"Sea el catalán o el vasco, los nacionalismos plantean ya sin ambages
la independencia de sus respectivas naciones como objetivo político
aunque, eso sí, lo hacen de momento como simple amenaza al Estado para
conseguir de éste un régimen estatutario privilegiado respecto al común
de la morralla del “café para todos”.
Si no se nos concede un nuevo
estatus político dicen los vascos, o un nuevo pacto fiscal los
catalanes, tendremos que ir desde ya a la ruptura secesionista. Si se
nos concede, también, añaden precavidos, aunque tardaremos un poco más
en exigirlo.
El uso estratégico de la amenaza secesionista para conseguir
privilegios dentro de una estructura federal es sólo posible, claro
está, porque el resto de los actores políticos de esa estructura, y
señaladamente el gobierno central, han interiorizado que el hecho
hipotético con que son confrontados es, no sólo plausible, sino
altamente probable.
De manera que han creado en torno a ese hecho un
auténtico tabú: la idea de poner la unidad nacional española a votación
de los ciudadanos es en nuestro país obscena e innombrable, y palabras
como autodeterminación nacional o referéndum de independencia exigen ser exorcizadas no bien se mencionan, blandiendo al efecto el sagrado hisopo de la Constitución.
Este artículo pretende sugerir que, muy en contra de la postura que
intuitivamente adoptan los actores políticos españoles, la mejor manera
de enfrentarse a un desafío secesionista serio y persistente es aceptar
su propio planteamiento, es decir, estar dispuesto a poner la nación a votación.
Introducir la idea de un referéndum de independencia como un seguro
fracaso para la unidad española, y negarse desesperadamente por ello a
aceptarlo siquiera como algo posible, es tanto como confesarse derrotado
de antemano en ese debate.
Quien no está dispuesto a poner su idea de
nación a votación popular es porque no confía de verdad en ella, porque,
como escribió Manuel Aragón, “un pueblo de hombres libres significa que
esos hombres han de ser libres incluso para estar unidos o para dejar
de estarlo”.
Por tanto, quienes hacen de la autodeterminación un tabú lo que en
realidad hacen es regalar a los independentistas todas las bazas de
prestigio en la discusión: esas que se llaman libertad, democracia, gobierno del pueblo, el ejemplo de otros países,
todo queda en poder de los nacionalistas.
Los demás, los “unionistas”,
quedamos como antidemócratas, como miedosos, como acomplejados
defensores de una nación tambaleante, como carceleros de pueblos, y
demás. (...)
Pero es que, además, es el haber adoptado esa férrea negativa lo que nos
convierte en rehenes del chantaje táctico de los nacionalistas.
Bastaría con admitir, tanto en el plano político como en el jurídico,
que la secesión de una parte del territorio es un tema admisible para la
decisión democrática y que, por tanto, su demanda puede ser planteada,
discutida y decidida en nuestra democracia para que ese asunto asumiera
de inmediato un nuevo aspecto.
Si la secesión fuera una posibilidad
reglada, los nacionalistas se tentarían la ropa antes de apelar a ella.
Dicho de otra forma, la constitucionalización de la secesión tendría un
efecto desincentivador de su demanda, que ahora es en gran parte
retórica, insincera y chantajista. (...)
En este punto hay que ser lo suficientemente adulto, en términos
democráticos, para admitir una carencia en el sistema político
territorial español, por la sencilla razón de que la vía que legalmente
existe para la secesión (la reforma constitucional “fuerte” del art. 168
CE) no está al alcance de los actores políticos que la reclaman.
Decir
entonces que la reclamación independentista es una reivindicación
legítima en nuestra democracia siempre que se haga por medios pacíficos
es un flatus vocis en tanto el sistema condene esa
reivindicación al terreno de lo jurídicamente imposible.
El Estado de
Derecho no puede cohonestarse con el principio democrático si excluye a priori
la factibilidad de una reivindicación legítima, ese es un uso desviado
del Derecho. Este sólo puede ayudar a que la nación siga siendo una
nación … si ella lo quiere.
Y entonces, según usted, ¿qué hacemos?
¿Modificamos ya la Constitución? Creo que no, que ésa debería ser la
estación término de un proceso de secesión democrática, no su comienzo;
por la sencilla razón de que no tiene sentido iniciar un tan costoso
proceso de reforma si no está constatada la existencia de una voluntad
mayoritaria clara en el territorio afectado.
Por eso, lo primero será
establecer las vías para comprobar la existencia de una demanda
secesionista mayoritaria seria y fundada en alguna Comunidad Autónoma y
luego, sólo luego, modificar la C.E. para darle salida.
Algo que se
podría hacer mediante una ley nacional que se limitara a regular el
asunto como un procedimiento previo a la reforma constitucional, es
decir, prever en qué casos y con qué trámites debería iniciarse un
proceso de reforma constitucional para excluir de España a una parte de
su actual demos.
Por ejemplo, una ley podría establecer que si el Parlamento de una
Comunidad solicita por una mayoría de 3/5 iniciar un proceso de
comprobación de la voluntad mayoritaria sobre una eventual secesión, el
Parlamento español estaría obligado a recoger esta petición y,
analizados los detalles, solicitar del Gobierno la convocatoria de un
referéndum de comprobación en esa Comunidad, determinando los términos
de la pregunta que deberían ser claros y en forma de alternativa simple.
Para dar por comprobada la voluntad secesionista se requeriría la
mayoría del censo electoral, computado en cada provincia o territorio, y
con exclusión automática de aquellos territorios donde no triunfara.
Constatada afirmativamente esa voluntad mayoritaria, se abriría un
proceso de negociación de los términos de la separación y de las
garantías democráticas del nuevo Estado (señaladamente en lo que se
refiere a la protección de los derechos de las minorías nacionales, que
deberían ser como mínimo equivalentes a los derechos que poseyó la
anterior minoría en España).
Y entonces, sólo entonces, se procedería a
reformar la Constitución por sus trámites (mayorías parlamentarias y
referéndum de todo el pueblo español)." (
José María Ruiz Soroa , El País, 5 JUN 2012 - 00:05)
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