"(...) Me sientan a la mesa enfrente de Irene, una agradable e inteligente
mujer, profesora de inglés. Al saber de mis andanzas por Estados Unidos
muestra mucho interés: su marido, a su vez docente, tiene una oferta
para enseñar allí, y se lo están pensando.
Lo de irse para allá ellos
dos y las gemelas de 9 años. Me empieza a preguntar de todo y más sobre
las posibles vicisitudes y los posibles destinos concretos. ¿Mejor irse a
Nueva York pero no a la ciudad sino al Estado, a Chicago o a Texas?
Desgrano pros, enumero contras. Para tratar de ayudarla mejor indago
en los verdaderos motivos de querer irse. ¿Afán de promoción
profesional? ¿De ver mundo? "Ten en cuenta que en este país se valora
poco al que ha hecho el esfuerzo de pasar un tiempo fuera, y en cambio a
quien se va a Sevilla si pueden le quitan la silla, ni te cuento si te
vas a Illinois…", la prevengo.
Lo encaja bien y con cara de querer
asumir el riesgo. Al poco coge confianza y se sincera: "Mira, es que en
realidad mi marido se quiere ir porque está harto".
Por la mirada que cruzamos no hace ni falta preguntar de qué. ¿Harto
de qué va a ser? Pues ni siquiera harto de pensar distinto o de estar en
minoría en determinado sitio y determinado momento. Lo que harta es
tenerse que callar y que callar y que callar. La famosa "espiral del silencio" que denunciaba Francesc de Carreras.
Más y más dolorosa cuando no se produce en el ámbito institucional sino
en el social o incluso íntimo. Con los colegas, no con los jefes. Con
la gente teóricamente sencilla y de bien. Con los que se supone que eran
los buenos de la película.
Nunca me cansaré de decirlo, de machacarlo incluso: para muchos y
muchas entre las que me cuento, la deriva cutretotalitaria del
independentismo nos ha roto el corazón porque sinceramente creíamos que
ser catalán era querer ser bueno.
Era dar importancia a tener razón. O a
intentarlo por lo menos. Es tan triste descubrir que el mítico facherío
que se supone que teníamos enfrente en realidad lo teníamos, siempre lo
hemos tenido, detrás. Bien metido en casa.
Lo peor es que el drama daña más a los mejores. A los señalados por
esa perniciosa selección antinatural que favorece el predominio del más
estúpido, el más cruel o las dos cosas. De manera todavía sutil, casi
delicada, lo mejor de Cataluña empieza no sólo a callarse sino a
despoblarse.
A irse. Como no todo el mundo es libre de encerrarse, qué
sé yo, en un mas de Llofriu, hay quien se tiene que ir a París o a
Chicago. No estoy sugiriendo que todos los que todavía viven aquí son
tontos. Ni mucho menos. Sí sugiero que muchos que no lo son se tienen
que marchar cada vez más lejos y por más tiempo.
Hay una fuga de
cerebros, de talentos, de corazones. Una invasió subtil como la
de Pere Calders pero al revés. ¿Llegaremos a ver pateras por el Ebro?
Ni siquiera buscando un mundo mejor o la tierra prometida. Simplemente
huyendo de la tierra aquí quemada. (...)" (Anna Grau, Crónica Global, Viernes, 3 de enero de 2014)
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