"Uno de los aspectos que más llaman la atención en la crisis territorial
es la asunción acrítica y casi automática de la izquierda del famoso derecho a decidir.
Toda la izquierda catalana y buena parte de la española ha sancionado
como justo y necesario el recurso al referéndum para dirimir la cuestión
catalana, como si fuera expresión de una democracia quintaesenciada que
sólo orates antediluvianos son incapaces de sentir y apreciar. Cuanto
más a la izquierda más claro parece el asunto (...)
Sospecho que el aval al derecho a decidir proviene de su asociación
retórica con la democracia, entendida esta como voto de la mayoría. Si
votar es bueno, el derecho a decidir es bueno. Eso explica que ciertos
personajes populares, poco o nada nacionalistas, se sientan, en el brete
de ser preguntados, obligados a apoyar el derecho a decidir del pueblo
catalán, del vasco y de todo quisque pueblo. (...)
Pues bien, esto era la democracia hace 2.000 años y esto sigue siendo
hoy: la extensión de la ciudadanía a los no propietarios. De modo más
general decimos: “democracia es la ampliación de la ciudadanía a
cualquier miembro de la comunidad en una previa situación de
inferioridad política”.
El programa democrático a lo largo de la
historia ha sido este: el de anular situaciones de subalternidad
—mujeres, pobres y esclavos— ampliando así el grupo de los ciudadanos
revestidos de plenos derechos políticos y civiles.(...)
Democracia, insisto, es decir: en nuestra ciudad no hay ciudadanos de
primera y de segunda; la lengua, el género, la raza o el nivel de
ingresos no justifican diferencias en el catálogo de los derechos. Que
este ideal se vea a menudo incumplido en la práctica no lo ha derribado
como el ideal al que nos hemos atado. (...)
No hace falta remontarse al polémico ejemplo de dictaduras que han
venido precedidas de elecciones. Hay otros ejemplos más a mano de cómo a
veces se adoptan decisiones en referendos con un resultado que nos
cuesta asumir como democrático, como cuando la sociedad de California
votó a favor de prohibir el matrimonio homosexual. Pregunto: ¿fue ese
ejercicio del derecho a decidir —esa suerte de autodeterminación de los
heterosexuales respecto de los homosexuales— ejemplo de democracia? (...)
Volviendo al caso que nos preocupa, es claro que el triunfo de la tesis
independentista comportaría no una ampliación sino un recorte del grupo
beneficiario de la ciudadanía. Los otros españoles perderían los
derechos políticos que hoy comparten con los catalanes, pasando a ser
extranjeros. Un paso tan extremo podría, con todo, estar justificado: si
en España la desigualdad desfigurara de modo cierto el ideal de la
ciudadanía compartida.
Si los catalanes o los vascos fueran hoy
ciudadanos de segunda, perjudicados y persistentemente preteridos, la
empresa de la secesión estaría moralmente justificada y podría merecer
el sello de democrática. Los que no compartimos esa tesis estamos
legitimados para sospechar que lo que ocurre nada tiene que ver con la
democracia, sino con oscuras pulsiones etnicistas que no osan decir su
nombre (aunque a veces sean cristalinas, como en el caso de la líder
máxima, Carme Forcadell).
Es, sencillamente, una lucha cultural promovida por un grupo
considerable de ciudadanos catalanes que no desean ser españoles —y no
es de extrañar, porque para bastantes catalanes España ya es sólo esa
vieja fea y ladrona de la que se burlan en TV3—, al punto que querrían
forzar a los que sí lo son o así se sienten a elegir o marcharse.
Es una
minoría amplia que, por el expediente de no haber querido cambiar de
conversación en tres décadas, quizá haya convencido a una mayoría rasa
de lo correcto de un empeño amparado en más pretextos que razones.
Pueden ganar o pueden perder, pero, en mi opinión —que no pretendo infalible—, ni defienden ni representan el ideal democrático." (
Juan Claudio de Ramon
, El País, 14 OCT 2014
No hay comentarios:
Publicar un comentario