"A finales de abril, el primer ministro de Israel sugirió un cambio
fundamental para la Constitución de su país. Propuso modificar la
legislación a fin de definir a Israel como «el Estado-nación de un solo
pueblo –el pueblo judío».
Es fácil comprender por qué el primer ministro Netanyahu quiere el
cambio. Durante mucho tiempo se ha pedido que se hagan concesiones a los
intereses no religiosos, y sobre todo a los intereses de la gran
población árabe. Explicaba: «Hay personas que no quieren que el Estado
de Israel sea definido como el Estado-nación del pueblo judío.
Quieren
un Estado nacional palestino que se establezca junto a nosotros y que
Israel debe ser gradualmente un Estado binacional, árabe-judío»
. Él
piensa que su propuesta obstruirá el paso a estas posibles alternativas.
«El Estado de Israel proporciona la plena igualdad a todos sus
ciudadanos, pero es el Estado-nación de un solo pueblo –el pueblo judío.
Y de ningún otro pueblo». Si se aprueba el cambio, hará mas firme la
identificación con una sola religión.
(...) Ahora los catalanes han empezado a jugar el juego de las
constituciones, a pesar de una advertencia de uno de sus líderes, Duran
Lleida, que el juego es a la vez superfluo y prematuro. De la
información que hasta ahora se ha filtrado a la prensa, parece que un
grupo secreto de «expertos» de fama mundial ha sido contratado por la
Generalitat para elaborar un borrador de una Constitución.
Hasta el
momento han presentado un texto inocuo que es poco original, aburrido y
carente de imaginación. Están seguros de una sola cosa, que el Rey
español tiene que ser eliminado.
Eso es curioso, porque la Constitución
secreta se supone que debe estar basada en las Constituciones de
Dinamarca y Noruega, países que obtienen una gran parte de su
estabilidad por el hecho de ser monarquías. Sin embargo, los «expertos»
claramente no están demasiado interesados en la utilidad de las
monarquías. Tampoco, al parecer, están preocupados por el hecho de que
las constituciones escritas son notoriamente defectuosas y siempre
necesitan modificaciones (como en los EEUU).
El aspecto más curioso de la Constitución secreta de Cataluña es que,
a partir de lo que sabemos sobre ella, no admite la existencia de
Cataluña como un Estado-nación. Esa es la gran diferencia con la
propuesta Constitución de Israel. El Gobierno israelí quiere subrayar
que Israel es un Estado-nación del pueblo judío. Los «expertos» de
Cataluña, por el contrario, no hacen esa afirmación.
Es cierto que han
tenido miles de personas marchando por las calles insistiendo y
afirmando que son una entidad metafísica llamada «nación», y es cierto
que el primer artículo de la Constitución secreta dice muy claramente:
«Cataluña es una nación».
¿Pero quieren decir la población de Cataluña, o
su territorio, o están simplemente repitiendo lo que Prat de la Riba
indicaba en la década de 1890, que los catalanes de todo el mundo eran
una nación porque tenían «una lengua, una historia común, y viven unidos
por un mismo espíritu»?
En pocas palabras, el primer artículo de la nueva Constitución
catalana no define «Cataluña» y no define una «nación». Hace una
declaración puramente metafísica y sinsentido, en la que la identidad de
la nación no se explica ni se define. Por eso Netanyahu insiste en el
caso de Israel: que la nación de los judíos es la base del Estado judío.
En cambio, los «expertos» catalanes no hacen ningún intento de
identificar la nación. ¿Va a ser el futuro Estado catalán un
Estado-nación, de los catalanes como nación, o va a ser simplemente un
Estado territorial, en el que los andaluces y los chinos podrían formar
un día la mayoría?
La cuestión central para el nacionalismo catalán, y para muchos otros
nacionalismos del siglo XXI, es si tiene un programa histórico y social
serio, basado en la recuperación de una verdadera identidad perdida y
en la expresión de una identidad presente válida. La cuestión es
crucial, porque algunos nacionalismos aspirantes no tienen un pasado
válido, y un presente a menudo cuestionable. Cuando no tienen ni pasado
ni presente, intentan inventar una identidad falsa.
En cualquier caso, uno de los grandes problemas es que los países y
las identidades cambian con el tiempo. Por ejemplo, el Reino Unido del
año 1914 no es ya el mismo Reino Unido hoy en día en 2014, y los
británicos, como nación, están perdiendo su antiguo carácter.
SUPONGAMOS que los catalanes eran una nación hace 300 años. Trescientos años han pasado desde que desaparecieron los fueros en 1714, y muchos factores han cambiado, incluyendo las fronteras, la población, la perspectiva y la cultura.
Si hubiera que definir una nación como un pueblo que vive en
la misma zona, que comparte un origen común racial, una herencia
cultural común, un lenguaje común y un sentido comunal de lealtad,
entonces puede ser necesario concluir que Cataluña hoy ya no es la
«nación» que fue en la época moderna. Como resultado, es posible que
haya perdido su derecho a poseer la identidad de un «Estado-nación».
Los cambios en la inmigración, la cultura y la lengua han ido con el
tiempo socavando el carácter de la sociedad catalana. La proporción de
inmigrantes en la población ha aumentado más de un 20% en 10 años, y los
inmigrantes internacionales en el año 2014 representan alrededor del
14% de la población total. Se ha calculado que, en una u otra manera,
alrededor del 60% de la población de Cataluña tiene sus orígenes en la
inmigración.
Esto hace que sea imposible ya que los nacionalistas
presentan una doctrina del nacionalismo basada en motivos étnicos. Los
ciudadanos de una futura Cataluña, independiente o no, pueden ser en su
mayor parte no catalanes. Esa es una consideración que los nacionalistas
separatistas se niegan a contemplar o incluso reconocer.
Los inmigrantes, por supuesto, han anegado la lengua de Cataluña. Las
encuestas publicadas por la Generalitat afirman que la mayor parte de
la población de Cataluña entiende y habla catalán, un claro ejemplo de
la retórica que pretende falsear la realidad. No hay absolutamente
ninguna duda de que el idioma principal que se habla en Cataluña es
ahora el castellano, se utiliza preferentemente, de acuerdo con las
cifras más recientes, en algo más de la mitad de la población.
En la
Barcelona de hoy, si usted necesita tomar un café, coger un taxi, hablar
con un policía, o comer en un restaurante, usted necesita hablar
castellano. ¿Esa es la base de la «nación catalana»? ¿Qué queda entonces
de la identidad catalana? ¿Y la religión cristiana? Al igual que en el
Reino Unido, la religión ha dejado de ser una piedra angular de la
cultura.
Netanyahu, por lo menos, se aferra a la religión como la realidad
básica del Estado-nación israelí. En Cataluña, los separatistas no
tienen nada a que aferrarse. ¿Qué sucederá el día en que los inmigrantes
se identifiquen como no catalanes, y los partidos separatistas pierden
su escasa mayoría en el Parlamento?" (EL MUNDO 14/05/14,
HENRY KAMEN, en Fundación para la Libertad)
HENRY KAMEN, en Fundación para la Libertad)
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