27/5/21

Xavier Rius: Los claroscuros de Pere Aragonès... no tiene experiencia laboral al margen de la política. Ha tenido también que tragar sus sapos para llegar a tan arriba... pero una cosa de su discurso me dejó preocupado, cuando afirmó que las “desigualdades es lo que nos divide como pueblo”... No, lo que nos ha dividido como pueblo es el proceso...

 "Hay una pregunta que me tortura: ¿Cómo una sociedad aparentemente culta, madura y transversal como la catalana pudo encumbrar a Puigdemont, a Torra, incluso a Mas? Muy sencillo porque no es ni tan culta, ni tan madura, ni tan transversal como creíamos. Los hechos lo desmienten.

Quizá es la edad, pero antes un presidente de la Generalitat imponía respeto. Había que haber hecho algo importante en la vida para llegar a tan alta cima. Pujol había estado en la cárcel durante el franquismo. Y ganó contra todo pronóstico en 1980.

Maragall, los Juegos Olímpicos.

Montilla fue ministro de Industria y antes alcalde de Cornellà. En mi opinión es más lo segundo que lo primero. Para ser alcalde te tienen que votar tus vecinos, de ministro te ponen. Y cuando llegó a la alcaldía el ayuntamiento estaba en quiebra técnica.

La cosa empezó a torcerse con Mas. Es cierto que estuvo siete años picando piedra. Una larga travesía del desierto. Pero al final no le sirvió de nada. Cometió errores garrafales. Como embarcarse en el proceso. O convocar dos (¡dos!) elecciones anticipadas. Las últimas con nueve meses de antelación. Las anunció en enero y fueron en septiembre. La precampaña electoral más larga de la historia.

No quedará nada de Mas. Ni siquiera obra de gobierno. Ahora parece un expresidente que busca su sitio como retrata el Polonia, el mismo programa de TV3 que en día suavizó su imagen de robot. La única obra legislativa de Artur Mas que se conoce son las leyes omnibus para desmontar, a su vez, la obra legislativa del tripartito.

Puigdemont pasaba por ahí. Lo puso Mas. Mejor dicho la CUP, la ANC y Òmnium. Fue segundo plato. La primera opción era Neus Munté.

A Torra a su vez, lo puso Puigdemont a dedo. Todavía recuerdo que fue ungido en Waterloo durante una visita conjunta de él y Elsa Artadi con una figura de la Moreneta al fondo. Corramos un tupido velo sobre su obra de gobierno. Inexistente excepto colgar una pancarta y promocionar la ratafia.

¿Y Pere Aragonès? Le deseo toda la suerte del mundo. Y más. La necesitará. Pero soy escéptico.

Quizá porque, cuestiones de edad como decía, le conozco desde que era líder de las JERC y se encadenaba a cadenas de radio. Es cierto que, como a todos, el tiempo ha moderado las pasiones. Y el nuevo Govern infunde, dentro de sus limitadas posibilidades, algunas esperanzas por su perfil técnico más que ideológico.

En el otro lado de la balanza está el hecho de que no tiene experiencia laboral al margen de la política. En su currículum oficial -al menos hasta ayer- sólo hay cargos políticos desde que entró de diputado en el 2006 en sustitución de Josep Huguet, el Lenin del Bages, tras ser nombrado consejero de Universidades y Empresas. Se estrenó precisamente con la Ley de Consultas.

Llega también a la más alta magistratura de Catalunya después de que el proceso haya arrasado toda una generación política. El Estatut ya arrasó con otra. En Esquerra -cuya dirección ya no era para tirar cohetes- ha sido especialmente sangrante. Han tenido que recurrir a dirigentes de la vieja guardia y tapar agujeros.

Ha tenido también que tragar sus sapos para llegar a tan arriba. Todavía recuerdo que, en el 2015, le tocó anunciar que su partido no apoyaría los presupuestos de CiU. Quince días cambiaron de opinión. Se excusaron diciendo que serían los “últimos presupuestos autonómicos”. Seguimos siendo una comunidad autónoma, que yo sepa. Y casi diría que felizmente porque da miedo de pensar cómo gestionarían una república independiente.

O cuando en el 2007 flirteó con Esquerra Independentista, una corriente crítica en ERC liderado por el entonces también diputado Uriel Bertran. (...)

Hay además una cosa de su discurso que me dejó preocupado aparte de la coletilla esa que ya repiten machaconamente de que la futura República tiene que ser “justa, próspera, verda, feminista y plenamente libre”. Cuando afirmó que las “desigualdades” -incluso por “cómo amamos”- es “lo que nos divide como pueblo”.

No, lo que nos ha dividido como pueblo es el proceso. Incluso cuando esgrimen ahora el 52% en realidad redondean para arriba: es el 51,14% e incluyen el PDECAT, que se ha quedado fuera del Parlament. Y también la participación, de sólo del 53,54%. ¿Se puede plantear la independencia con más de un 46% de abstención?

De hecho, el independentismo se ha dejado más de 630.000 votos por el camino desde el 2017. Y eso incluyendo los votos perdidos del citado PDECAT.

Luego cuando dijo que gobernaría “pensando en todo el mundo”, que “empezamos de nuevo” y que “estoy a vuestro servicio”. Total para terminar con un “Visca Catalunya lliure!”.

¿En qué quedamos? Será muy difícil encajar la “mesa de diálogo” con la reivindicación de “la autodeterminación y la amnistía” porque hay cosas que el gobierno central -de cualquier color político- no aceptará nunca. Los independentistas cometieron muchos errores pero dos especialmente graves: uno subestimar la fortaleza del Estado, el otro subestimar sus propias fuerzas artificialmente infladas por TV3.

Ahora le toca a ERC arreglar el entuerto. No va a ser fácil sintiendo el aliento de la CUP en el cogote y Junts sacando pecho todo el día. Pero no hay más remedio. Que dejen de marear la perdiz y se pongan a trabajar. Catalunya -una Catalunya con pandemia- no puede esperar más.

Suerte, president."                      (Xavier Rius, director de e-notícies, 25/05/21)

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