"Césare Lombroso fue uno de los precursores del positivismo criminológico,
por allá por el s. XIX. Para resumir mucho su teoría, venía a decir
que, según tenías la cara, era más o menos probable que fueras un
delincuente. (...)
Pues esta semana, y gracias a la alcaldesa de Vic (Barcelona), hemos
hecho un rapidísimo viaje en el tiempo que nos ha teletransportado a lo
más negro de ese pensamiento racista y mojigato, y nos ha dejado
vislumbrar con toda claridad lo que realmente quieren decir algunos
cuando dicen lo que dicen.
Concretamente,
la alcaldesa de Vic, Anna Erra, nos ha venido a advertir a los
catalanes autóctonos que no debemos caer en la tentación de hablar en
castellano a aquellos que, por su cara o por su pinta, no nos parezcan
catalanes de ocho apellidos catalanes, sino que debemos salvaguardar el
honor patrio y dirigirnos en catalán a todos aquellos que nos parezcan
nacidos más allá de nuestros 32.000 km cuadrados.
Claro que la
señora Erra no se refería a todos esos miles de turistas muy rubios y
muy altos, móvil en mano, disparando 50 selfis por minuto, que nos paran
a los lugareños por el Paseo de Gracia para preguntarnos por tal parada
de metro o por cual edificio de Gaudí, no.
Cuando la señora Erra
habla de «personas que no parecen catalanas», en realidad está queriendo
decir «personas inmigrantes y, por ende, pobres, que tengan la
necesidad de integrarse porque, en comparación con nosotros los
catalanes, seres maravillosos de luz, se encuentran en una situación
clara de inferioridad y debemos aprovechar esa ventaja para perpetuar la
supremacía de nuestra sociedad catalana».
Lo más malvado de este
pensamiento no es su clasismo y racismo apabullante, sino que, en
realidad, las personas a las que Erra se dirige y exhorta a no utilizar
el castellano, no quieren integrar a ningún inmigrante.
Pero su
intransigencia por los otros inmigrantes, los inmigrantes españoles, los
charnegos, los que vinieron de cualquier otro lugar de fuera de
Catalunya, pero dentro de España, y su ya anquilosada obsesión por
tratarnos como seres de segunda, les hace intentar engañarse a sí mismos
con un falso intento de acoger a los que ellos llaman «nouvinguts» (es
difícil encontrar una palabra más hiriente que ésta), pero que en
realidad quieren decir pobres, y así quieren que sigan siendo.
Porque, nadie se engañe, es una cuestión de racismo, sí, pero, sobre
todo, es una cuestión de clasismo. La señora Erra y sus correligionarios
hasta se han autoestigmatizado con distintivos de colores para
diferenciarse del resto, de a los que se les habla en castellano; de los
pobres (en su cabeza) y que nunca deberían dejar de serlo.
Ya
aguantan a demasiadas hijas e hijos de obrero no catalán con estudios
universitarios, como para que, con los que vienen de más lejos, les pase
lo mismo. Porque sí, es cierto que los inmigrantes reciben cuantos
cursos de catalán gratis quieran, pero si a lo que aspiran es a ir a la
universidad en Catalunya, se van a encontrar con las tasas más altas de
España, tasas que con sus trabajos precarios —pero en catalán— nunca van
a poder pagar.
Ese es su modelo de integración, que las chachas hablen catalán, pero que sigan siendo chachas, como siempre ha sido.
Y
se autoestigmatizan ellos porque, aunque en realidad lo que les
gustaría es señalar al resto, eso queda aun demasiado feo. Pero lo
importante es señalar y mantener la diferencia. Con el lazo, con la
cara, con el idioma, con el dinero y, ante todo, con el pensamiento.
Bajo este pensamiento tan decadente, lo que subyace es un grupo
minoritario de personas igual de decadente y deprimente, que ve como han
perdido su otrora poder económico y social dentro de Catalunya. Todos
aquellos a los que se llevó por delante la muerte del ‹pujolismo›, cuya
principal abanderada es Marta Ferrusola, y de los que ahora se erige
como digna heredera de posvictorianismo amarillo, Anna Erra, alcadesa de
Vic y fisonomista y etóloga en sus ratos libres." (Núria González, el taquígrafo, 14/02/20)
No hay comentarios:
Publicar un comentario