"(...) Ni soñar con elecciones democráticas. Las urnas les inspiran pánico,
porque saben que aunque los partidos secesionistas sumen la mayoría
absoluta en el Parlamento, esa mayoría jamás será suficientemente
representativa para proclamar la independencia.
Dichos partidos jamás
contarán con el voto de la mitad más uno de los 5.400.000 ciudadanos
inscriptos en el censo, y menos aun con la mayoría excepcional -digamos
el 60 por ciento de los inscriptos- que estipula la legislación modélica
de Canadá.(...)
En una encuesta municipal para urbanizar terrenos basta
cualquier mayoría. Aquí se trata de dividir un país en dos, y de aislar a
7 millones de personas respecto de otros 40 millones de compatriotas
que se convertirán en extranjeros. Lo cual implica segregar a
conciudadanos, familiares, amigos, conocidos, colegas, condiscípulos,
socios, patronos, empleados, proveedores, clientes, acreedores,
deudores… y despedirse de la Unión Europea.
Sólo a una élite
privilegiada y endogámica que vive del cuento se le ocurre satisfacer su
desmesurado apetito de poder a costa de esta agresión contra la
convivencia, los sentimientos humanos y el bienestar general.
Una
vez más, el aguafiestas Carles Castro maneja cifras reales para sacar
de su embeleso a la muchedumbre de despistados que se encadenan (LV,
15/9):
El apoyo a la ruptura con España
supone sólo el 33 % del censo de ciudadanos catalanes mayores de 18 años
(…) Los teóricos tres millones de votos favorables a la secesión quedan
a una distancia sideral de los que suman en la práctica las fuerzas
explícitamente soberanistas (1.800.000).
Y esa distancia apenas se atenúa
incluyendo la totalidad de los votantes de ICV (lo que supondría un
cómputo de casi 2.200.000 y un desfase de 800.000 entre las proyecciones
y las realidades).
Repito: jamás serán más de
2.700.000. ¿Queda claro por qué los secesionistas se aferran a artimañas
totalitarias y no quieren ni oír hablar de elecciones democráticas?" (Eduardo Goligorsky, Kairoi, 20/09/2013)
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