3/1/14

¿Pateras por el Ebro? De manera todavía sutil, lo mejor de Cataluña empieza no sólo a callarse sino a despoblarse

"(...) Me sientan a la mesa enfrente de Irene, una agradable e inteligente mujer, profesora de inglés. Al saber de mis andanzas por Estados Unidos muestra mucho interés: su marido, a su vez docente, tiene una oferta para enseñar allí, y se lo están pensando. 

Lo de irse para allá ellos dos y las gemelas de 9 años. Me empieza a preguntar de todo y más sobre las posibles vicisitudes y los posibles destinos concretos. ¿Mejor irse a Nueva York pero no a la ciudad sino al Estado, a Chicago o a Texas?

Desgrano pros, enumero contras. Para tratar de ayudarla mejor indago en los verdaderos motivos de querer irse. ¿Afán de promoción profesional? ¿De ver mundo? "Ten en cuenta que en este país se valora poco al que ha hecho el esfuerzo de pasar un tiempo fuera, y en cambio a quien se va a Sevilla si pueden le quitan la silla, ni te cuento si te vas a Illinois…", la prevengo.

 Lo encaja bien y con cara de querer asumir el riesgo. Al poco coge confianza y se sincera: "Mira, es que en realidad mi marido se quiere ir porque está harto".

Por la mirada que cruzamos no hace ni falta preguntar de qué. ¿Harto de qué va a ser? Pues ni siquiera harto de pensar distinto o de estar en minoría en determinado sitio y determinado momento. Lo que harta es tenerse que callar y que callar y que callar. La famosa "espiral del silencio" que denunciaba Francesc de Carreras.

 Más y más dolorosa cuando no se produce en el ámbito institucional sino en el social o incluso íntimo. Con los colegas, no con los jefes. Con la gente teóricamente sencilla y de bien. Con los que se supone que eran los buenos de la película.

Nunca me cansaré de decirlo, de machacarlo incluso: para muchos y muchas entre las que me cuento, la deriva cutretotalitaria del independentismo nos ha roto el corazón porque sinceramente creíamos que ser catalán era querer ser bueno.

 Era dar importancia a tener razón. O a intentarlo por lo menos. Es tan triste descubrir que el mítico facherío que se supone que teníamos enfrente en realidad lo teníamos, siempre lo hemos tenido, detrás. Bien metido en casa.

Lo peor es que el drama daña más a los mejores. A los señalados por esa perniciosa selección antinatural que favorece el predominio del más estúpido, el más cruel o las dos cosas. De manera todavía sutil, casi delicada, lo mejor de Cataluña empieza no sólo a callarse sino a despoblarse.

 A irse. Como no todo el mundo es libre de encerrarse, qué sé yo, en un mas de Llofriu, hay quien se tiene que ir a París o a Chicago. No estoy sugiriendo que todos los que todavía viven aquí son tontos. Ni mucho menos. Sí sugiero que muchos que no lo son se tienen que marchar cada vez más lejos y por más tiempo. 

Hay una fuga de cerebros, de talentos, de corazones. Una invasió subtil como la de Pere Calders pero al revés. ¿Llegaremos a ver pateras por el Ebro? Ni siquiera buscando un mundo mejor o la tierra prometida. Simplemente huyendo de la tierra aquí quemada. (...)"                  (Anna Grau, Crónica Global, Viernes, 3 de enero de 2014)

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