"Entre los ‘afanes’ reformistas para el año que acabamos de estrenar
destaca el de la financiación autonómica, que es uno de esos temas con
los casi nadie está contento.
Pero, supongo yo, el deseo que subyace
tras él no es solucionarlo, sino encontrar una válvula de escape para la
olla a presión catalana que está a punto de estallar. El intento es tan
loable como inútil. Creo yo.(...)
En segundo lugar, es inútil porque resultará
imposible encontrar un nuevo punto de equilibrio que sustituya al
actual, por malo que sea éste, que en realidad no lo es tanto.
Mi
pesimismo absoluto se basa en la suposición de que ellos no aceptarán
nada que no conlleve un sistema diferencial que les reporte más
recursos; ni los demás aceptarán nada que mejore la posición catalana y,
en consecuencia, empeore la suya.
Hay más comunidades que dan más de lo
que reciben. Incluso hay comunidades que dan mucho más que Cataluña y
reciben menos que ella, así que es de suponer que éstas no se quedarán
nunca satisfechas con propuestas asimétricas.
En mi opinión, los catalanes se equivocan gravemente. No solo porque
es evidente que el resultado final de la intentona separatista dará como
resultado uno peor en el que todos perdemos –pues esto es un juego de
suma claramente negativa–, sino porque el punto de partida inicial no es
tan malo como aseguran.
Las relaciones entre una parte del Estado
actual y el todo no hay por qué reducirlas al aspecto fiscal. Por qué
razón deberíamos olvidar y despreciar las relaciones comerciales y las
financieras, por hablar solo de las que tienen las principales
consecuencias económicas y obviando asuntos capitales como la cultura,
la historia, los afectos y un larguísimo etcétera.
En todo ellos,
Cataluña sale claramente beneficiada. Vende en el resto de España mucho
más de lo que compra y obtiene en ella muchos más recursos financieros
de los que concede.
Y eso mismo tiene unas consecuencias fiscales que parecen desconocer y
que condicionan mucho a su favor el resultado actual que denominan
injusto. Por ejemplo en el impuesto sobre el valor añadido, el IVA.
Ahora, todas las ventas a ‘España’ salen grabadas por el IVA, un IVA que
paga el resto de los españoles e ingresan ellos.
Unos IVAs y unos
ingresos que desaparecerían en el caso de obtener la independencia, pues
esas ventas se convertirían en operaciones de exportación, exentas de
ese impuesto. El nuevo ajuste en frontera reduciría el ingreso, sin
compensarse por la vía de las importaciones. Éstas les proporcionarían
nuevos ingresos… pero los pagarían ellos mismos y no afectarían al saldo
de los intercambios con el Estado.
Algunos, en ambos bandos, suponen que es posible estudiar y
cuantificar los intercambios sobre bases objetivas e indiscutibles. Vano
empeño. Regionalizar los ingresos del Estado es una tarea relativamente
posible, pero hacerlo con los gastos es prácticamente imposible.
Por
ejemplo, ¿a quién le apuntamos el gasto del AVE Madrid-Barcelona? ¿Qué
tal a Aragón, que es la comunidad que más kilómetros disfruta? Claro que
hay criterios aproximados que son los utilizados en los estudios
realizados, pero siempre son subjetivos, siempre discutibles , y nunca
aceptados cuando molestan.
Así que la solución no vendrá –si viene– por sesudos cálculos de
balanzas fiscales. Vendrá –si viene– cuando la razón vuelva. Y no
vendrá, me temo, hasta que las consecuencias del desastre mutuo sean tan
evidentes que se conviertan, también, en irrecuperables." (EL CORREO 05/01/14, IGNACIO MARCO-GARDOQUI, en Fundación por la Libertad)
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