"El problema es que, al transformar unas quejas legítimas que precisan de
una solución razonable, en un rumbo a lo desconocido, todos podemos
terminar mucho peor de como empezamos. Nuestro argumento es que nadie
sabe lo que pasaría el día después de la declaración unilateral de
independencia. No ha habido procesos semejantes en Europa Occidental en
tiempos contemporáneos. (...)
Como la aparición de un nuevo Estado con las circunstancias catalanas no
ha ocurrido nunca, ignoramos lo que ignoramos acerca de cómo
reaccionaría Cataluña, el resto de España y la Unión Europa.
Por ejemplo, el Gobierno de Madrid se encontraría en una difícil
tesitura. Aceptar un referéndum sin mayor queja podría ser interpretado
como muestra de debilidad y dar lugar a una carrera a la independencia
de otros territorios. El pánico a una cantonalización de España podría
empujar a decisiones drásticas de las que pronto nos arrepentiríamos.
De igual manera, desconocemos cómo sería recibida esta independencia
por la Unión Europea. ¿Aceptaría Francia como nuevo miembro a un Estado
cuyo ideario nacionalista incluye como propio parte del territorio
francés? E Italia, ¿aprobaría la adhesión de un Estado que sería un
ejemplo para la independencia de su propio norte?
Pero incluso si Cataluña pudiera tener una entrada sin problemas en
la Unión Europea, existe el riesgo de una ruptura generalizada de
relaciones comerciales y de una lucha incesante por dividir los activos y
pasivos de España que nadie puede evaluar en un contexto de fuerte
crisis y cuyos costes puedan ser mucho mayores que las tan denostadas
actuales transferencias.
Finalmente, el equilibrio de las fuerzas políticas en Cataluña y en
el resto de España podría mutar dramáticamente. Los cambios
constitucionales profundos en ausencia de un consenso abrumador vienen
acompañados, demasiadas veces, de procesos de radicalización social y de
políticas económicas populistas que las clases medias terminan pagando
más que nadie. Aquellos que creen que pueden cabalgar el tigre del
proceso de independencia pueden terminar tragados por el mismo para su
posterior lamento.
Toda esta incertidumbre se agrava porque España, y sus familias y
empresas estén o no en Cataluña, dependen hoy más que nunca de la
financiación exterior. La real amenaza a la soberanía de Cataluña no es
España, sino el enorme exceso de deuda acumulada por unos y por otros y
que nos acerca a una intervención “dura” de la comunidad internacional.
Y
si a los españoles no nos queda más remedio que vivir con lo
desconocido, los inversores extranjeros tienen muchas alternativas más
seguras adonde mover su capital.
No hay nada que asuste más a los
inversores que la ignorancia de lo que ignoran —el prestar a un país que
no saben lo que será a la vuelta de la esquina es inconcebible. Incluso
una probabilidad pequeña de un hundimiento de la financiación causado
por la independencia es un riesgo demasiado grande para asumirlo
conscientemente." (
Jesús Fernández-Villaverde /
Luis Garicano , El País, 11 OCT 2012)
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