" (...) Pero vayamos por un momento a las dos en punto del proceso y
supongamos que la independencia de Cataluña por fin se ha consumado, que
por una grieta casi imperceptible de la legislación comunitaria el
nuevo Estado ha logrado quedarse en Europa y también ha conseguido
mantener el euro y a sus bancos dentro del sistema económico, y que
gracias a los buenos oficios de la diplomacia amateur se ha
alcanzado un acuerdo para impedir el veto de Madrid y de Londres.
Supongamos que, como sería lógico pensar, Barcelona se convierte en la
capital del nuevo Estado europeo, en la ciudad desde la que, como es
habitual en las capitales, se administra la Hacienda pública, la
justicia y el sistema nacional de salud, la organización de la
agricultura y la ganadería, del turismo y los lineamientos para
establecer un restaurante, un hotel o una estación de gasolina, en fin,
que desde Barcelona donde, igual que sucede ahora, tendrán el president y sus ministros sus oficinas, se gobernaría, de manera inevitablemente centralista, la nueva nación catalana.
Pero el independentismo, como he sugerido más arriba, no es una
pulsión que desaparezca fácilmente, ni los políticos independentistas
cambian de color de un día para otro y, más pronto que tarde, las
provincias de Girona, de Tarragona y de Lleida, comenzarían a sentirse
asfixiadas por el control centralizado de Barcelona, sobre todo en lo
tocante a la Hacienda pública y al reparto del dinero recabado en
impuestos.
Y llegaría el día en que los agricultores de Tarragona y los
criadores de cerdos de Girona harían ver a sus paisanos que, según sus
cálculos, pagan a la Hacienda barcelonesa más dinero del que reciben y
entonces echarían mano de una vieja, y muy efectiva, muletilla popular
que se usaba a principios del siglo XXI, y que concentraba toda la
frustración y el reconcomio que sentían las provincias frente al poder
centralista de la capital; una muletilla que, puesta al día, diría:
“Barcelona nos roba”.
Y con ese grito de guerra comenzarían un nuevo, y
múltiple, proceso independentista, Girona, Tarragona y Lleida, se
independizarían de Barcelona y desde luego una provincia de la otra
porque, bien mirado el asunto, ¿qué tendrá que ver un leridano con un
tarraconense o con un señor de Girona?, ¿no le parece a usted que son
países radicalmente distintos con su propia historia y con su singular, e
intransferible, identidad?, una idea también importada de principios
del siglo XXI cuando los catalanes, todavía bajo el férreo control del
Estado español, se preguntaban, ¿y qué tendremos que ver los catalanes con los españoles?
Una vez separada en cuatro la antigua Cataluña, la convicción de que
“Barcelona nos roba” empezaría a hacer mella en las comarcas
barcelonesas del Bajo Llobregat, del Garraf, del Maresme y del Vallés
Occidental y todas a una, estas y también las demás comarcas,
comenzarían su proceso de independencia, para hacerse cargo ellos mismos
de su propio dinero recabado con sus impuestos, y para gestionar, a
niveles históricos, antropológicos y filológicos, ese factor diferencial
que los hace únicos, que permite distinguir, tan fácilmente como lo
hace uno con la oscuridad y la luz, con el hielo y el fuego, a un señor
de Rubí de uno de Alella.
Una vez independizadas las comarcas de Barcelona capital, y también
unas de las otras, en la ciudad comenzaría a crecer una inquietud
elemental, ¿por qué un vecino de la zona alta de la ciudad, de Sant
Gervasi, de Sarriá o de Pedralbes, tiene que pagar más impuestos que un
vecino del Ensanche o de El Raval?, y estos, a su vez, se preguntarían
exactamente lo mismo sobre la infamia intolerable que supone pagar más
impuestos que los vecinos de Nou Barris.
“Barcelona nos roba”, dirían
todos y montados en esta idea, que ya para entonces sería un clásico
inamovible, echarían a andar un proceso independentista para que cada
barrio tuviera el control de sus impuestos y de su economía, porque ¿a
santo de qué va ser uno solidario con todas esas personas que ni conoce,
ni tienen nada que ver con uno? Porque desde luego habría que
reconocer, que así como entre un español y un catalán hay diferencias
abismales, casi como las hay entre un hombre de Rubí y otro de Alella,
también existe ese diferencial histórico, antropológico, filológico y
hasta filosófico, entre un señor de Sant Gervasi y uno de Nou Barris.
Y a
partir de entonces se dispararía la independencia atómica, dentro de
cada barrio se independizarían unas manzanas de las otras, y dentro de
estas se irían independizando por edificios, y luego por pisos, y así
hasta llegar a la independencia radical, hacia ese estadio de la
civilización donde un hombre solo defiende lo suyo, con un palo, de otro
hombre solo que quiere arrebatarle sus cosas." (
Jordi Soler
, El País, 8 DIC 2013 )
No hay comentarios:
Publicar un comentario