado?”. “Claro que no, cariño”.
Yo creo que de ir sola al concierto me habría levantado sin pensar.
Llevaba años haciéndolo. Pero la actitud de mi entonces novio (ya es
exmarido, por si a alguien le interesa) me obligó a introducir cierta
cuña de reflexión en lo que pudo ser un acto reflejo.
Reflexioné: tú has
traído a este hombre al concierto, si él no se siente cómodo poniéndose
de pie cuando suena un himno, cualquier himno, igual lo más adecuado es
que tú también te quedes sentadita con él. Más que nada para que no se
sienta solo. Otras ocasiones habrá de alzarse…
Un rumor como de estampida sobre maderas y terciopelos empezó a venir
de no sé dónde. Se levantó el de nuestra derecha. Y el de nuestra
izquierda. Y el de más allá. Y el de arriba, y el de abajo. Y el de
todas partes. Cuando me quise dar cuenta era el entero teatro, al
completo, el que se había puesto en pie cantando el himno a pleno
pulmón.
En medio de aquella compacta marea vocal y humana, sólo dos
cascaritas de nuez, dos barquitos de papel a la deriva, dos hormiguitas
sentadas, que éramos mi chico y yo.
Él se había puesto la máscara de impenetrabilidad, la cara de Darth Vader.
Yo sacaba pecho para disimular el pánico. Poco a poco me hacía
consciente de la gravedad de mi gesto, es decir, de mi no-gesto.
Empecé a
sudar tinta discretamente. A preguntarme si me estaría viendo, y
tomando nota de mi disidencia, algún conductor de cualquiera de los
programas de radio o de televisión en los que entonces colaboraba. Si se
estarían escandalizando conmigo. Si tomarían represalias…
Por otro lado la misma vergüenza de estar pensando estas cosas, jamás
pensadas por mí antes, jamás en un contexto catalán, que para mí
entonces suponía jugar en casa, me mantenía el culo clavado a la silla
con más convicción y firmeza que si las manos de Laporta volvieran a
merodear en sus inmediaciones.
Me daba pavor que el tot Catalunya me
viera sentada. Me daba vergüenza que mi chico, del que entonces yo
estaba tan nuevamente y flamantemente enamorada, viera que me levantaba
por miedo a desentonar después de haber dicho que no lo haría. Miedo de
que mi entonces amor me viera el plumero.
Pudo al fin no sé si más la decencia o el orgullo, la dignidad o el
corazón. El caso es que no me levanté. Pero era un pajarito frío, sudado
y aterrorizado la palma de mi mano buscando refugio en la de mi novio…
Acababa de entrar en mí la sospecha de lo que me, nos esperaba.
Y es por eso que estoy no segura, sino segurísima, con una trágica y
absoluta convicción, de que por lo menos unos miles (no sé cuántos) de
los que se levantaron para secundar la pitada en el Camp Nou lo hicieron
porque no se atrevían a no hacerlo.
Qué me van a contar a mí." (Anna Grau, Cuarto Poder, 03/06/2015)
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