"El 11 de septiembre de 2012 es el último hito de un proceso que viene durando cuatro o cinco años, los que dibujan la trayectoria ascendente del apoyo a una Cataluña independiente. (...)
Varios factores han venido tapando un problema de fondo: el Estado del Bienestar financiado con endeudamiento en vez de con impuestos parecía capaz de llenar el vacío identitario con prosperidad material, ETA eclipsaba un problema político con el destello de la violencia, el modelo de crecimiento daba pan a pesar de su naturaleza destructiva en lo social y lo ambiental, Europa parecía curar todas las heridas sin necesidad de diagnosticarlas. (...)
Las élites empezaron a dar clases de transición a otros países hablando de modelos que eran más apariencia que otra cosa. La semilla del enfrentamiento identitario había agarrado en el corazón político del sistema. Venía brotando con fuerza, década tras década, regada por el enfrentamiento pendular entre culturas que necesitan excluirse para sentirse seguras.
Lo peor ha sido el papel de la izquierda y su seguidismo nacionalista. Se daba por satisfecha apelando de forma vaga y formal a un remoto derecho republicano a la autodeterminación sin precisarlo ni poner encima de la mesa la tercera pregunta, la clave en para darle solución a un Estado antiguo como este: el derecho a optar también por la configuración de una federación solidaria y republicana de territorios.
Un segundo mito en su discurso fue acumulando fatalidades adicionales: la fragmentación del Estado fue considerada un proceso automáticamente progresista lo cual abría la necesidad de sumarse al independentismo sin preguntar quienes eran los grupos e intereses que lo impulsaban.
Es verdad: la legitimidad democrática del Estado español ha sido históricamente breve pero esto no legitima desoir las lecciones del Este de Europa o la comparación con procesos de descolonización exóticos que poco o nada tienen que ver con Europa y las regiones más ricas del Estado.
A veces sin saberlo, el argumento antiestatalista de la izquierda despistada engrosó las filas de los enemigos económicos de lo público: los neoliberales del Estado mínimo de todos los colores identitarios.
La izquierda acabó tirándose a una piscina ambigua en la que el agua del argumento social quedaba cada vez más diluida frente al cloro purificador del argumento identitario. Mientras la mayoría de la población miraba a otro lado, los nacionalistas construían sus nuevas naciones y normalizaban el uso de "sus" lenguas. (...)
Todos estos entendidos y malentendidos desfilaron por las calles de Barcelona el once de septiembre. (...)
Lo preocupante es la pasividad de las fuerzas de la solidaridad y de la izquierda, el oportunismo alegre con el que marchaban por el Paseo de Gracia de la mano de Artur Mas. Hay tres cuestiones esenciales que no tienen en cuenta.
La primera: no hay ninguna posibilidad de generar solidaridad redistributiva, y menos en un entorno neoliberal, si no existen lazos identitarios fuertes y compartidos que contrarrestren la competitividad territorial y la segmentación social provocada por la apoteosis del mercado.
La identidad compartida forma parte de cualquier proyecto político que quiera ser compartido, también o precisamente del que abrió la oportunidad desaprovechada de 1978.
La segunda: los lazos identitarios y la propia tradición se construyen, se crean, no son nada “objetivo”, no hay nada en la historia que los demuestre por sí mismos. Lo que hay son programas, arduas tareas políticas de, al menos, dos generaciones que crean imaginarios, tradiciones y apoyaturas culturales.
Para construir lazos fuertes hay que romper aquellos que bloquean su trenzado: no todo vale en los sentimientos por mucho que se intente anular la memoria histórica. (...)
Porque el tercero es que la(s) lengua(s) ocupan un lugar central en dicha construcción. Sin embargo, sólo si son compartidas, es decir si los destinatarios de la nueva identidad están familiarizados con ella(s) pueden ser sentidas como algo propio, puede ser tenido el otro como algo propio. Esto afecta no sólo o no tanto a las clases cultas sino también a la cotidianidad de las clases populares. (...)
El argumento de que las identidades son ahistóricas, de que existen desde tiempos inmemoriales, es una quimera. Nada, y menos la identidad, está situada fuera de la historia, de la dinámica política por muy íntima, personal e intransferible que sea.
Aquí, en esta equivocada deshistorización de la identidad, la izquierda se ha quedado parada en los argumentos de Manuel Azaña que eran muy avanzados para su tiempo pero insuficientes para hoy (ver “Sobre la autonomía política de Cataluña”). Con este parón la izquierda se aproxima a los nacionalistas cultivando una inercia y una pasividad que le está costado cada vez más cara a la solidaridad. (...)
¿Dónde va a acabar todo esto? Tres décadas perdiendo el tiempo es mucho tiempo perdido y construir una identidad compartida y multilingüe en todo el territorio del Estado en beneficio de las partes y las culturas más débiles y necesitadas lleva al menos dos generaciones ¿Estamos a tiempo? La bola no está en el tejado de los nacionalistas, que no necesitan desviarse ni un milímetro del recorrido que les ha llevado hasta aquí.
Esta en el tejado de Madrid, de Sevilla, de Oviedo, de sus sectores más cosmopolitas y solidarios, depende de la decisión de estas clases y grupos de romper con el neoliberalismo, de dirigirse a catalanes, vascos, canarios y gallegos ofreciéndoles esa construcción conjunta y declarándose dispuestos a cambiar sus actitudes lingüísticas, a aislar a las fuerzas de la identidad excluyente en sus respectivos territorios. " (Rebelión, 20/09/2012, Armando Fernández Steinko)
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