"No me acabo de reponer. Cuando intentaba entender qué había llevado a
los sindicatos catalanes a defender un pacto fiscal y unas políticas
lingüísticas que quiebran el principio de igualdad entre los ciudadanos,
me entero de que asistieron a la manifestación independentista.
Pero,
en fin, con un poco de esfuerzo, puedo conjeturar alguna explicación, no
muy caritativa, puestos a decirlo todo. Eso sí, lo que está fuera de mi
entendimiento es el silencio de los sindicatos y de la izquierda en el
conjunto de España. Incluso algunos dicen, como en los años de plomo,
“algo habremos hecho los españoles para llegar aquí”. En realidad, se
deberían preguntar qué es lo que no han hecho, por su dejación, por qué
han aceptado sin rechistar tanta retórica trucada, peor que la de la
Liga Norte.
Pero ahora, tal como ha dibujado el debate Mas, ya no cabe silbar. La
propuesta secesionista no permite la equidistancia, por la misma razón
que no hay un punto intermedio sobre el matrimonio homosexual.
A favor o
en contra. Tampoco cabe la retórica de la reacción, ese empalagoso “la
culpa es que no nos quieren”. Si pueden, que fundamenten su propuesta,
que no es sencillo, pero que no se justifiquen. (...)
Es posible que, como respuesta política, en algún momento, debamos
preguntar por la independencia. Una pregunta que por lo dicho, porque
Cataluña, como territorio político, no es más mía que de Anasagasti —por
mencionar a un manifestante del otro día en Barcelona—, debería hacerse
a todos los españoles.
De todos modos, quizá, en el orden de las cosas,
haya que pasar por una consulta en Cataluña. Sobre eso, poco que añadir
a lo escrito aquí mismo por Ruiz Soroa.
Pero ese sería el final de un largo recorrido. El primer paso es que
Mas vaya a unas elecciones con la independencia por bandera. Sin
subterfugios. Con la palabra exacta: independencia. Su guión es nuevo: sus votantes compraron una negociación y ahora les ofrece un drama. (...)
No solo Mas tiene que hablar. No está de más decirlo. Con frecuencia,
ante las tesis nacionalistas, buena parte de nuestra clase política no
pasa del “no estoy de acuerdo, pero las respeto”. Como si les
preguntaran sobre el vegetarianismo. A nadie se le ocurriría responder
lo mismo a cuenta del sexismo.
Si uno está en contra de algo, lo que
hace es combatirlo en buena ley democrática. Tampoco vale, ahora menos
que nunca, esa actitud intimidada que lleva a tantos a no opinar sobre
lo que pasa en otra parte de España. Personas capaces de manifestarse en
contra de remotas injusticias se callan ante el temor de que les digan
que “no se metan en nuestras cosas”.
Se han de escuchar todas las voces,
no ya porque seguimos hablando de redistribución de riqueza entre
conciudadanos o de vetos que rompen la igualdad en el mercado de
trabajo, sino porque se trata del marco político de todos. Y su ruptura
tendrá consecuencias en la vida de todos.
Pero hay otras razones para que todos hablen. En esas elecciones
votaremos los catalanes, pero antes de hacerlo nos importa saber qué
estamos decidiendo, qué nos jugamos. Algo que no depende de nosotros. Y
Mas no puede contestar a las preguntas importantes, que no son que si
ejército o Barça, sino qué pasará con las empresas españolas,
los mercados, las pensiones, los funcionarios del Estado, nuestros
ahorros, la financiación de nuestras empresas y mil cosas más.
Mas nos
dirá que la vida sigue igual. Pero nos mentirá. Lo que pueda venir
después de una separación no depende de sus fantasías. No se ve por qué
quienes tanto nos malquieren, tras un desgarro de tal magnitud, van a
estar deseando amistar en una confederación.
El cuento de que todo
seguirá como si tal cosa es una patraña más de los nacionalistas. Por
ejemplo, cuando les preguntan por la Unión Europea. En esto, al menos,
Pujol ha sido sincero. Estaremos fuera.
Esto se ha puesto serio y ya nada va a ser igual. Mas se ha metido en un
fangal y si encalla, no puede pretender que, al final, todo sea como
antes. Ya no cabe el equilibrismo. (...)
Que nadie se engañe, la situación actual no es resultado de ningún
agravio, sino de una estrategia de muchos años con la independencia como
chantaje latente. Sin tregua, porque, alimentada de su propio éxito, el
resultado siempre era el mismo: tan ofendidos como antes y los demás
preguntándonos qué habíamos hecho.
Una meditada ingeniería social
consentida por todos ha permitido levantar una sociedad de ficción. Así
ha sido posible que aceptáramos delirios como que los catalanes no
puedan escolarizarse (también) en su lengua mayoritaria y común.
Ahora
Mas ha dado por terminado el juego. Bien, le tomamos la palabra. A las
elecciones sin ambigüedades. A sabiendas, eso sí, de que al día
siguiente nada volverá a ser igual. Entre todos discutiremos esto y
discutiremos todo. Desde el principio." (
Félix Ovejero , El País, 27 SEP 2012)
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