"El eterno agravio nacionalista
Así es la retórica nacionalista: héroes y villanos,
ofensores y ofendidos, luchas memorables y derrotas gloriosas. Un discurso
donde el nacionalista ocupa siempre el mismo lugar: el del héroe, el del
ofendido, el del mártir. Y donde el enemigo, real o imaginado —qué más da— es
siempre el culpable de los males que sufre la gloriosa "nación" a la
que uno pertenece.
Una de las características de los nacionalistas es que, en
muchas ocasiones, son unos eternos agraviados que pretenden presentarse como
víctimas y mover a la compasión por la "nación" que dicen
representar.
En el caso de que no existan males presentes que justifiquen su
victimismo —y rara será la ocasión en que no los encuentren—, ya se encargarán
de desempolvar en alguna biblioteca cualquier batalla olvidada injustamente perdida
o una vieja ofensa imperdonable. No tardarán en encontrar mártires que elevar a
los altares o malvados capaces de suscitar sus odios más profundos.
Mientras el nacionalista siga siendo una víctima, se verá
libre de tener que justificar sus acciones, que serán siempre una compensación
por agravios cuidadosamente alimentados y exagerados para que sirvan a sus
intereses políticos.
Es mucho más difícil oponerse a una víctima que a un
verdugo, y aquélla, por el simple hecho de serlo, podrá encontrar una razón de
sus actos en el resarcimiento de injusticias pasadas.
Es cierto que a veces los
males en que se refugia la autocompasión nacionalista son reales, pero no debemos
olvidar que los agravios del pasado no justifican los excesos del presente.
Pueden explicarlos, pero nunca justificarlos.”
(Cita de: Roberto augusto: El nacionalismo ¡vaya timo!, Editorial Laetoli, 2012, pág. 81)
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